Perseguido no por el fascismo de la cervecita, ni siquiera por frikis con quinqué y escopeta para conejos, sino por la realidad, por los votos, por el personal que se está cansando de tanto odio, tanta pringue y tanta falacia bobalicona, yo creo que Iglesias va a terminar exiliándose al paraíso de la democracia, o sea Cataluña. Iglesias ha declarado en RAC1 que todo el procés no es otra cosa que un “anhelo democrático”, que se parece al 15-M con sus plazas abarquilladas de gente e incluso al propio nacimiento botticelliano de Podemos, que como sabemos es la democracia sin filtro, sin límites, sin intermediarios e incluso sin votos. Yo creo que Iglesias y la Cataluña del procés se merecen mutuamente y ya lo veo haciendo una Tuerka con Pilar Rahola o imitando a Quintero en la cárcel de Lledoners, con Junqueras riéndose mucho con el ojo mellado o encebollado, como se reía el Risitas, que se nos ha ido.

La democracia de Iglesias, tan pura, cada vez le deja menos sitio, está todo lleno de fascismo, de carteros y de señores del Ibex con zapatófono. A Iglesias apenas le queda el Caribe y esa Cataluña ya un poco alpina (los políticos indepes tienen tendencia a parecer, con el tiempo, tiroleses: piensen en Puigdemont, Torra, Junqueras o el mismo Pujol). Uno no ve a Iglesias en el gallinero de la Asamblea de Entrevías, siendo quinta fuerza política, allí como crucificado de ironía ante su Vallecas nazareno. Uno no le ve siquiera en Madrid, aguantando la política de Ayuso como si aguantara una interminable corrida de toros goyesca. Y no creo que su espíritu luchador se conforme con una cátedra regalada o un puesto de bibliotecario con pesadas llaves de carcelero, un destino más para Gabilondo, al que uno ve no ya ni de Defensor del Pueblo, sino directamente de fantasma de castillo escocés. No, el futuro de Iglesias, sin duda, está en Cataluña.

Yo creo que Iglesias equivocó su destino cuando decidió escapar de la política de verdad y volver a refugiarse en la nostalgia del tirachinas y del cuartito punkarra de adolescente

Yo creo que Iglesias equivocó su destino cuando decidió escapar de la política de verdad y volver a refugiarse en la nostalgia del tirachinas y del cuartito punkarra de adolescente. Estaba claro que lo suyo era Cataluña, cuya política ha sido renovada o vivificada por los indepes hasta hacerla tribal, violenta, vanidosa, pueril, impaciente y fantasiosa como la juventud. Una vicepresidencia con sillón de astronauta no vale nada si uno no siente ese cosquilleo de la calle y de la pandilla, que es como el cosquilleo de la música o del fuego. En el Gobierno, Iglesias ya era como un roquero. En la Asamblea de Madrid, será como un roquero en Silos. En Cataluña, sin embargo, Iglesias podría ser muy útil diseñando coreografías de vecinos con pedruscos y teas, como coreografías olímpicas. O alentando escraches y pintadas contra los últimos que queden de Ciudadanos, ya como mohicanos. O dando clases de voz de cura a un Junqueras al que la cárcel está secularizando.

Iglesias no pegaba en Madrid desde el primer momento. No por Madrid, que acoge a todo el mundo, sino por Iglesias, que enseguida se vería atacado por la piedra de los Austrias o de los Borbones o del Ministerio del Aire de Franco como por gárgolas vivientes. O por las sombras y banderas de Colón, así como si él fuera Laocoonte entre serpientes marinas. Me refiero a que en un lugar donde el fascismo ha hecho su nido de águila, con huevos en los palacios, en las estatuas y en los valles, todo Madrid como si fuera algo de Gerardo Diego, Iglesias nunca estaría a gusto. Tendría que vallequizarlo todo, o taparlo con pancartas como fundas de sofá como hizo un poco Carmena. Ya escribí que la Comunidad de Madrid podía ser manejable para Iglesias, no es como el Gobierno del país, que siempre se queda un poco en lo abstracto o en lo cartográfico. Lo que no consideré es que antes, seguramente, Iglesias caería ahogado entre sarpullidos de fascismo ojival y porrones castizos.

El anhelo democrático del independentismo catalán es lo que le pega a Iglesias, no Madrid, que sólo tiene anhelo de espuma de cerveza (la sirven como un merengue y eso choca mucho a un andaluz como yo). En realidad, en Madrid la libertad no tiene nada que ver con la cerveza ni con los ex, como dijo Ayuso, que ya va sin frenos. Tiene más que ver con que nadie te obliga a rezar un Credo con olor a correaje o a pilón para poder vivir allí. Pero resulta que en Madrid está el fascismo, como una gran águila posada sobre la misma Puerta de Alcalá. En Cataluña, sin embargo, con la mitad de la ciudadanía expulsada de lo público, con la ley y los derechos abolidos en favor de zarzas, popes o contenedores que hablan con llamas, es donde está la democracia. Iglesias ve su afán y su partido reflejados en todo aquello y yo le doy la razón. Creo que Iglesias y esa Cataluña se merecen. Creo que acabará allí, cuando vea que todo lo demás está lleno de fascismo, de opresión, de opiniones. Lo mismo Sánchez, acosado o vencido por la realidad, también se va y terminan los dos allí, reconciliados por fin en esa política desquiciada, viviendo los dos como en una cabaña de amor.

Perseguido no por el fascismo de la cervecita, ni siquiera por frikis con quinqué y escopeta para conejos, sino por la realidad, por los votos, por el personal que se está cansando de tanto odio, tanta pringue y tanta falacia bobalicona, yo creo que Iglesias va a terminar exiliándose al paraíso de la democracia, o sea Cataluña. Iglesias ha declarado en RAC1 que todo el procés no es otra cosa que un “anhelo democrático”, que se parece al 15-M con sus plazas abarquilladas de gente e incluso al propio nacimiento botticelliano de Podemos, que como sabemos es la democracia sin filtro, sin límites, sin intermediarios e incluso sin votos. Yo creo que Iglesias y la Cataluña del procés se merecen mutuamente y ya lo veo haciendo una Tuerka con Pilar Rahola o imitando a Quintero en la cárcel de Lledoners, con Junqueras riéndose mucho con el ojo mellado o encebollado, como se reía el Risitas, que se nos ha ido.

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