Pronto se consumará lo de Cataluña, que no será la independencia sino la impunidad para el delito, una patente de corso con sello regio (el indulto lo tendrá que rubricar el Rey con su letra de firmar licenciaturas y billetes), algo que no es tanto perdón por lo pasado como permiso para todo lo futuro. Sánchez ya ha salido él mismo a defender la “concordia” sobre la “venganza”, aunque lo que hayan anunciado los sediciosos y sus compinches, pasándose medallas y juramentos de senescal, sea precisamente la revancha, la vencida. No puede haber concordia si han prometido hacer lo mismo pero mejor. Claro que, sin duda, concordia no suena tan mal como justiprecio por seguir en el colchón de loto de la Moncloa. Es, en realidad, sólo una transacción que podría haberse anunciado pesando a Sánchez en monedas o en vino. 

No hay que mirar a Sánchez, al que, así le toque el fin del mundo o una de sus galas de otorgarse el Gallifante de Oro, sólo veremos probándose chaquetas y chorreras, como Sergio Ramos de convite. Es más revelador mirar al ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, cómo se atraganta con el argumentario asignado, con la “normalidad” del indulto, y cómo casi suda con ese sudor que Roland Barthes, que últimamente me ilumina muchas columnas, diría que es un sudor “moral”, símbolo de la lucha ética interna. Barthes se refería al Julio César de Mankiewicz, donde el único que no suda es César mientras los demás supuran la duda, el deber y el crimen, empapados de temblorosa humanidad y romanidad.

Se permite que se saquee el propio Estado y con la complicidad del mismo Estado, de su Gobierno, de su presidente sin temblor y sin honra, que ha llamado a la piratería “concordia”

Sánchez no suda, porque no es humano o porque va a ser la víctima, tarde o temprano, de toda su ambición, de todo ese peso de las estatuas y de las sombras de las águilas y relojes de sol del poder. Sánchez no suda, ha sido capaz de usar “concordia” y “valores constitucionales”, más un amago de gesto con las manos que casi llega al corazón de galleta y chicle del tiktoker, para referirse al indulto de unos sediciosos que intentaron tumbar el Estado y aún avisan de que lo volverán a hacer. Pero a Juan Carlos Campo sí se le notaba ese temblor de puñal o de copón o de gatillo, esa gota de sudor en el labio que es como la del cura pecador o la del soldado de paredón. Se le nota incluso a María Jesús Montero, que se consume en retruécanos y mojigangas verbales y corporales, como somatizando la contradicción. Al fin y al cabo, son humanos rodeando a un ser que es todo mármol blanco y frente de acanto, un presidente de estanque, como las estatuas de la Casa de las Vestales.

Sánchez no suda y va a otorgar ese indulto, más bien una gracia de su persona magnífica porque va contra el criterio de los tribunales, contra el espíritu de la norma, contra el sentido común y contra la esperanza de justicia de un país que cada vez se muestra más cansado o asqueado de la desfachatez de ese figurín de telediario o de El precio justo. Como los reyes que curaban la escrófula (“el Rey te toca, Dios te cura”, se decía), Sánchez entremete la divinidad de la Constitución en su acto divino personal, haciéndolos de hecho equivalentes. Sólo una vez, Luis XV, que se sentía y se sabía pecador (tenía a una cortesana de amante oficial, algo escandaloso, y además no quería confesarse), no se atrevió a usar la fórmula tradicional tal cual y dijo “Dios te cure”, en subjuntivo de probabilidad o duda o culpa. Hasta Luis XV, heredero del Rey Sol, sudaba moralmente, temblaba moralmente en su poder absoluto (cada vez menos absoluto, la verdad). Sánchez lo supera, es un auténtico hito de la historia, de la majestad enrepollada, de la superchería y del desparpajo.

Pronto se consumará lo de Cataluña, ya no tiene que defenderlo el pobre ministro Campo con el indulto atravesado en el gañote, con el sudor del pecado como el sudor de la gula, sino que lo defiende Sánchez como desde la ducha, con esa frescura que no le mancillan ni las epidemias ni las traiciones ni la realidad. El indulto es nada, la verdad. Ni siquiera el cambio legislativo sobre la sedición, ley ad hoc, ley como instrumento particular, es el objetivo. Lo que se negocia es que el nacionalismo tenga las manos libres para hacer de Cataluña, definitivamente, un territorio aparte del derecho, desemboque eso en otro intento folclórico de republiqueta o, con más probabilidad, en un neopujolismo aún más exacerbado, sacramentado y escrofulado.

Se consumará lo de Cataluña, que no es el indulto de un Cristo andaluz a un robagallinas sino una componenda de intereses particulares (queda la cuestión de que un Estado de derecho en el que la gracia gubernamental es arbitraria e ilimitada no es un Estado de derecho). Pero se consumará, sobre todo, la impunidad para el saqueo. No el saqueo contra los enemigos del Estado, como firmaban los monarcas con letra de muchas moñas en las patentes de corso, detallando incluso la recompensa por cada cañón apresado (en este caso, cada voto prestado). No, esta vez se permite que se saquee el propio Estado y con la complicidad del mismo Estado, de su Gobierno, de su presidente sin temblor y sin honra, que ha llamado a la piratería “concordia” y la ha situado en los “valores constitucionales” sin descomponer el tipito. No sudaba Sánchez, inhumano o quizá ya solamente cadáver político, mancebo de mármol yacente.

Pronto se consumará lo de Cataluña, que no será la independencia sino la impunidad para el delito, una patente de corso con sello regio (el indulto lo tendrá que rubricar el Rey con su letra de firmar licenciaturas y billetes), algo que no es tanto perdón por lo pasado como permiso para todo lo futuro. Sánchez ya ha salido él mismo a defender la “concordia” sobre la “venganza”, aunque lo que hayan anunciado los sediciosos y sus compinches, pasándose medallas y juramentos de senescal, sea precisamente la revancha, la vencida. No puede haber concordia si han prometido hacer lo mismo pero mejor. Claro que, sin duda, concordia no suena tan mal como justiprecio por seguir en el colchón de loto de la Moncloa. Es, en realidad, sólo una transacción que podría haberse anunciado pesando a Sánchez en monedas o en vino. 

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