Dicen quienes saben de esto, desde psiquiatras forenses hasta jueces o curtidos y experimentados policías, que cualquiera de nosotros, cualquier persona ‘normal’, en un momento de locura es capaz de cometer un acto tan atroz como el que ha perpetrado esta alimaña asesinando vilmente y hundiendo en el fondo del mar a sus propias hijas. Prefiero pensar que no es así, aunque las frías estadísticas corroboren esa tesis. Soy un firme convencido de que el mal existe. Ya sé que no soy precisamente original al escribir esto porque muchos piensan como yo, pero es lo que creo.

Malditos los crímenes… más aún los que quedan sin castigo

No soy padre, pero me resulta enormemente complicado tratar de ponerme en la cabeza de este vil criminal e intentar, tan siquiera aproximarme lejanamente, a qué pudo pasar por su mente instantes antes de perpetrar estos brutales crímenes. No soy religioso ni tengo un especial sentido de la trascendencia, pero solo deseo que, ya que este canalla ha escapado de la justicia terrenal quitándose la vida él mismo después que a sus hijas, encuentre el castigo más horrible que pueda imaginarse en otra vida, si es que la hay. En la hora en la que entrego este artículo, el buque Ángeles Alvariño continúa su rastreo para localizar el cuerpo de Anna, la segunda pequeña, y del canalla de su progenitor y asesino.

La historia, tristemente, tiene poco de original. Un marido despechado que no asumió la decisión de su expareja de rehacer su vida -aunque él también había rehecho la suya- y que proyectó su rabia y su odio en sus hijas. Un psicópata, agresivo, enchulado y narcisista, acostumbrado a la brutalidad y al más cruel maltrato contra todo lo que no fuera la satisfacción de su capricho… sobre todo su mujer. Tomás Gimeno, según se ha sabido, era un tipo violento que también había arremetido contra la nueva pareja de su exmujer dándole una paliza, del que todos ahora dicen que se temían lo peor. ¡Qué fácil y qué gratuito es decir estas cosas a toro pasado!

No cabe mayor crueldad ni mayor refinamiento criminal en consumar la venganza más allá de esta vida ya que, cuando la misma noche en la que con toda probabilidad ahogó a sus hijas, llamó a su exmujer para decirle que jamás volvería a ver a Olivia y a Anna; lo decía en la más terrible literalidad de la frase. ¡Pobre Beatriz que sin duda ahora se retuerce con un dolor inimaginable! Sin duda, el tal Tomás no previó -tan solo falló en este extremo- que la Guardia Civil acabaría por encontrar los restos de su atrocidad… aunque tampoco creo que le importara demasiado. ¿Por qué este maldito bastardo no se habrá suicidado antes de asesinar a sus hijas? ¡Qué lástima!

Parte del mal anida, también, entre algunos políticos y en parte de las redes

Asisto hastiado al debate público, como siempre frívolo y morboso, entre políticos de todos los colores que tratan de arrimar el agua a su miserable molino ideológico y sacar réditos incluso de un suceso tan triste y terrible como este. ¡Y qué decir de la polémica en las redes sociales acerca de si hay un componente de género o no en estos crímenes! Me aburre y me hastía el debate, aunque si hay que entrar en él, se entra; ¡claro que la hay, maldita sea! Me parece de aurora boreal que sigan existiendo cavernícolas que nieguen la existencia de una secular violencia machista que ataca a las mujeres hasta deshumanizarlas, cosificándolas y utilizándolas como mero objeto del capricho del macho hasta el extremo de llegar a destrozarlas la vida, como ha sido el caso. Me pesa, por tanto, la increíble desfachatez ideológica de quienes niegan que la violencia tenga género, aunque también debo referirme a la de quienes, desde el extremo ideológico contrario, quieran ahora sacar provecho y corran a colocarse del lado de la madre de las víctimas si esa carrera tan solo tiene por objeto hacerse una foto electoralista y nada más. 

Por cierto, y ya que de redes sociales hemos hablado, me parece especialmente desafortunada la imagen de las víctimas convertidas en sirenitas. Esta infantilización de este crimen, que insisto tiene un indudable tinte machista, es deleznable. Tampoco compartan más las imágenes de las dos pobres pequeñas… ¡Eran menores de edad!...  Su recuerdo tan solo pertenece a su madre y a su infinito dolor.

Insisto, de todas maneras, en que la clave no está en el sesgo ideológico o de género que pueda querer dar cada quién a estos crímenes, porque esto nos distraería de lo fundamental. La única verdad aquí, por simple y brutal que parezca, es que estamos ante la historia de un malnacido asesino que ha pretendido convertir lo que le quede de vida a su exmujer en un insoportable calvario asesinando a sus dos hijas. ¡Solo eran dos pobres niñas y una familia destrozada! Que nadie olvide esto a la hora de pronunciar o escribir una sola palabra, en un medio de comunicación o en sede parlamentaria porque cada cosa que se diga, en función de cómo se diga, puede ser una puñalada más en el dolor de unos corazones rotos… No creo que sea tan difícil de entender.  

Recuerdo y cariño para las víctimas, desprecio eterno a su asesino

Me gustaría que las últimas líneas de este humilde artículo de hoy fueran de recuerdo para las dos pobrecitas Anna y Olivia y de cariño para su madre, Beatriz. Se me agotan las palabras para expresar el odio que siento en este momento hacia este monstruoso asesino y hacia todos cuantos han destrozado vidas, sembrando el terror y la muerte. Que las pobrecitas Anna y Olivia, Olivia y Anna, descansen en paz… que Beatriz, su inconsolable madre, pueda recuperar algún día la tranquilidad, aunque me temo que del todo será imposible… y que su miserable padre y asesino arda para siempre en ese infierno en el que no creo pero que, si existiera, sin duda debería haber sido creado para albergar eternamente a canallas como este. Este maldito bastardo ha matado a Olivia, y con toda probabilidad a Anna, pero también ha matado a Beatriz, y un poco a todos y cada uno de nosotros.

Dicen quienes saben de esto, desde psiquiatras forenses hasta jueces o curtidos y experimentados policías, que cualquiera de nosotros, cualquier persona ‘normal’, en un momento de locura es capaz de cometer un acto tan atroz como el que ha perpetrado esta alimaña asesinando vilmente y hundiendo en el fondo del mar a sus propias hijas. Prefiero pensar que no es así, aunque las frías estadísticas corroboren esa tesis. Soy un firme convencido de que el mal existe. Ya sé que no soy precisamente original al escribir esto porque muchos piensan como yo, pero es lo que creo.

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