A Madrid, ciudad épica y enamoradiza donde ya están Ayuso, novia de Chaplin, y Almeida, prendado de Roxane, le ha salido ahora otro novio discordante, zalamero o pícaro. Gerard Piqué ha sorprendido con unos piropos como de viejo a esta ciudad de fondas y de palacios, capital de las envidias, de los negocios, de la política, de las musas y de las mondas, pero que ahora sobre todo es capital del odio. Piqué, catalanista o independentista, ha venido a Madrid a presentar su Copa Davis / billarín, o sea que viene más como empresario que como amante o soldado, y ningún vendedor insulta a sus clientes.

De repente se le ha olvidado que “Madrid” es lo que dicen en su tierra para referirse con desprecio lo mismo a los quinquis que a la ley, al Gobierno que a los jueces, a los chulapos que a los andaluces, y que la entente multinivel ha puesto en la capital regia, hermosa, mestiza y garbancera el nido del fascismo que, en realidad, está mucho más cerca de la locura independentista que del bombero torero.

En Cataluña ya no queda más negocio que el independentismo, que es un negocio familiar y circular, como un molino, pero que se está agotando"

Piqué, empresario casual, con sneakers y billetera acolchadas, ha venido a vender un tenis festivalero o quizá a venderse él como redimido o como pacificador, o lo segundo para favorecer lo primero, no sabemos. No sólo dijo que Madrid le da envidia sana, sino que se refirió a Barcelona como su antítesis decadente.

Uno se imagina a Piqué un poco escapando de esa Barcelona de Colau, que ha pasado de “ciudad cosmopolita”, que es lo primero que dice o escucha el personal del Bus Turístic, a comuna de bragas marrones y huertos colgantes, o viceversa, que la cosa es intercambiable. Piqué casi parece un emigrante del dinero, que se va donde todavía hay negocio, espacio y cielo, como un indiano que luego volverá a su tierra vestido o investido de azúcar de caña.

En Cataluña ya no queda más negocio que el independentismo, que es un negocio familiar y circular, como un molino, pero que se está agotando. El independentismo es ya un oficio, o incluso el único oficio. Hay bolsas de trabajo para indepes como para profesores de flauta, la gente ya sólo quiere ser indepe como quiere ser influencer, porque basta con montar un guiñol en la facultad o en el curro o leer la cartilla en TV3. Diría uno que no hay chiringuitos para tanto aspirante y que la gente está dejando su vocación de negocio y de excelencia por esa otra vocación como de cura que es la nación. El círculo se agota, la decadencia es inevitable, y de eso se empieza a dar cuenta hasta el más creyente, por ejemplo Piqué. Eso es lo que piensa uno hasta que se da cuenta de que aún está Sánchez para aventar el molino o empujar la noria, y ve en Piqué al comerciante de la pelotita como al comerciante de telas adulón.

Madrid siempre será más una gente que es, no que fue, y eso es un gran seguro contra el verdadero fascismo"

Piqué, venga a vender deporte o desodorante, nos demuestra, eso sí, cómo han conseguido hacer sospechoso el elogio a Madrid. Mencionar siquiera Madrid es ya pecado, provocación, abominación, como mencionar Babilonia o el Venusberg. Nada bueno puede venir de Madrid, marmolillo franquista, piramidón del centralismo, tabernón de majos. A Madrid, camino afarolado para reyes, banderilleros, poetastros y ovejas, la han declarado ciudad fascista, y eso a pesar de que es casi el único sitio en el que no te piden pedigrí, filiaciones ni profesión de fe para estar o para ser. En Madrid la sangre sólo es encebollada y resulta que casi todos los madrileños son de Illescas o de Cuenca o de Úbeda. Aquí está toda la gloria pero sin ninguna razón, y eso es como anular con el azar todas las idiotas pretensiones de grandeza histórica.

Madrid era sólo una aldea de cabreros cuando mi pueblo era uno de los puertos más importantes de Occidente, pero eso da igual porque ahora están en Madrid los gobiernos y los cabales, la inspiración y la escuela, la gente y el curro. Madrid siempre será más una gente que es, no que fue, y eso es un gran seguro contra el verdadero fascismo.

A Madrid siempre le salen novios, a veces por amor, a veces por interés y a veces por despecho. Los catetos siempre terminamos enamorados de Madrid, y yo creo que es porque nos libra del pueblo, de ser de un pueblo, y nos permite no ser de nada, estar en Madrid como el que sólo está en una fábrica de políticos, dinero, túneles, cristal machacado y sueños machacados. Otros odian Madrid por lo mismo, porque les hace inevitablemente de pueblo, del que sea, por muy grandioso, histórico, épico, lingüístico o inventado que sea. Ahora viene Piqué y le dora la píldora de boticario a este Madrid con rubia y con morena, con andaluz y con vallecano, con Puente de los Franceses y con Ministerio del Aire. Siempre ha tenido novios Madrid, a veces novios extraños o malos, babosos o codiciosos, como Las malas parejas de Cranach. Fíjense que Madrid tenía una pareja que parecía perfecta, la de Ayuso, novia de Chaplin, y Almeida, enamorado de Roxane, y se la va a cargar la envidia de esta capital de la envidia. Eso sí, aún se cruzan piropos que suenan a frontón, como los piropos de Piqué.

A Madrid, ciudad épica y enamoradiza donde ya están Ayuso, novia de Chaplin, y Almeida, prendado de Roxane, le ha salido ahora otro novio discordante, zalamero o pícaro. Gerard Piqué ha sorprendido con unos piropos como de viejo a esta ciudad de fondas y de palacios, capital de las envidias, de los negocios, de la política, de las musas y de las mondas, pero que ahora sobre todo es capital del odio. Piqué, catalanista o independentista, ha venido a Madrid a presentar su Copa Davis / billarín, o sea que viene más como empresario que como amante o soldado, y ningún vendedor insulta a sus clientes.

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