Días de fiesta como los que por fin podemos disfrutar, con el fantasma de la pandemia cada vez más diluido, son propicios para abordar los asuntos políticos que nos ocupan durante todo el resto del año con un enfoque diferente. Hoy pretendo hablaros del poder de la imagen personal, del aspecto, de la ‘fachada’, por qué no decirlo así, para la vida, para la empresa… y también para el ejercicio de la política.

¿Somos víctimas de una sociedad que juzga en exceso a las personas y a su ejercicio público por la paciencia y no por sus hechos? Puede… pero ello no quiere decir que vivamos en un mundo superficial ni frívolo, ni mucho menos. Es la propia condición humana la que nos predispone a este análisis, y guste o no, es clave conocerlo para dominar sus claves y saber utilizarlas en nuestro favor, más aún si nos dedicamos al ejercicio de la actividad pública.

Apenas somos conscientes de la velocidad a la que otros nos catalogan. Sé que es un tópico, pero no por ello menos cierto, que no existe una segunda oportunidad para causar una primera buena impresión. Esto funciona de igual forma en todos los órdenes de la vida; en política se llama carisma. Hay gentes, hombres y mujeres que nacen dotados de lo que yo he bautizado como un especial ‘don de gentes’. Candidatos, alcaldes, diputados, ministros o presidentes de Gobierno que tan solo con estrecharte la mano te atraen irremediablemente como un imán. Adolfo Suárez, Felipe González, o por ir a ejemplos más recientes, nacionales e internacionales, el presidente ucraniano Volodimir Zelenski, a quien ya se ha bautizado como un nuevo ‘Churchill’ que se ha echado a su pueblo a la espalda para hacer frente al tirano invasor Vladimir Putin o en España la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz.

El carisma nos lo dan los demás… pero lo proyectamos nosotros.

Son siempre ‘los otros’ los que nos definen, y cuando alguien ha decidido consagrarse al servicio público, más aún puesto que su cargo o su responsabilidad depende de la voluntad de los ciudadanos, de los electores, que pueden optar por él o por otro u otra alternativa. Un líder lo es, no porque se levante por la mañana, se mire al espejo y se lo repita a sí mismo: ‘Voy a ser un líder’,  sino porque el resto de personas que componen la organización, en una corporación privada, o viven en un municipio, en una comunidad autónoma o en un país, optan por él y le hacen depositario o depositaria de su confianza para que les guíe o les administre. Mal podrá ganarse este honor y tal responsabilidad si no es un hombre o una mujer ‘fiable’ y ‘confiable’, y para ello, su imagen es determinante. No solo; también sus palabras y sus hechos. Un responsable público, más que nadie, debe ser consciente de ello y evitar ser víctima de un descuido irreparable.

Zelenski es líder porque se lo ha ganado por méritos propios, y hace además gala y escenificación de ello… sí, escenificación. En el mejor sentido de la palabra"

¡Transmita serenidad, seriedad y distancia no reñida con una empatiza cercanía cuando es necesaria! Hay otras muchas virtudes que deben, no solo cultivarse sino proyectarse: honradez, preparación, franqueza… de igual la manera que es inaceptable la foto de un deportista de éxito drogándose, es imperdonable un comentario de un político despreciando a un determinado grupo social por razón de su raza, condición sexual o religión. ‘La elegancia no es una cualidad externa, sino una parte del alma que es visible para los demás’, dejó escrito Paulo Coelho. Esta sentencia es más válida si cabe para un responsable público. ¿Alguien dijo que un político no debiera tener alma, ser un desalmado?

Nadie más obligado que un político a transmitir una imagen coherente.

Es inaceptable que el líder de un partido de izquierdas, obrero y defensor por encima de otros de la igualdad, acuda a una cita con un alto dignatario o con el jefe del Estado en camiseta. Igualmente inaceptables son las críticas, por volver al ejemplo de la vicepresidenta Yolanda Díaz, hacia una líder que, por muy comunista que sea, cuida impecablemente su imagen y viste con clase y elegancia, lo cual no quiere necesariamente decir que lo haga con ropa carísima o de forma ostentosa.

¡Cómo si una líder obrera deba aparecer en público hecha una zarrapastrosa! Vivimos tiempos en los que personajes públicos asisten a eventos o al propio Congreso de los Diputados ataviados de modo y manera a cual más estrambótica, descuidando, no solo su imagen y marca personal sino el respeto que de ella se deriva.

A muchos les ha parecido inadecuada o criticable la aparición de una serie durante estos días acerca del Zelenski. Son los mismos que hacen panegíricos en redes de un criminal de guerra como Putin y tratan de despreciar al presidente ucraniano por su profesión de actor cómico. En este caso, qué duda cabe que, precisamente por esa condición, Zelenski conoce mejor que muchos otros el poder de la imagen, pero esta no sería gran cosa si no fuera acompañada por hechos. Algunos indeseables han llegado a decir que las fotos que de él hemos visto en calles de ciudades asediadas y destrozadas por el ejército ruso no eran más que ‘posados’ sobre un ‘croma’, o pantalla fija con una imagen empastada de las que se usan habitualmente en cine o televisión.  Hacen falta muy pocos escrúpulos para proyectar semejante basura en las redes sociales o en algunos ‘pseudo-medios’ de comunicación. Zelenski es líder porque se lo ha ganado por méritos propios, y hace además gala y escenificación de ello… sí, escenificación. En el mejor sentido de la palabra.

Buena imagen… y algo más.

Son inaceptables las críticas a Yolanda Díaz, hacia una líder que, por muy comunista que sea, cuida impecablemente su imagen y viste con clase y elegancia"

Por supuesto que con una buena presentación física no es suficiente. Lo acabo de explicar con el presidente de un país en guerra, invadido a sangre y fuego por una potencia opresora. Vuelvo al ámbito doméstico y regreso a nuestra vicepresidenta y ministra de Empleo. Si he elegido el ejemplo de Yolanda Díaz es porque lleva a aparejada a la misma una empatía, un ‘don de gentes’ y una cercanía que le hace un buen arquetipo de éxito para los que nos dedicamos a entrenar a políticos y a líderes, empresariales, sociales, artísticos o deportivos. La necesidad de ir más allá se entiende mejor estos días en los que vemos que un par de (presuntos) chorizos, como Luis Medina y su socio, con una ‘facha’ espectacular, pudieron engañar a veteranos funcionarios municipales y quién sabe si a algún responsable más alto con sus contratos de mascarillas, guantes y tests diagnósticos que, según las investigaciones, podrían haberles reportado comisiones de varios millones de euros.

Un rasgo fundamental, que acompaña a Yolanda Díaz, y que proyecta a un auténtico o auténtica líder a kilómetros de altura, es una sonrisa abierta y sincera… siempre que la ocasión lo requiera, por supuesto. Con una sonrisa se abren todas las puertas, y por supuesto, se conquistan las mentes y los corazones de cualquiera. Siempre he dicho que una sonrisa es además aditamento de gentes inteligentes. Cuanto más torvo el gesto, más cerrazón mental. Siempre es así. Escribió Diane Vreeland que ‘La elegancia real está en la mente. Si la tienes, el resto viene solo’.

No quiero cerrar esta pieza sin una idea que me parece nuclear; en tiempos de crispación y radicalismo como los que vivimos, es más pertinente que nunca una cita de Antonio Escohotado: ‘La moderación es la elegancia. La elegancia es la moderación, y esta palabra viene de elegir’. ¡A ver si muchos se aplican el cuento!

Días de fiesta como los que por fin podemos disfrutar, con el fantasma de la pandemia cada vez más diluido, son propicios para abordar los asuntos políticos que nos ocupan durante todo el resto del año con un enfoque diferente. Hoy pretendo hablaros del poder de la imagen personal, del aspecto, de la ‘fachada’, por qué no decirlo así, para la vida, para la empresa… y también para el ejercicio de la política.

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