En la radio, una tarde cualquiera con militares expertos en armamento: “El que llamamos Satán-2 es el RS-28 Sarmat, un misil nuclear fabricado en Rusia de largo alcance que teóricamente puede esquivar el escudo antimisiles norteamericano. Tienen un recorrido de unos 15.000 kilómetros, a una velocidad media de 28.000 kilómetros por hora. Son parabólicos y actúan de forma que cuando ya están en la estratosfera es cuando se abre la cabeza del misil y caen 10 o 15 ojivas distintas con la carga nuclear, con destino a otros tantos objetivos, a 10 o 15 ciudades. Cada una de ellas tiene una potencia cien veces superior a la bomba de Hiroshima”. 

Contaba el militar que Rusia está haciendo pruebas con el Satán 2 y enviando imágenes a occidente como advertencia de que el inicio de la Tercera Guerra Mundial depende de él. A diferencia de Biden o la OTAN, Putin no necesita el permiso de nadie para iniciarla, ni precisa la aprobación de Parlamento  ninguno. Y Rusia tiene en estos momentos 6.500 cabezas nucleares, es lo único que frena a la OTAN para no detener la invasión en Ucrania de un ejército ruso antiguo, sin infraestructura ni logística para seguir una guerra larga.

Solo la llegada constante de jóvenes rusos a una muerte casi segura, soporta una invasión tan larga. Rusia pensó que esta era una invasión como aquellas del siglo XX, no tuvo en cuenta la forma de comunicación humana más potente en estos momentos: las redes sociales. Ha perdido la batalla mediática y lo compensa con soluciones brutales, como hacer desaparecer sus cadáveres. Dispone de 12 tráileres con hornos en su interior capaces de incinerar varios cuerpos a la vez, son incineradoras de cadáveres que utiliza para hacer desaparecer en pocas horas los cuerpos de sus soldados rusos muertos en la batalla. De esa forma se reduce la cifra de soldados muertos y su victoria ficticia es mayor. Ya los utilizó Putin en la invasión de Crimea en 2014 cuando miles de madres esperaban recibir el cuerpo de su hijo muerto, que nunca llegó. Las fosas comunes dejan rastro, la incineración no.

Esta Tercera Guerra Mundial encubierta lo es también de la hipocresía, la Unión Europea envía diariamente a Rusia 800 millones de euros a cambio de su gas y petróleo, mientras anuncia sanciones económicas de cara a la opinión pública. Nos indignamos al ver cadáveres de hombres, mujeres y niños ucranianos tendidos por las calles, pero con nuestro dinero se pagaron las balas que los asesinan.

La hipocresía es quien marca la agenda de esta guerra, quizá de todas las guerras. Durante ocho años hemos dado la espalda a los ciudadanos arrasados por Putin en la región del Donbás, como hipócrita es que la OTAN se acerque a todos los países de la frontera rusa para sumarlos a la organización, sin esperar una reacción del dictador Putin.

Y quizá la mayor de las hipocresías la hemos perpetrado con los refugiados, centenares de españoles vamos a buscar refugiados ucranianos a Polonia, mientras a los refugiados que vienen de África les prohibimos la entrada con vallas de seis metros de altura. 

Manejamos la última tecnología para la defensa y el ataque militar, internet nos globaliza la información que recibimos de la invasión, pero permanece en nuestro adn el odio visceral y antropológico al invasor como tribu. Niños rusos que son insultados en escuelas españolas por otros niños, empresas rusas que han cerrado en España por falta de clientes, rusofobia de aquellos que creen que todos los rusos son oligarcas millonarios y amigos de Putin. Reniegan de un gran país que fue el único que nos salvó del nazismo de Hitler.

“La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”. 

La frase tiene toda vigencia aunque fue escrita durante la Segunda Guerra Mundial y por el apodado “diablo negro” de la aviación alemana, Erich Hartman, el mejor piloto de caza de la historia, que curiosamente terminó cumpliendo condena en un gulag ruso. Murió en la cama a los 71 años en 1993, donde probablemente morirán los viejos que han propiciado esta guerra.

En la radio, una tarde cualquiera con militares expertos en armamento: “El que llamamos Satán-2 es el RS-28 Sarmat, un misil nuclear fabricado en Rusia de largo alcance que teóricamente puede esquivar el escudo antimisiles norteamericano. Tienen un recorrido de unos 15.000 kilómetros, a una velocidad media de 28.000 kilómetros por hora. Son parabólicos y actúan de forma que cuando ya están en la estratosfera es cuando se abre la cabeza del misil y caen 10 o 15 ojivas distintas con la carga nuclear, con destino a otros tantos objetivos, a 10 o 15 ciudades. Cada una de ellas tiene una potencia cien veces superior a la bomba de Hiroshima”. 

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