Pedro Sánchez también ha sido hackeado, espiado, mancillado, se le han metido en el zapatófono como en el calzoncillo, que yo creo que él no tiene móvil sino zapatófono, ese zapatófono que le brilla en el escaño como un diente de oro o un encendedor de oro, y con el que deslumbra a la oposición. A Sánchez lo han hackeado, y también a Margarita Robles, con su móvil de peluche y orejeras, que ellos son el presidente del Gobierno y la ministra de Defensa pero luego tienen un móvil chino o un móvil pantuflero, como cualquier particular. Los han hackeado, o eso dicen ellos ahora, claro, que a uno le parece que ya va habiendo muchos espiados, muchos perseguidos o muchos manazas con el dedo pegajoso o porrón, y justo cuando, a unos y otros, apenas les queda ir de víctimas de Fu Manchú o de Matrix. Los han hackeado por torpeza o por solidaridad, en fin, y no sabe uno qué es peor.

Sánchez con su zapatófono a manivela y Robles con su móvil de suegra, en los que se cuelan el operario de la telefónica y el sobrino, no dejan una imagen muy tranquilizadora de nuestra seguridad, pero sí pueden dejar una estampa de penitencia del Gobierno que apacigüe a los indepes y, sobre todo, representan otra calamidad contra la que Sánchez no puede hacer nada.

Pegasus es otra pandemia distópica, otro volcán de Satán, otra guerra de Putin, un agente del destino, inevitable, incontrolable, que te arruina la política, la economía, la intimidad y las vacaciones. Hasta a Merkel la han espiado con el dichoso programita (quizá se lo pasó Sánchez a través del sticker de una rosa centelleante o de un reel de perreo salvaje). O sea, que no es culpa de nuestros espías con tirachinas y bocata de calamares, ni de nuestro Gobierno que funciona con el Candy Crush en segundo plano, como Celia Villalobos, sino que es un mal global. O sea, otra excusa perfecta y casi gloriosa.

Sánchez con su zapatófono a manivela y Robles con su móvil de suegra, en los que se cuelan el operario de la telefónica y el sobrino, no dejan una imagen muy tranquilizadora de nuestra seguridad"

A Sánchez vienen a rescatarlo todas las desgracias del mundo, como a un príncipe de los demonios. Todo lo que ha hecho Sánchez con su Gobierno de Progreso y su nueva socialdemocracia de morritos calientes lo han ido deshaciendo sucesivamente el virus, la lava, la guerra y, ahora, además, agentes externos que sin duda conspiraban para arruinar sus planes, cuidadosamente extraídos entre memorandos de voz del Falcon sobre la provisión de cacahuetes y güiscazos, y muchos selfis culiprietos con bruma oriental de espejos y lociones. Eso sin contar la derechona, que ya saben que se alía con todos estos oscuros enemigos en vez de “arrimar el hombro” (Sánchez sigue pidiendo ese hombro como para cargar el ataúd de España, pesado igual que el del Cid). Cuantas más desgracias, mejores excusas. Sánchez ya tenía la excusa planetaria, la excusa geológica, la excusa geopolítica, y ahora tiene la excusa definitiva de que los planes que trazaba en su búnker sexy de la Moncloa, lleno de fresones y alfombras de oso, se los ha comido el perro de un espía de farola, que va con perro para despistar, como Luis Medina.

El Gobierno queda mal de cualquier forma, o eso piensan algunos que aún no entienden cómo funciona Sánchez, que es algo así como un surfista ligón de los apocalipsis. El Gobierno queda mal si les ha hackeado un chaval con patinete, o una violonchelista rusa con toda Siberia entre los ojos y el pubis, o el mismo sonriente copero que nos despistó en Marruecos poniendo la bandera bocabajo como en una ceremonia satánica. El Gobierno queda mal si nuestros servicios de seguridad sólo repasan los móviles, las bujías o las pistolas en fechas y talleres perezosos, espaciados y lejanos, como de ITV. El Gobierno queda mal también si no les ha hackeado nadie y prefieren parecer unos mantas ante el mundo entero para tranquilizar a sus socios. O para que no se hable de Ayuso, la Reina del Keroseno con pandilla motera (con esta ocurrencia uno se imagina a Ayuso ya un poco entre Catwoman y la Pantera Rosa con bólido, más el ballet de Aplauso por detrás, con plataforma, navajita y música de Bernstein).

El Gobierno queda mal de todas formas, pensaría cualquiera, insisto, menos Sánchez, que se ve ligando tras llegar a la playa con el pelo mojado y una cicatriz de tiburón en el culo, hermosa, filosa, salada y roja como un collar de coral.

El espionaje será o no será, será de los marroquíes que nos la cuelan como en el zoco, o de los rusos que espían por tradición, como si fuera ballet o ajedrez, o de los chinos subidos a nuestra chepa como un chino de Roberto Alcázar y Pedrín, o incluso de Estados Unidos, que no se fía de las ufanas amistades chandaleras de los socios de Sánchez. Yo apuesto por que sí hubo espionaje, pero lo sabían hace tiempo y sólo lo han sacado ahora para montar el numerito de soponcio y colegueo y recuperar el foco. Si cae alguien, no será la rusa con la melena sobre el violonchelo de su espalda ni el espía de farola, sino la jefa del CNI, o sea un conveniente trofeo para los indepes. Félix Bolaños, que desde que salió escoltando como un gato negro la momia egipciaca de Franco ha ido perfeccionando poco a poco su semblante de Arias Navarro pitagorín, anunció el hackeo con luto aperlado y resignación indignada, como una viuda negra. Pero lo de Pegasus no es una calamidad, un fracaso ni una vergüenza, sino otro salvavidas para Sánchez, guapo de tiburón de plástico y boca a boca con lengua.

Pedro Sánchez también ha sido hackeado, espiado, mancillado, se le han metido en el zapatófono como en el calzoncillo, que yo creo que él no tiene móvil sino zapatófono, ese zapatófono que le brilla en el escaño como un diente de oro o un encendedor de oro, y con el que deslumbra a la oposición. A Sánchez lo han hackeado, y también a Margarita Robles, con su móvil de peluche y orejeras, que ellos son el presidente del Gobierno y la ministra de Defensa pero luego tienen un móvil chino o un móvil pantuflero, como cualquier particular. Los han hackeado, o eso dicen ellos ahora, claro, que a uno le parece que ya va habiendo muchos espiados, muchos perseguidos o muchos manazas con el dedo pegajoso o porrón, y justo cuando, a unos y otros, apenas les queda ir de víctimas de Fu Manchú o de Matrix. Los han hackeado por torpeza o por solidaridad, en fin, y no sabe uno qué es peor.

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