Para llenar los mítines de Dos Hermanas, especie de vieja mina de sal del PSOE andaluz, aquel PP de Javier Arenas tenía que llevar a Los del Río a cantar la Macarena con un cuadro de flamencas discotequeras y sosas, como flamencas de Fitur. Ahora, es Pedro Sánchez el que tiene que llevarse a ocho ministros, toda una compañía de flamenco, toda una troupe de ruló, todo un estand de cortadores de jamón o de vendedores de colchones de la Moncloa. En aquel velódromo de Dos Hermanas, más monumento que instalación deportiva, como de un constructivismo soviético del PSOE andaluz, vi en 2009 a Soraya Sáenz de Santamaría bailar como una maestra marchosa y a Rajoy palmear como un rumbero. Titulé la crónica “la rumba del cambio”, porque se diría que aquel PP quería ir tomando la Andalucía egipcia socialista imitando un poco su mismo folclore, invadiendo sus santuarios y acumulando gitanería de agencia y autobuses con olor a tortilla de la playa. Ahora es Sánchez el que está de reconquista, pero él no tiene un hit festero, sólo ministros que parecen azafatos.

Ocho ministros de mitin a uno le parecen muchos ministros, o sea mucho lujo, mucho desperdicio, mucho alarde o mucha necesidad, como las muchas mujeres de un jeque. Quiero decir que antes bastaba sólo con Sánchez, duro, seductor y solitario, como un pistolero; bastaba con Sánchez para la guerra y para el amor, para dar caña a la derechona y para provocar desmayos socialistas, que son como desmayos sobre camas de rosas. Sánchez llegaba a los sitios como un gurú de secta o como un mago, obrando milagros de confeti con una mano como un ala enguantada y condenando o haciendo desaparecer a los malos con la otra mano terrible. Nadie esperaba ver teloneros, suplentes o segundones que tuvieran que sostenerle el espectáculo, el milagro ni el hipnotismo, si acaso sólo la capa, si acaso sólo limpiarle el sudor de cirujano guapo de la política, salvando el mundo con los dedos sobre un corazón como sobre una bomba. Ese Sánchez, bajo una bola de discoteca, sólo tenía que chasquear los dedos para que la gente cayera desmayada y humedecida sobre las grandes rosas como nenúfares que dejaba su discurso. Ahora, tiene que llevar a ocho ministros como ocho tragafuegos o el espectáculo peligra.

Sánchez ya no es esa estrella, ese divo, esa presencia que llenaba toda la vista y todo el cielo, como Superman o una vedete bajando con capa aventada y flamígera. O al menos, se ha quedado en estrella, divo, superhéroe o vedete que necesita a gente como Félix Bolaños o José Manuel Albares, señores que están entre los reaseguros y la sombrerería, para que le levanten la cosa, para que el mitin al menos parezca un karaoke de empleados, que también tiene su público y su gracia. Sánchez, que hasta hace nada estaba solo planeando por los cielos en su Falcon como pilotando a Mazinger Z, que estaba solo luchando contra Susana y contra el PP como contra el barón Ashler, ahora es alguien que se lleva a los grandes mítines a Raquel Sánchez, Diana Morant, Luis Planas y Reyes Maroto, que es como si una estrella del rock llevara al elenco de las galas de José Luis Moreno. O quizá sólo quiere llevar a gente que haga juego con Juan Espadas, políticos y ministros que parezcan un funcionario con gato o un divorciado triste.

Juanma Moreno tampoco es que haya hecho milagros, pero quizá bastaba con la decadencia de Sánchez

En Dos Hermanas, en aquellos tiempos en los que Soraya bailó y habló con su ambigüedad de siempre, la de estar entre niña y bruja, había tres concejales del PSOE por cada uno del PP, y aún siguen sacando mayorías absolutas con la puntualidad y la familiaridad de una vieja carraca. Aquel PP que en 2009 pedía el cambio agitando el pañuelito sudado de Los del Río todavía tenía que ir a Dos Hermanas como si fuera Hernani. No fue el PP de Arenas, sino el de Juanma Moreno, aplicadito, soso, práctico y hasta sortudo, el que llegó, mucho después, a gobernar en la Junta. Ahora se dirige hacia las elecciones de junio acunado por las encuestas como por una nana de planchadora. Juanma Moreno tampoco es que haya hecho milagros, pero quizá bastaba con la decadencia de Sánchez y con desmentir esa maldición como guerrista que vaticinaba que con el PP volverían los terratenientes, el diezmo, la alpargata y las recuas con serones por las calles.

El PSOE andaluz, que vivía de mitología, de santería y de repartir consuelo y pobreza piadosamente, como una parroquia, ya no puede usar el mismo cuento, ya no puede recurrir a Guerra ni al terrateniente ni al dóberman, que Moreno Bonilla no asusta a nadie ni poniéndolo así, con nombre de árbitro. Por eso Juan Espadas es un señor que parece que sufre un frío de rey con frío, con más frío que nadie después de lo que tuvo y perdió su partido, un partido que apenas tiene la esperanza de Macarena de Salobreña, con su nombre y sus ropajes de bandolera. A Sánchez le pasa lo mismo que al PSOE andaluz, ya no puede volver a usar los trucos que le han descubierto, su labia y su mandíbula se han estrellado contra la realidad como contra el cristal de su escaparate.

Por supuesto que Sánchez se trae a ocho ministros, faltaría más. No es que se traiga un cuerpo de baile, sino que se trae lo que tiene, todo, nada. Ocho ministros para que se pongan entre él y la gente, para que se olviden un poco de él, para que recuerden gestión y no traición, para ir repartiendo el fracaso o la culpa. Sánchez traería otra vez a ese velódromo a Los del Río, o los haría ministros, si creyera que eso le ayuda a desaparecer y a sobrevivir, que ahora seguramente es lo mismo.

Para llenar los mítines de Dos Hermanas, especie de vieja mina de sal del PSOE andaluz, aquel PP de Javier Arenas tenía que llevar a Los del Río a cantar la Macarena con un cuadro de flamencas discotequeras y sosas, como flamencas de Fitur. Ahora, es Pedro Sánchez el que tiene que llevarse a ocho ministros, toda una compañía de flamenco, toda una troupe de ruló, todo un estand de cortadores de jamón o de vendedores de colchones de la Moncloa. En aquel velódromo de Dos Hermanas, más monumento que instalación deportiva, como de un constructivismo soviético del PSOE andaluz, vi en 2009 a Soraya Sáenz de Santamaría bailar como una maestra marchosa y a Rajoy palmear como un rumbero. Titulé la crónica “la rumba del cambio”, porque se diría que aquel PP quería ir tomando la Andalucía egipcia socialista imitando un poco su mismo folclore, invadiendo sus santuarios y acumulando gitanería de agencia y autobuses con olor a tortilla de la playa. Ahora es Sánchez el que está de reconquista, pero él no tiene un hit festero, sólo ministros que parecen azafatos.

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