Dicen que nadie es capaz de controlar esa trituradora de carne que puede llegar a ser la televisión. Ni siquiera aquellos personajes más curtidos en las singularidades y riesgos de un medio que todavía hoy expone como ningún otro a quienes aparecen en él. En el caso de María Teresa Campos, ni su prolongada experiencia ni su prestigio –esa condición de primera comunicadora del país, palabra seguramente acuñada para ella– evitaron que en los últimos años se deslizara del brazo de sus hijas por un tobogán de decadencia reputacional televisado en directo y diseñado por algunos de quienes este martes la lloraron en el tanatorio.

Ni su prolongada experiencia ni su prestigio evitaron que en los últimos años se deslizara del brazo de sus hijas por un tobogán de decadencia reputacional televisado en directo

María Teresa Campos empezó en la radio, y volvió a ella circunstancialmente. En 1998 aterrizó en la Cope para intentar llenar el hueco que había dejado Encarna Sánchez. Pero era un animal televisivo, y durante las dos temporadas que aguantó decidió compatibilizar las tardes en la emisora con las mañanas en Telecinco. Todo ello antes de protagonizar en 2004 la multimillonaria y fallida operación con la que se pasó a Antena 3 y que a la postre terminó con su reinado matinal.

Su último programa regular, ¡Qué tiempo tan feliz!, ya fue para ella una instancia menor y un poco de ocasión. Un desfile de 'qué fue de' donde recibía a viejas glorias del cine, la música y la televisión –más de una no tardó en morir después de pasar por allí, lo que llevó a un incondicional del programa como Mario Vaquerizo a decir que ya no volvía, por si acaso–. Los platós de la Campos siempre han sido un poco como su casa. En el de Día a día llegó a instalar un patio de vecindad donde comadreaba con Rocío Carrasco y con su hija Terelu, en uno de esos teatrillos que tanto disfrutaba. Pero en ¡Qué tiempo tan feliz! la Campos estaba ya demasiado como en su casa, casi en zapatillas aun sin apearse de sus irrenunciables tacones. Desvinculada de las exigencias de la actualidad diaria, en su merienda geriátrica se permitía cantar a dúo con su último novio, el cómico Edmundo Arrocet, y enseñar las fotos de sus viajes de enamorados.

Así que tiene sentido que en 2016 surgiera de manera natural una idea inimaginable pocos años antes: que María Teresa Campos se embarcara con sus hijas en un reality. La conocida, Terelu, en su momento la mujer más deseada por el español de a pie, había atraído a la anónima, Carmen Borrego, al circo incierto y despiadado de Sálvame. Ambas tiraron de la madre hacia el mundo autorreferente de la productora del programa, La Fábrica de la Tele. Y la generosa Campos, entre el amor de madre y el ansia por no dejar de figurar, se dejó llevar, convencida de que aquello sería una versión hispánica de las Kardashian.

Alguien que durante décadas había protegido con celo su vida personal dejó que las cámaras se pasearan por todas las estancias de su casa, esa mansión desmesurada de Molino de la Hoz que la presentadora pasó más tiempo vendiendo que disfrutando. En sus memorias, el añorado Jesús Mariñas, amigo y colaborador de Campos, recuerda lo que le dijo cuando se construyó aquello: “¿Una casa tan grande para ti? ¿Dónde coño vas?”. La propia Terelu ha dicho que el arquitecto Félix Arechabaleta, pareja de su madre durante muchos años y una suerte de padre para ella, "siempre pensó que construir esa casa era innecesario", y que eso les alejó y destruyó su relación.

Esa casa que vimos con detalle en Las Campos y que todo televidente sabía que llevaba años a la venta representaba el delirio de la grandeza perdida y el símbolo de la decadencia de una estrella que se resistía a dejar la televisión. Al ver aquel programa, con el malicioso montaje que escarnecía a sus protagonistas, el espectador no asociaba a las Campos con las Kardashian; se preguntaba qué necesidad tenía la depuesta reina de las mañanas de someterse a aquello.

¡Qué tiempo tan feliz! fue cancelado en abril de 2017. Mes y medio después, María Teresa Campos sufrió un ictus. Los dos últimos episodios de Las Campos se emitieron de tapadillo en agosto de 2018. Pero el circo siguió en el plató y las portadas. Por ejemplo, cuando a finales de 2019 Arrocet dejó a Campos por Whatsapp y la interesada lo contó en ¡Hola! y, entre sollozos, en algún programa radiofónico; y sobre todo cuando en los últimos meses el brusco deterioro de salud de la antaño intocable comunicadora ha sido objeto de un seguimiento cruel, mientras sus hijas pedían respeto al mismo tiempo que concedían exclusivas comentando la salud de su madre. Y no se las puede culpar. Probablemente han metabolizado que la exhibición pública de su vida familiar es algo natural.

Lo cierto es que la publicación de las fotografías de una envejecida María Teresa robadas en sus últimos y contados desplazamientos contrastan poderosamente con el afecto y la consideración unánimes de la despedida. Se ha pasado de manera fulgurante del escarnio al duelo. Alguien tiene que estar siendo hipócrita.

Mariñas, de nuevo en sus memorias, recuerda que en la época de Televisión Española, a Campos "le parecía que Telecinco era la 'cadena del váter'. Ya ves, ahora ella y sus hijas hacen allí sus necesidades. ¡Lo que provoca el estreñimiento profesional!". Ayer, en el tanatorio de La Paz, dos personas tan distantes profesionalmente como Iñaki Gabilondo y Carlota Corredera, directora de programas y figura relevante de la época dorada La Fábrica de la Tele, coincidieron en señalar que María Teresa Campos fue pionera a la hora de mezclar información y entretenimiento. No sé si saben lo que dicen, ni siquiera si Campos practicó esa combinación que le atribuyen –ella, más bien, introdujo la tertulia política en un gran magazine donde convivía con el corazón y el espectáculo–. Probablemente en esa confusión, de géneros, de información y opinión, de realidad y ficción, estñe la clave del triste final de una mujer que hizo historia en la televisión, y que la digna despedida que ha recibido ha compensado solo en parte.