Parece que todo nos lo ha traído ahora la fontanera, que ha llegado como el carro del buhonero o la furgoneta del tapicero, latonera, descuartizadora y quinqui. Pero la Guardia Civil siempre ha estado ahí, entre la autoridad, la historia, la mitología y la saeta, como un centurión romano, y alguien que se alimenta de iconografía como Sánchez tenía que toparse con ella, tarde o temprano, para usarla, para atacarla o las dos cosas a la vez preferiblemente. La Guardia Civil puede ser un instrumento partidista, como cuando aquel general suyo de nariz partida o cara partida admitió durante la pandemia trabajar para “minimizar el clima contrario a la gestión del Gobierno”. Por aquel entonces, claro, a Sánchez le gustaba aparecer como comandante en jefe o como capitán de Vacaciones en el mar, rodeado de galones anudados, anclas alegóricas y pechos hinchados y tensos como proas o como pérgolas. Los militares le prestaban al César de Empresariales todas las galas del héroe, así que estaban bien. Pero, si hace falta, pueden ser el mejor enemigo, como esos malos con gorra de plato y bombachitos de montar. Por supuesto, la Guardia Civil es fachosfera.

PUBLICIDAD

Yo creo que cuando a Sánchez le presentaron el concepto de fachosfera (uno se lo imagina como si le presentaran un pato asado bajo una campana de plata), la Guardia Civil estaba ahí también, entre coro de zarzuela y escolta mora de Franco, dentro del propio folclore del concepto. O sea, que además del rico con papada y látigo, del juez con sotana, del cura con toga, del periodista taurino, gordo de obscenos churros de posguerra como churros del Pardo, también estaba el guardia civil con sombra de ciprés, capote de hombre del saco y jefe en un fortín siempre fuera de la democracia. Los progres son, en realidad, los más carcas, porque aún creen en profetas con barbas, en ricos de cine mudo y en guardias civiles de mosquetón, bofetón, guindas y pavo. Eso de asumir que la democracia ha democratizado a los comunistas e incluso a los etarras pero no a los militares, a la Benemérita o a la madera (ya nadie les llama la madera, y uno diciendo eso se siente todavía más quinqui que Leire Díez), en realidad demuestra que sólo les interesa la democracia para llamar así a lo suyo, sea lo que sea.

La Guardia Civil ya era fachosfera, que les quedaba en el folclore un poco como si fueran unos samuráis de Franco que seguían aquí, pero disfrazados de guardia de tráfico y de motorista de la vuelta ciclista. Y eso significa que siempre se les puede acusar de franquistas, de golpistas, de estar pensando en el tricorniazo, porque si algunos no han salido del cine mudo mucho menos van a dejar de tener presente a Tejero, aquel torero con pistola. Por eso, aunque se desmienta el bulo de la bomba lapa y del plomo escupido según el cliché del género negro, aún dejan flotando por ahí la sospecha, la probabilidad de que las conversaciones y las fantasías de los miembros de la UCO tampoco sean muy diferentes a eso (la sospecha o la probabilidad de que la fontanera sea fontanera, y no una señorita ingenua que está haciendo la tesina, como la Nancy de Ramón J. Sender, no la consideran). Cae el bulo, pero si el cliché fachosférico está bien montado, con sus guardias civiles como si fueran seguratas de forocoches, la sospecha es aún más poderosa que la prueba. En eso andan los ministros, por eso no terminan de desdecirse.

La Guardia Civil era fachosfera, ya digo, no sólo desde que se presentó el concepto como una especie de museo folclórico de trajes y botijos, sino desde antes, cuando aún no se inventaban palabras nuevas para lo de siempre. Incluso sin fachosfera había fachas, aunque ahora suene como a fachas sin escafandra, y había derechona de Alfonso Guerra, que era lo mismo que la fachosfera pero como sin ozono. Si les sirve Franco muerto, al que pintan pequeño y poderoso como un Cid enterrado en una caja de zapatos, mucho más les sirve la mitología viva del guardia civil, que fue como el templario del Régimen. Como sólo la izquierda antidemocrática puede democratizarse (incluso siendo todavía antidemocrática) lo que tenemos en la Guardia Civil, en los militares y en la policía es como un gran ejército de terracota del franquismo de terracota. Si ya era así, en fin, imaginen si la UCO se pone a investigar a los Borgia de la Moncloa y la rica fontanería palaciega del sanchismo. Que, por cierto, evidentemente no es cosa tanto de la UCO sino del instructor que requiere sus funciones de policía judicial. Claro que sigue siendo fachosfera en todo caso, que es lo mejor del concepto, que todo lo que fastidia o amenaza a Sánchez queda localizado en la misma charca.

La Guardia Civil es fachosfera, como casi toda España menos la Moncloa, sus sotanillos anegados y sus jardincillos con estatua meona y chorrafuerista de Sánchez. Para dejar de ser fachosfera tendría que controlarla Sánchez, cosa que puede hacerse realidad pronto con la reforma de Bolaños. No iban a ser los cuarteles y cuartelillos de la Benemérita, con Virgen de garita, cantina y economato, más sagrados que la Fiscalía o que el resto del Estado, el Estado que está ocupando Sánchez como única forma de librarse.

El ataque a la Guardia Civil no lo ha traído la fontanera, con su pinta de cantarera siciliana. Lo que sí ha traído es la más que viva sospecha de que la guerra más o menos simbólica o iconográfica contra la Guardia Civil, que seguía teniendo en el tricornio esa cosa entre toro de Osborne y yunque lorquiano de sombra y sangre, ya se ha convertido en guerra sucia. Ahora, la Guardia Civil es como el Lute de Sánchez, o sea que no se va a librar. Y lo peor es que esta guerra sucia ya amenaza a todo y a todos. No serviría de nada, en realidad, si no amenazara a todo y a todos. Ahora es Sánchez, con sombra de ciprés y brillo de espuela, el que manda en los caminos.

PUBLICIDAD