María Jesús Montero parecía que esperaba a Sánchez en Sevilla para cantarle la saeta que no le ha cantado nadie todavía, y miren que lo va pidiendo nuestro presidente con su cara de cristo de prendimiento, algo confuso o incongruente entre romanos judaizantes de Triana y huertos andaluces de gladiolos y pimientos. Están todos en Sevilla, huyendo de los romanos de la UCO, del sanedrín del Supremo, de los periódicos, de la verdad, de la gente, de lo que venga. Están todos en Sevilla, haciendo como una Semana Santa en verano, que da mucho calor sólo pensarlo, socialistas consumidos y ministros con la mano quemada, como un guiri con ampollas. Están allí porque la ONU ha tenido a bien montarle a Sánchez una especie de parque acuático del multilateralismo en el que refrescarse, pero yo creo que lo que van preparando los sanchistas es el exilio. La primera, María Jesús Montero, que parece una de esas señoras que van preparando el nicho con mucho tiempo y cuidado, como un patio andaluz.

María Jesús Montero defiende a Sánchez como una madre del socialismo desde su casapuerta andaluza, donde se siente poderosa de tradición y porte, justo como una madre andaluza. Hace declaraciones en FIBES, el Palacio de Congresos de Sevilla, donde yo vi a Susana Díaz casándose con toda la herencia aciaga del socialismo andaluz como la que se casa con un torero, y hace entrevistas en El Correo de Andalucía, donde la sacan como a una infanta en la Plaza de España (es un periódico así como monárquico del socialismo andaluz, que ciertamente fue una monarquía con sus retratistas y todo). Lo que pasa es que yo no puedo ver a Montero como sanchista, al menos como pueda serlo Bolaños, salvado por Sánchez del club de ajedrez para que se tome las crueles venganzas de los frikis de club de ajedrez (yo lo veo un poco como la Carrie de Stephen King pero con clarinete y ministerio). Montero es más, es como la veterana que salva al sanchismo de la improvisación y la bisoñez, como un viejo agente de un KGB socialista. 

María Jesús Montero, vieja guardia, viejas armas, representa la conjunción del sanchismo con el socialismo andaluz, esa máquina de fabricar sentimentalidad y mendrugos, clientelismo y resignación, superioridad e inferioridad, señoritos muertos y señoritos vivos, menesterosos felices y menesterosos preocupados, y que así consiguió gobernar más tiempo que Franco. En realidad, fue el socialismo andaluz el que inventó lo de vivir del relato, que Andalucía seguía atrasada, pobre y en barbecho pero al menos no gobernaba la derecha con sus jacas, esa derecha que en seguida nos devolvería a la alpargata, a las gachas y a las siegas con misa de marquesa y duro de marquesa. Manuel Chaves fue lo suficientemente listo o perezoso como para asentar su mando o su tranquilidad en el equilibrio de poder entre clanes y familias, y por poder hay que entender, claro, reparto del presupuesto público. En otro lugar quizá esto no hubiera bastado, pero en Andalucía bastó. Como la gobernanza no importaba porque el relato estaba siempre ganado con la derecha de zahón y sotana, el reparto y el abuso del dinero público se convirtieron en la manera en que toda la autonomía funcionaba y se pudría.

No se trata de los ERE o el caso Mercasevilla, sino de cuatro décadas funcionando según los parámetros que hacen posibles los ERE y Mercasevilla. Ante esto sí que parece una anécdota lo de Cerdán, que se diría que él ha inventado las mordidas, que Koldo ha inventado el hacha y que Ábalos ha inventado el cubata con puta triste a los pies. Montero me parece la maestra antigua que ha traído Sánchez para leer la cartilla, ahora que ya no hay cartilla. La diferencia es que el cortijo de Chaves, o el cortijo de Susana, que era el mismo, todavía tenía lindes ideológicas y constitucionales, y Sánchez no las tiene. El sanchismo podría ser como un socialismo andaluz sin límites, con toda la experiencia, todo el hambre y ningún freno. Bolaños sólo hace lo que le dicen, que hasta habla con metrónomo en la mano (no suelta el clarinete ni acribillando jueces). Es mucho más peligrosa Montero, que enseña, guía y engaña como esa pitonisa que parece, pero con poderes de verdad.

Montero es ese sargento de hierro que ha traído Sánchez para que entrene en el socialismo más chungo que hemos conocido con unas intenciones aún más despiadadas

Montero viene a decir lo mismo que Bolaños al defender a Sánchez, pero lo dice como esa infanta de la Plaza de España o como esa madre con babucha, con una tradición, una autoridad y un saber que son un ejército más temible que los diseñadores de crucigramas del sotanillo de la Moncloa. Eso aunque la sintaxis le quede loca y folclórica, como la duquesa de Alba bailando. Ha dicho, ya ven, que el Comité Federal será “un abrazo fraternal”, pero yo creo que el calor de Sevilla le da borrachera de feria por analogía. Montero es ese sargento de hierro que ha traído Sánchez para que entrene en el socialismo más chungo que hemos conocido con unas intenciones aún más despiadadas. Lo que ocurre es que uno no cree que tenga ya mucho tiempo para hacer planes de asalto o demolición. O lo espero, al menos.

Sánchez se achicharra también en Sevilla, bajo su sol de tendido de sol, de rueda de churros, de tabardillo de turistas y caballos. Sánchez está quemado, y vaya donde vaya parece que huye en llamas, como un hombre bala de circo, entre el desastre, el ridículo, el espectáculo y la inevitabilidad. Una Sevilla tomada por banderolas y extranjeros, como en la Expo, sirve perfectamente como “agenda internacional”, que es la única agenda que distrae a Sánchez de la otra agenda de los tribunales o del destino. Sánchez ya había decidido mandar a María Jesús Montero a Andalucía, devolverla más bien, como una señorita que vuelve de Suiza a su cortijo (el cortijo de los ERE y demás). Claro que esto era antes de que el sanchismo implosionara, ahí dentro de la cara de Sánchez, donde tiene su base. Ahora, todo parece una desbandada y Montero habla de las próximas elecciones como el moribundo que habla del próximo verano. Lo que parece Montero, en la entrevista o en los balcones saeteros, es una infanta difunta. Y lo que parece Sánchez es un cristo sevillano naufragado entre flores, que no va a llegar ni al milagro ni a la Navidad.