Todo es política ya menos la política, que es literatura. Es política hasta nuestra Vuelta ciclista, que era ese escaparate de castillos despeñados y españoles reventados y ahora es el escaparate de los salvamundos de poltrona y puchero. Ahora hay que parar la Vuelta para salvar el mundo, o más bien salvar a Sánchez, a quien Gaza, en realidad, le importa lo mismo que el Sáhara Occidental o que la propia España, o sea nada. Así que las tardes de siesta y soniquete, de Perico Delgado como si fuera el afilador que se aleja y se acerca con su flauta ponzoñosa o su voz de hipnotizador, ahora son las tardes de zafarrancho contra los genocidios, las injusticias, los crímenes o lo que mande el señorito, que siempre hay uno. Los genocidios, las injusticias y los crímenes seguirán, pero el señorito se habrá pulido el aura como los zapatos y los salvamundos se habrán pulido los chacras como un cuenco tibetano o como una subvención pública. Si les importara el conflicto palestino, sabrían que Golda Meir ya dijo cuándo acabaría, y que no depende ni de Israel ni de los pobres gregarios de la Vuelta, con chepa y talega.
Están parando la Vuelta para ver si luego se para el mundo como el coche escoba, pero la verdad es que, si nos damos cuenta, ya teníamos parada España entera, desde hace mucho y para lo mismo, o sea sólo para hacerle literatura a Sánchez. Si podemos estar sin presupuestos, sin gobierno y sin servicios básicos, también podemos estar sin el Angliru, que es como el infierno del ciclismo, y sin los Lagos de Covadonga, que son como su cielo, y sin esas metas volantes que son como los puentes romanos de plástico de la Vuelta, por los que pasa el ciclista y el aficionado con respetuoso desinterés. Incluso en esta España ya parada, como nuestros trenes, puede salir Sánchez de buena mañana, como el otro día, para pararla aún más antes de anunciarnos los escarmientos terribles que él ha preparado para Israel. Cómo estará la cosa de parada que hasta Bildu se había parado en seco en sus reivindicaciones sanguíneas o sanguinolentas para protestar por el genocidio, que es casi como si reclamaran derechos de autor. Cómo estará la cosa de parada que Hamás asesinó a un español en Israel y aún no han salido las flotas ni los espontáneos. Será que vamos genocidio a genocidio.
Tiene sentido que se pare la Vuelta, como si se quisieran sustituir sus gregarios, que son como los porteadores o los fontaneros del pelotón, por los gregarios, los porteadores o los fontaneros del partido, que eso sí que mueve aquí todo. Los ciclistas, ya enflaquecidos y tristes, uno los ve como rehenes perfectos, que ya van como en rebaño y perdiendo de antemano (los ganadores son poquísimos, es un deporte más de mártires que de héroes). Pero no hablemos de rehenes, que Hamás podría dejar de aplaudir a Sánchez. Digamos, simplemente, que arreglar el mundo desde uno de nuestros pueblos de colegiata y viñedo es mucho más fácil que arreglar el propio pueblo de colegiata y viñedo, al que a lo mejor se le han quemado la colegiata y el viñedo. Pero yo creo que nadie aquí quiere salvar el mundo ni a los gazatíes, ni puede pretender acabar con las guerras santas e históricas yendo a por el maillot de la montaña como a por un diablo cabrío, ni vertiendo lágrimas de azafata de la Vuelta como de miss. No quieren salvar el mundo, sólo cambiar el foco, que lo nuestro (lo suyo, más bien) parezca, desde el Gólgota de Gaza, algo insignificante y miserable.
Arreglar el mundo desde uno de nuestros pueblos de colegiata y viñedo es mucho más fácil que arreglar el propio pueblo de colegiata y viñedo, al que a lo mejor se le han quemado la colegiata y el viñedo
Lo que pasa es lo de siempre, o sea que esos espontáneos tienen su propia guerra, también santa e histórica, y no está lejos, ni en Gaza ni en otros montes, palacios o mataderos de los dioses. Nuestras guerras siempre tienen que ver con cosas de aquí, nos traemos las guerras de por ahí sólo para catetizarlas y reinventarlas en nuestras guerras. Sánchez, que nos conoce bien, sabe que su única oportunidad para sobrevivir es esa guerra santa y eterna, que ahora tiene que ver con Israel y antes tenía que ver con los ricos o con la crisis climática o con la derechona de rosario, morrión y ricino. Esa guerra que no es sino la suya. Y a su izquierda están igual, volviendo a los enemigos icónicos con chistera o bigotillo, por pavor de volver a las revoluciones del botellón, la guitarrita y el porrito, a esa melancolía perdedora de escalón de taberna o facultad, después de haber estado nada menos que en el Gobierno y conseguir sólo que nos cansemos de sus monsergas, su hipocresía y su tabarra.
Lo mismo yo también me iba a parar la Vuelta, incluso me animaría a quemar una meta volante como un castillo gótico hinchable, si creyera que con eso iba a conmover a los salvajes de Hamás y a los cínicos de Netanyahu (yo creo que los israelíes más extremistas han llegado a la cínica conclusión de que si a los de Hamás no les importa la vida de su gente ni de sus hijos —lo que decía Meir—, no les va a importar a ellos). El gazatí, en realidad, es otro rehén enflaquecido, mucho más que nuestros ciclistas hambrientos hasta de aire. Rehenes de Hamás y rehenes de una guerra santa que no quiere ni paz ni libertad ni territorio (Israel sería el primero que firmaría una solución con paz y dos estados), sino el exterminio de Israel. Eso sí es un genocidio y, de nuevo, contra los judíos. Si Israel quisiera el genocidio no le habría costado ni una semana, menos 80 años. Aunque lo de cinismo asesino se le acerca bastante, no es genocidio. Y es el terrorismo palestino / iraní el que tiene en su mano parar el horror. Claro que, consiguiendo niños muertos, flotillas recreativas, espontáneos folclóricos y gobiernos que les hacen la propaganda, ahora es cuando no van a parar.
La Vuelta ciclista era ese escaparate preindustrial de nuestros acueductos desbrozados y nuestros nativos esforzados. Con ella el español volvía a ser un arriero de los caminos y un pedestre de la gloria, era como si todo el deporte se volviera hasta reencontrarse con nuestro atraso histórico o sólo locomotor. Por eso a mí me parece nuestro deporte nacional, no el fútbol, que es un espectáculo megalómano y decadente. Aunque quizá el verdadero deporte nacional sea la política, sobre todo si no es política sino literatura bélica, y la hacen, cínicamente, salvamundos pacifistas, o sólo perezosos, o sólo mentirosos, o sólo estafadores.