Acostumbrada como estoy a escribir sobre asuntos siniestros –como las terribles violaciones de derechos humanos que ocurren a diario en Venezuela, o los estragos de estos tiempos geopolíticos convulsos que acompañan el cambio en el orden mundial–, hablar de algo tan maravilloso como que hayan otorgado el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado me resulta un reto. Porque, más que analizar sesudamente el acontecimiento, siento un orgullo y una emoción inmensos. 

Así que, a riesgo de parecer un poco cursi y nada objetiva, comienzo titubeante estas líneas con las que quiero resaltar la figura de María Corina Machado, que ayer pasó a la inmortalidad de los grandes gracias al premio con el que ha sido distinguida. 

Nunca imaginé que, cuando el presidente del Comité, Jørgen Watne Frydnes, hablaba de "una mujer", se refería a la amiga y líder que todos conocemos y admiramos. 

¿Qué se puede decir de quien ha decidido arriesgar su vida a conciencia, de quien eligió la clandestinidad antes que el exilio? –¡Entendamos que ni sus hijos saben dónde se encuentra!–. ¿Qué decir de quien lleva más de un año comunicándose y dirigiendo un movimiento únicamente a través de las redes sociales, sin un abrazo, sin un hombro que la sostenga en sus momentos de flaqueza, sin un oído con quien compartir el día? ¿Qué decir de esta mujer que ha adelgazado ante nuestros ojos, que lleva el cabello largo por su autoimpuesta reclusión, y en cuyo rostro se nota el color de quien no ha visto un cielo azul ni sentido los rayos del sol desde hace muchos meses? 

Y es que, a pesar del enorme sacrificio que ello supone, María Corina ha construido, pruebas electorales en mano, una coalición de voluntades nacionales e internacionales que, junto a ella, avanza hacia una transición política que devuelva la democracia a Venezuela y permita la juramentación de Edmundo González Urrutia. Coherencia, coraje y determinación. Una profunda convicción en la libertad, la democracia y el imperio de la ley completan el cuadro. María Corina es, sin duda, un ave rara. 

El texto del Comité Nobel es claro: María Corina Machado merece el premio "…por su trabajo incansable en la promoción de los derechos democráticos del pueblo de Venezuela y por su lucha para lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia.  Como líder de las fuerzas democráticas de Venezuela, María Corina Machado es uno de los ejemplos más extraordinarios de coraje civil en América Latina en tiempos recientes. La señora Machado ha sido una figura clave y unificadora de una oposición que estaba profundamente dividida; una oposición que encontró un terreno común en la demanda de elecciones libres y de un gobierno representativo. Esto es precisamente lo que está en el corazón de la democracia: nuestra voluntad compartida de defender los principios del poder popular, incluso cuando no estamos de acuerdo. En un momento en que la democracia está bajo amenaza, es más importante que nunca defender este terreno común".  

Sin embargo, al ser informada, la hemos visto conmovida por su humildad y su perseverancia. María Corina afirma que no merece este premio, que debe entenderse que no es para ella sino para un movimiento social, y que "todavía no estamos allí", convencida de que el galardón pertenece a todos los venezolanos de bien, aunque primero haya que alcanzar el objetivo antes de celebrar. 

Nadie nos va a arrebatar este sentimiento de alegría en medio de tanto dolor e incertidumbre por un desenlace que aún no llega a Venezuela


Innumerables líderes mundiales la han felicitado a lo largo del día: António Guterres, Ursula von der Leyen, Donald Trump, Javier Milei, Barack Obama… Honor a quien honor merece. Todos destacan su convicción democrática, su liderazgo y su capacidad para innovar en la conquista de los derechos civiles y políticos de todo un país. Pero no faltan quienes han querido empañar este momento. La izquierda europea —incluida la española— ha optado por criticar el premio e insinuar que se trata de una componenda, que el galardón se ha desacreditado. ¡Faltaba más! 

Lo cierto es que nadie nos va a arrebatar este sentimiento de alegría en medio de tanto dolor e incertidumbre por un desenlace que aún no llega. También de orgullo, de emoción, de admiración por esta mujer de temple de acero y corazón sensible, que hoy ha colocado a Venezuela en el centro del mundo, por encima de los conflictos que nos acompañan desde hace dos o tres años. Ha demostrado que la lucha por la democracia tiene muchos obstáculos, muchas caras y muchas fórmulas, pero un solo fin: la paz.


María Alejandra Aristeguieta es ex embajadora venezolana y experta en la ONU