Koldo llevaba la mochila como un ogro lleva un niño muerto, quizá por hambre o quizá sólo por dar miedo. Dicen que lo de la mochila era por si terminaba en la cárcel, que la cárcel para esta gente ya es algo así como una adversidad de entretiempo, llevarse la mochila para la cárcel como llevarse la rebequita por si refresca. Uno pensaba, más que nada, si en la mochila llevaría chistorras, chistorras a miles, como las cuentan ellos, campeones mundiales de la ristra o del empacho de chistorras, récord Guinness de chistorras como el récord Guinness de circuitos de fichas de dominó. Quizá se pueda comerciar con chistorras en la cárcel, cambiarlas por tabaco o por pastillas de jabón, aunque no sé si se pueden meter chistorras en la cárcel tan fácilmente como se meten en los partidos políticos. Sí, yo no hago más que imaginarme al pobre empleado del PSOE encargado de ir al cajero del banco, dando muchos viajes como de aguador, para sacar todo el chistorramen y todo el metálico que esta gente usaba tan normal y pulcramente. Pero Koldo se volvió con su mochila, con niño muerto, con puta descuartizada, con chistorra para todos o sólo con calcetines gordos, porque no se fue a la cárcel sino a su casa, igual que Ábalos.

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Koldo iba al juzgado con mochila, que es lo más práctico aunque uno lo veía como una especie de alegoría carcelaria, como el ladrón con saco (saco lleno de chistorras, reventón de chistorras, increíble de chistorras, muy parecido al pobre empleado del PSOE encargado de ir al banco, quizá también con saco o puede que con carrito de la compra). Koldo iba con mochila pero Ábalos quería ir sin abogado, como haciendo profesión o procesión de miseria. Yo creo que Ábalos no sabe ya cómo ir ni al juzgado ni a la calle, que parece que sale como un loco o como un pervertido, sólo con una gabardina. Koldo lo tiene más asumido, que no sólo va con su mochila para la cárcel como esas mochilas para el bebé, sino que uno lo ve ya casi en ropa de preso, esa holgona esportividad suya y que también concede enseguida el presidio (hasta Cerdán parece, en la cárcel, un entrenador de balonmano). Ábalos, sin embargo, aún no se entera o no quiere enterarse, le llora al juez como si hubiera robado jamones (o chistorras) de Morena clara, o nos llora a todos como si fuera Ada Colau. Se vuelven a su casa porque casi todo está destapado y porque es difícil fugarse con esas caras y sin pasaporte, no porque los ángeles aún estén peleando por ellos.

Ábalos está entre la negación, la huida, la pena y la ebriedad, que quería ir sin abogado como sin un zapato

En su declaración interrumpía al juez constantemente (yo me lo imagino como si intentara cantarle unas soleares mañaneras, con el vino caliente de los jartibles y de la media mañana) y le quería dar discursitos sobre la indefensión o la injusticia (que son temas también como de vino de mediodía). “Diga usted si va a declarar o no, esto no es el Congreso”, le cortó el juez como el tabernero. Cerdán también empezó un poco así, con discursito de ateneo o de Mariana Pineda, lo que pasa es que la cárcel suaviza enseguida ese engreimiento y esa alucinación en los que viven los políticos. Pero Ábalos aún se presenta en los juzgados como en las tertulias, con el manual del político en apuros y cara de perrete pachón. Hasta a Goebbels ha sacado para defenderse, por si a él también le funciona lo de los genocidios en flor, como los magnolios, y lo de las torturas de reojo, en plan Greta Thunberg.

A Ábalos ya no sólo lo persigue la fachosfera ni las chistorras, sino el mismísimo doctor Goebbels. Sí, doctor era el tratamiento que recibía, con escalofriante naturalidad y solemnidad, y estoy recordando por ejemplo la correspondencia entre Richard Strauss y Stefan Zweig, que tropezaron con él a raíz de la ópera que escribían (Zweig era judío, pero quiso mantenerse lejos de problemas y “política” demasiado tiempo, hasta que fue tarde, como suele ocurrir, incluso ahora). Ábalos no está escribiendo óperas, pero le han hecho unas pintadas llamándole corrupto y putero y él ha llegado en un tuit hasta Goebbels, quizá por aquello, ya digo, del fascismo en flor. La verdad es que las famosas leyes de la propaganda de Goebbels no las ve uno aplicadas a un señor al que han pillado con las manos en la masa, en el cocido y en las tetas de la cocinera, pero es lo que decía yo del engreimiento del político y de las escalas deformadas que tienen de la realidad. Eso sí, aunque Ábalos no tenga clara su estrategia (si acaso le queda una estrategia aparte de cantar), sin duda le ayuda que el engreimiento y las deformidades de la realidad o de la moral le funcionen tan bien a Sánchez.

Yo creo que Ábalos resiste gracias a Sánchez, que es quien le da fuerzas con su ejemplo, su tesón y su cara de pachón o de buscón. Sí, Ábalos aún piensa que lo puede salvar la milagrería o la fontanería de Sánchez, por eso confía más en las estampitas que en el abogado. Por el contrario, yo diría que Koldo ya sólo confía en su fuerza en el patio del trullo y en sus propias cartas en la timba (timba de soplones, mudos, putas, asesinos, muertos y vivos, todos mirándose, desconfiando y apuntándose). Ábalos está algo perdido entre la pena, el miedo y el asco, pero sobre todo está perdido por la esperanza. Aún piensa que el personal se tragará que las chistorras eran chistorras y las putas eran sobrinas, o no se lo tragarán pero dará igual. De todas las debilidades de Ábalos, la peor es el miedo, ese miedo que se le nota mucho, el de ir a la cárcel, que mientras Koldo ya se hace el equipaje, el bocadillo y el pincho, él aparece ante el juez sin un zapato. Por ese miedo, sabemos que Ábalos es el eslabón más débil. Es lo que saben todos en la timba, esa timba donde pronto todas las chistorras, toda la mierda, todas las cartas y todos los revólveres estarán sobre la mesa.

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