Emilio Rodríguez Menéndez regentaba durante la pandemia un despacho en la calle de Pedro Teixeira, en el barrio de Tetuán. Era un pisito viejo a cuya entrada se encontraba su secretaria, una mujer que fumaba como un carretero mientras despachaba a sus clientes en formato analógico. El lugar era sórdido, como el piso de un asistido, amarillento y descuidado. Polvoriento. Entre un bufete al uso y la casa de un demente, se asemejaba más a lo segundo. Allí apestaba a Ducados y a ambientador. En una pared, a la entrada, colgaba un retrato del aludido pintado en sepia, cuyo marco de cristal estaba resquebrajado a la altura de la nariz. Podría decirse que la grieta le partía la cara en dos.

La entrevista que le hicimos no fue bien porque Rodríguez Menéndez estaba casi sordo por aquel entonces y tampoco era cuestión de gritar. La verdad es que no es una buena idea quedar para charlar con alguien que no te puede oír bien. Al terminar nuestra presunta interlocución, me entregó un libro del que nunca se ha publicado nada, que se sepa. Su título era ¡La fuga!. Un pulso al Gobierno. Estaba autoeditado y en su portada aparecía su cara junto a las de Pedro J. Ramírez, Alfredo Pérez Rubalcaba y José Luis Rodríguez Zapatero. Diría que se publicó con prisa, dado que en su desarrollo hay faltas de ortografía y algunos detalles inconexos.

Lo más curioso de la obra es que está escrita como el viaje del héroe, lo cual resulta patético a todas luces para cualquiera que conociera al sujeto, por cierto, que en gloria esté, dado que se nos fue el viernes.

El libro comienza con la petición de disculpas al entonces director de El Mundo y con la descripción de la operación política que culminó con la difusión de un vídeo sexual en el que aparecía junto con la guineana Exuperancia Rapú, grabado desde el interior de un armario con una cámara oculta tras una máscara de tigre, dice. En esa operación, involucra a Felipe González, a Alfredo Pérez Rubalcaba, a Rafael Vera, al CNI, a abogados y a algún funcionario.

En un intento de persuadir al lector, de forma bastante absurda e inconexa, Rodríguez Menéndez se desliga de la trama, aunque reconoce que vio el documento antes de su difusión y que acudió a algunas reuniones en las que se preparó la operación, pero en las que le engañaron, dado que nunca supo que se iba a distribuir.

Ese tipo de explicaciones no convencieron al juez. Fue condenado a dos años de prisión por su participación acreditada en aquella conspiración. Entonces -afirma-, se calló muchas cosas, dado que no podía revelar que, como presidente-editor del diario Ya actuaba de testaferro del PSOE. “Tal era el control que ejercía el partido sobre este diario que Vera me llegó a cambiar numerosas portadas por la información que más les convenía”, recuerda.

"Era una puta"

A lo que no hace referencia en sus memorias es a otros encabezados con los que apareció en los quioscos su obra periodística más conocida: la revista Dígame. En una de ellas, aparecía el nombre de un personaje famoso secundado por el adjetivo “puta”. En otra, se acusaba a un expresidente del Gobierno de acudir a locales de alterne para vestirse de criada durante sus prácticas sexuales sadomasoquistas. A un diputado, de ataviarse con la máscara de El Zorro durante tareas de similar naturaleza.

Durante un tiempo, el director de esa publicación fue Antonio David Flores, de quien fue abogado defensor y con quien salió a la gresca. Marca de la casa. Quien no le acusaba de traicionarle, le señalaba porque le debía dinero. La Agencia Tributaria, en una de sus listas de morosos, le atribuyó una deuda de 3,6 millones de euros.

Confiesa en su libro Rodríguez Menéndez que se arrepiente de haberse entregado a la farándula y a los programas de televisión durante una etapa de su vida. “Aún a día de hoy me planteo el porqué di aquel desastroso paso del que siempre me arrepentiré y por el que pido perdón al pueblo español”. Después de escribir esa frase, sin seguir ningún hilo conductor lógico, comienza a exponer la forma en la que -según él-, su exmujer encargó su asesinato a unos sicarios a cambio de “50 millones de pesetas, un [reloj] Cartier y un polvo”.

Koldo, Alvise y Ábalos

Habrá quien es demasiado joven y no sea consciente del esplendor de este abogado, pero fue uno de los personajes más populares de España durante las décadas de los 90 y el 2000. Conserva este país cierta capacidad para engordar este tipo de figuras, que mezclan el populismo de Alvise Pérez con el espíritu barriobajero de Koldo García y los pecados de nuevo rico de Ábalos, Granados y demás criaturas extraordinarias. Rodríguez Menéndez quizás saltó a la fama tras representar a El Dioni o a La Dulce Neus, pero también fue letrado de personas turbias…, miembros de mafias y otras personas con asuntos poco presentables.

Llegó a fundar el Partido Socialista de la Justicia para luchar contra la corrupción. Se acabó la fiesta, quizás pensó cuando, en 2015, en el renacer de esa fuerza política, el Tribunal Constitucional vetó su participación en unos comicios. En 2005, fue condenado a seis años de cárcel por un delito continuado contra la Hacienda Pública. Dado que no estaba dispuesto a aceptar una “sentencia injusta”, fruto de una persecución política por parte de corruptos, decidió fugarse del país, rumbo a Buenos Aires. Unos meses antes del juicio -en la Audiencia Provincial de Madrid-, se había renovado el pasaporte, que utilizó durante su fuga, con primera parada en Lisboa, segunda en Río de Janeiro y tercera, en la capital argentina.

Sus años en América fueron convulsos, aunque su relato de aquella etapa roza el ridículo por momentos. Llega a referirse a sí mismo como “el papillon español” y a compararse con Emiliano Zapata. Describe un momento, en Bolivia, en el que entre picaduras de mosquitos asciende hasta un monolito erigido al Che Guevara.

En Sao Paolo, en pleno desasosiego, tras la tensión de sus idas y venidas, reconoce que se vio tentado a entregarse a los servicios de las señoritas de alto standing, que abundaban en algunos locales por allí. No consumó su plan -también se negó a masticar hoja de coca-, pero lo que sí reconoce es que durante aquellos años conoció a varias mujeres. Una de ellas, en las Islas Caimán. Era hondureña, abogada y una gran mujer, dice. En el terreno doméstico, llegó a tener encuentros más o menos duraderos con Nuria Bermúdez o Sonia Moldes. La caspa de la España frenética de los años anteriores al crack.

Mientras los platós de televisión de España dedicaban horas a su fuga, y mientras Soraya Sáenz de Santamaría -en la oposición- culpaba a Pérez Rubalcaba de su inoperancia por no frenar su huida, se deterioró la salud de la madre de Rodríguez Menéndez y viajó a España de incógnito.

Lo hizo en la Navidad de 2005, con un pasaporte falso -fingió ser un tal Ignacio Leira Alonso- que obtuvo a través de un falsificador de Bolivia, que hizo un trabajo espléndido a cambio de cuatro fotografías con fondo rojo y una suma generosa. Se plantó en la frontera con Brasil con 400.000 euros en efectivo en el automóvil y con intención de llegar a la Península Ibérica por Lisboa. Pasó los controles de inmigración sin problema. No le reconocieron. Cenó en su casa de Las Rozas, con la familia y con una periodista de Antena 3. A los pocos días, cruzó de nuevo el charco.

Al trullo

Unos meses después, le avisaron de que su madre estaba en el hospital y decidió repetir la operación, aunque le detuvieron. Cuenta que la policía portuguesa le estafó con un soborno de 40.000 euros y que, al llegar a la cárcel, ya en España, le invadieron ciertos pensamientos existenciales. “Mientras cenaba medité y tomé conciencia del porqué el hambre es la herramienta de las represiones. Mi mente se trasladó entonces a las revoluciones rusa y china y entendí el porqué triunfaron esas revoluciones".

Los informativos y programas de actualidad de aquella época alternaban las noticias sobre los primeros años del zapaterismo con las novedades de sus personajes más ridículos o ridiculizados. En Telecinco se abordaba con detalle la detención de Rodríguez Menéndez y Mila Ximénez -quien fue su amante, pero quien no le pudo entrevistar en Argentina- le ponía a caldo en los platós. Sucedió que, en el primer permiso penitenciario que disfrutó, se volvió a fugar. Inexplicablemente, pudo renovar su pasaporte durante ese período. El pájaro voló de nuevo y se escondió en Asunción, capital de el Paraguay, entre políticos corruptos y algún abogado al que le correspondía -según él- una posición moral más cercana a la de los grandes delincuentes que a la de los defensores de la justicia. Alicia, a través del espejo.

Admirador de "la doctora Kirchner"

El episodio más delirante de la biografía se produjo a su llegada a Argentina. Ahí se deshace en elogios hacia los Kirchner. A Néstor le define como uno de los mejores políticos de todos los tiempos y a ella, a la que se refiere como doctora, como una defensora incansable de los grandes valores de la humanidad. En ese país fue detenido y enviado a una cárcel que parecía una cueva -según sus palabras-, pero también puesto en libertad. Allí se rechazó su extradición a España y, cuando prescribieron sus delitos, regresó.

“En una de mis primeras noches en Madrid salí a cenar a uno de mis establecimientos habituales, Casa Lucio. Cuando llamé, me identificaron y oí al otro lado del teléfono a Javier, el hilo de Lucio, quien me transmitió su cariño cuando me dijo que la reserva la haría en la mesa de siempre. Al llegar al restaurante, me emocioné, toda la plantilla se acercó, me abrazaban. Lucio me dijo: ‘cuánto me alegro de que estés aquí’. Fue muy conmovedor.

Amenaza después con contar la verdad del atentado del 11 de marzo de 2004 o de algunos asesinatos de Estado. Esta especie de Saul Goodman a la española, millonario, amante del lujo, del dinero en efectivo, los hoteles caros y las mujeres, decía que tenía mucha información guardada en su memoria y lanzaba permanentemente avisos a navegantes. ¿Les suena la historia? ¿Hay alguna persona que actualmente también asegure que va a cantar y a comprometer a destacados miembros del PSOE? He aquí una reproducción a escala doméstica de la teoría del eterno retorno. 

Rodríguez Menéndez murió el viernes en el día de su 75 cumpleaños. En su visita a su despacho, y en aquella conversación que podría definirse como un ‘no me grites, que no te veo’, llamó la atención que tenía en su mesa un abrecartas bien afilado y una colección de bastones; diría que uno de ellos con cabeza de marfil. Antes de entrar, se escuchaba desde el exterior a una mujer, hispana, que lloraba mientras él decía: “Pero, ¿te quieres callar? Que te voy a ayudar, que te voy a ayudar”. Al fondo, la señora de la limpieza hacía la colada delante de todo el mundo.

Tiene España cierta capacidad inagotable para conceder minutos de atención a estos personajes. En este caso, por cierto, el germen de su popularidad se fraguó durante el felipismo, época sobre cuyos asuntos oscurísimos hoy pasan de largo unos cuantos porque su líder, que no es menos oscuro que estos personajes parduzcos, les sirve actualmente para librar su batalla contra el inquilino de la Moncloa.