Este país es el reino del humor sano. Somos capaces de reírnos de nosotros mismos como en ninguna otra parte del mundo, lo que muestra que el carácter desenfadado, mediterráneo, forma parte de nuestro ADN. A la vejez, viruelas. A las desgracias, sonrisas. Nos causan tanta gracia nuestra adversidad y nuestro empobrecimiento que el propio Gobierno los ha transformado en sainete y se ha gastado 600.000 euros -según varios medios- para difundir entre los medios de comunicación una campaña en la que ridiculiza a quienes no se pueden emancipar, dada la penosa situación del mercado inmobiliario.
En realidad, no se ríe de las dificultades actuales, sino de las futuras, cuando ya no gobernará Pedro y, claro, será imposible comprar o alquilar una vivienda, no como ahora. Es por tanto una simpática proyección sobre la forma en la que nos comportaríamos si aquí hubiera un problema con la vivienda. Es una especie de versión de La que se avecina, pero sufragada con fondos públicos. Desternillante, pero patética y a lo mejor real si no gobernara un partido que se preocupara por ‘la gente’.
El anuncio está protagonizado por una serie de veteranos que comparte vivienda en 2055 y lo hacen contra su voluntad. Somos nosotros, pero dentro de 30 años. Más calvos, más miopes y más frustrados y pobres, incluso los que ya son calvos, miopes, frustrados y pobres. Queda claro entonces -y es importante este punto- que la acción no se produce en el presente, donde Pedro Sánchez gobierna la locomotora económica de Europa y donde los salarios reales han crecido en un contexto de inflación, según le dijo el otro día a Àngels Barceló.
El Villarejo del futuro
El spot se inicia con la imagen de un tipo calvo, con gafas y pelo blanco, con una apariencia similar a la del comisario Villarejo, que lamenta que su compañero de piso lleve treinta años olvidándose los calzoncillos sucios en el baño, mientras, otro, se indigna porque de le han desaparecido sus yogures de su balda de un frigorífico futurista. “En cuanto pueda, me voy a vivir sola”, dice una sesentona, abrazada a la almohada, en una casa ruidosa.
El humor puede servir para denunciar las carencias del presente -como Carpanta, especialista en comer suelas de bota-, pero también para advertir sobre los riesgos futuros. Por eso es positivo que el departamento de Isabel Rodríguez haya diseñado esta campaña para lanzar un aviso a navegantes. Quizás ahora la situación es positiva, pero las sociedades decaen a toda velocidad cuando las gestionan descerebrados y caraduras sin capacitación, pero con verborrea inagotable, así que conviene estar precavido de cara al mañana, no sea que los españoles vayan a enfrentarse a dificultades para comprar o para alquilar una vivienda.
Ahora eso es tarea fácil. Los precios no rebasan mes a mes el récord histórico en las principales ciudades del país ni los jóvenes las pasan canutas para abandonar el nido materno e iniciar su proyecto de vida. Aquí, quien más, quien menos, puede invertir en un apartamento para evitar situaciones penosas, como la de trabajar todos los días, de sol a sol, en un contexto de salarios estancados y poder adquisitivo decreciente, en el que es imposible ahorrar para pagar la entrada de una vivienda y dotar la existencia de ciertas certezas. Esa situación desesperante, es propia de países en proceso de subdesarrollo, no como España, el cohete espacial económico de la UE. El Sputnik de las tapitas. El dron de Pedro, capaz de deslumbrar al FMI por su crecimiento imparable, su escudo social y su respeto al clima.
Camas calientes, ¿qué es eso?
Diría que en nuestros barrios es imposible encontrar situaciones que son propias de países donde no se garantiza el artículo 47 de la Constitución, como familias enteras viviendo en habitaciones; o como camas calientes, procesos de selección de inquilinos, contratos con condiciones leoninas o bajos y palomares reconvertidos en 'coquetos' estudios para solteros. Aquí no hay precariedad, ni existen una ley de suelo ni unos impuestos que dificulten la construcción de cualquier promoción urbanística hasta el extremo.
No sabemos lo que tenemos, así que es lógico que el Gobierno advierta sobre la que se nos puede venir encima si el mercado inmobiliario colapsa y se vuelve inaccesible para una gran parte de la población. ¿Conviene asustar al personal con un anuncio en tono dramático? En absoluto. En esos casos, lo mejor es tirar de sentido del humor. Si la situación que describe fuera real, sonaría a broma pesada. Implicaría reírse en la cara de los ciudadanos. Tomarles por imbéciles irremediables. Ser poco menos que un golfo al mando. Menos mal que no es así.
Tampoco los trabajadores autónomos sudan sangre y lloran veneno hoy en día. Por eso, la ministra Elma Saiz no dudó el pasado viernes en participar en un vídeo en el que defendía, en tono jocoso, su propuesta de incremento de las cuotas para 2026 (y 2027, 2028 y 2029), mientras afirmaba que sólo de esa forma se aseguran buenas pensiones, buena sanidad y buenas carreteras.
Unos días después, anunció que reculaba en una entrevista a El País y aseguró que tampoco habían hecho "ningún cálculo recaudatorio" a la hora de plantear el aumento de las cuotas. Es decir, se puede deducir que lo habían puesto sobre la mesa de forma automática. Por defecto. A las bravas, pero, bueno, sin tampoco reflexionarlo mucho. Menos mal que en este país el pequeño comercio no las pasa canutas y está con el agua al cuello. De lo contrario, podría sentirse humillado.
Por fortuna, en España se vive muy bien. Tenemos de todo, los turistas vienen por millones, nuestro nivel de vida es inmejorable, nuestros autónomos aceptan de buen grado los patinazos y nuestros jóvenes se independizan prácticamente antes de que les salgan los dientes. Aquí la dificultad es un concepto desconocido, al igual que en aquel cuento de Borges que definía un territorio en el que no existían los sustantivos. ¿Carencias? ¿Eso qué es?
Si de verdad una parte de la población las estuviera pasando canutas, alguien podría llegar a pensar que su Gobierno se ha empeñado en tocarle, con su propaganda, la parte de la anatomía masculina que centraba el último anuncio sobre la masculinidad del Ministerio de Igualdad, es decir, al producto del parto de la gallina. En plural. En pareja. Los huevos, vaya.
Siempre hay gente desconfiada y sin sentido del humor. En este caso, no creo que nadie tenga razones para sentirse mal.
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