No han pasado ni cincuenta años desde que Álvaro Cunqueiro vaticinara que los versos satíricos seleccionados para el primer libro de Alfonso Ussía, Coplas, canciones y sonetos para antes de una guerra (1979), iban «a servir de documento, de ilustración de una década, sin duda de las más importantes en la Historia de España, al historiador del dos mil cien o del dos mil doscientos». Acertó el escritor de Mondoñedo y se quedó corto, porque los cuatro primeros libros de Ussía (antologías de sus poemas de actualidad, en las que están ya presentes sus principales preocupaciones periodísticas) se han convertido, como los Apuntes parlamentarios de Víctor Márquez Reviriego, en el contrapunto al falso relato de la Transición impuesto por las leyes de memoria histórica aprobadas durante los Gobiernos socialistas de Zapatero y Pedro Sánchez, con la complicidad silenciosa de Rajoy, que pudo derogarla durante su mandato y prefirió no hacerlo. Comparaba Cunqueiro los versos de Ussía con las Coplas de Mingo Revulgo del siglo XV y las sátiras de Quevedo, y Manuel Martín Ferrand afirmaba que nuestro autor «moja la pluma en el mismo tintero que Mariano de Cavia [y su heterónimo taurino Sobaquillo] o Luis de Tapia, por citar sólo dos ejemplos brillantes, y bien diferenciados en lo ideológico, de nuestro periodismo de este siglo». Pero se resistía Ussía a tales comparaciones en un poema que tituló Quién no soy: «No soy Mingo Revulgo/ lo cual divulgo,/ ni tampoco Quevedo/ porque no puedo./ No soy Villamediana/ ni me hace gana,/ y menos Espronceda/ –por mí, no queda–./ Balbontín con perfidia/ me causa envidia/, y a Foxá añoro en todo/ su lujo y su modo./ No tengo la prosapia/ de Luis de Tapia,/ ni el abismo y el Zeus/ de Pérez Creus./ Pero intento ser algo/ y un poco valgo;/ escribo con modestia/ como una bestia,/ recito y versifico/ como un borrico,/ y mido y entresaco/ como un bellaco,/ pero soy el postrero/ juglar coplero/ que satiriza un poco/ país tan loco».
A aquel primer volumen le siguieron dos más, ilustrados también por Barca, Fustazos y caricias, prologado por Emilio Romero, donde reúne sus seminales colaboraciones en ABC entre 1980 y 1981, y Golfos, Gafes y gorrones, en el que se alternan los «versos cabales, puntuales y magistrales» publicados en Sábado Gráfico, el semanario para el que Ussía había sido llamado en 1977 por el director-editor Eugenio Suárez, con los recitados en la recién creada Antena 3 Radio. Al final de esta última recopilación, el propio Suárez, lacónico, anunciaba el cierre definitivo del histórico semanario, y por consiguiente de la editorial, tras 27 años de trayectoria. Pero cuando una luz se apagaba, otra se encendía. Para el sagaz y siempre alerta Rafael Borràs no pasó desapercibido el éxito de aquellos versos y enseguida fichó a Ussía para Planeta, donde en 1985 apareció su cuarto libro, Sin acritud, «la crónica poético-satírica, no exenta de ternura, de los dos últimos años de la vida nacional», con ilustraciones de Tom y retratos de Pol Borràs Blancafort.
El texto con el que se abría aquella antología, Mis alejandrinos, es un retrato autobiográfico en el que el autor se definía, ahora sí, por lo que era: «De objetivismos falsos estoy ya vacunado/; mi bien, es bien mío; mi mal sólo mi mal,/ y a pesar de los tiempos, estoy bien educado/ porque he desarrollado mi virus liberal.// Me han llamado ¡fascista!, y me han gritado ¡rojo!;/ sé que ese es el tributo que paga mi poesía;/ no me evado de nada y el trasero me mojo/ siempre que sea preciso. Me llamo Alfonso Ussía». Esa actitud indomable le llevó a ser denunciado varias veces (una de ellas por el alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, contra el que lanzó divertidísimos dardos en los que le acusaba de estar al servicio de la URSS), e incluso condenado otras tantas por su incontenible verbo y la falta de encaje de los ofendidos. Fue también expulsado de la Cope por leer en diciembre de 1990 un poema contra Monseñor Setién, entonces «obisparra» de San Sebastián (quizá el personaje, junto a Javier Arzállus, al que más adjetivos ha dedicado) y tras 22 años tuvo que dejar ABC por un artículo, Y ahora, el cerdo, que el director José Antonio Zarzalejos no se atrevió a publicar en 2004, porque ridiculizaba al nacionalismo vasco, y tuvimos que leerlo en La Razón, donde escribió Ussía los siguientes 16 años. Y es que, antes de que intentaran asesinarlo en varias ocasiones y de tener que llevar escolta durante más de dos décadas («Aquí estamos para lo que gustéis matar, hijos de puta», acababa uno de sus artículos en los años 90), Ussía ya denunciaba, y aún continúa haciéndolo, la complicidad entre el PNV y la banda terrorista ETA. E incluso, con el Athletic de Bilbao, cuando era su capitán «el guardam-eta» Iríbar. «Origen de la ETA, apenas nada,/», escribió en 1980, «y hoy distanciado –pero menos– de ETA,/ es el Peneúve la ‘ETA moderada’,/ o más exacto aún, la ‘Modorreta’». Años después, en Patriotas adosados (Planeta, 2001), recogieron Antonio Mingote y el propio Ussía algunos de los artículos y viñetas que dan testimonio de su radical resistencia al terror y que anticipaban el avance de un nacionalismo vasco que está logrando sus objetivos de impunidad y secesión gracias al Gobierno de coalición y progreso de la izquierda populista parlamentaria liderada por el PSOE.
Pero además, aquellos cuatro libros de Ussía, que lo convirtieron de inmediato e una voz inconfundible y necesaria del periodismo español, constituyen el más esforzado intento por denunciar los engranajes del poder clientelar y mediático que armó el PSOE de González y Guerra (que tantas lecciones de ética y responsabilidad institucional pretenden dar ahora), antes incluso de que fueran descubiertos el terrorismo de Estado y el robo indiscriminado de las arcas públicas. Y también por desenmascarar al «diario independiente» de la mañana: «El Boletín Oficial/ del Estado es ‘El País’,/ aunque ello le siente mal/ ‘presuntamente’ a Juan Luis/ (…) Es, sobre todo, y lo siento,/ un ‘ladrillo’ subjetivo/ que ensalza el aburrimiento/ como principal motivo./ Un depredador activo/ de toda ecuanimidad;/ una cursi realidad/ al servicio de quien manda,/ y hacia la ‘progre’ verdad/ que el dividendo demanda». O a TVE, perfectamente alineada (poco ha cambiado la cosa), con el Gobierno socialista: «Lo mismo sucede/ en Televisión:/ o eres del partido/ o eres del montón.// Estos socialistas,/ de pasado blanco,/ son aún más fascistas/ que aquellos de Franco./ Calviño, Redondo,/ Vázquez y Balbín/ son los que le cuidan/ a Guerra su jardín.// Fiel malabarismo/ de la dictadura;/ puro nepotismo/, enchufe y censura».
Si se reeditaran aquellos libros, los historiadores del siglo XXI a los que interpelaba Cunqueiro podrían comprobar la actualidad que hay ellos después de más de 40 años y seguro que se divertirían leyendo perfiles en verso de relevantes personajes de entonces que todavía hoy están en activo, como Fernando Savater, intelectual de cabecera de El País hasta ayer, como quien dice: «Conectó con el mañana/ adelantándose a todos,/ sopló gaitas, limpió lodos/ y se alzó en la palangana./ Llegado Javier Solana,/ se hizo amanuense de moda/ –leed, que escribe el Rapsoda. (…) Su amor al poder feliz/ es en él sublime droga (…) Su inclinación de cerviz/ más le aúpa que le enloda»; o de Mercedes Milá, que presentó orgullosa hace unos pocos años el primer libro de Pedro Sánchez: «Me da igual que me maldigan;/ yo digo lo que me digan,/ ‘Viva Andrópov, muera Reagan’/ si cobro, lo mismo da;/ soy la flor del sandinismo/ y el polen del socialismo. (…) Me resbalan los reproches/ cuando cometo derroches/ presentando ‘Buenas noches’/ y al poder unto en maná;/ es lógico que lo haga,/ pues, aparte de que me embriaga,/ es el PSOE quien me paga;/ yo soy Mercedes Milá»; o, en fin, el de Rosa María Mateo, designada por el Gobierno administradora única de RTVE mediante un decreto ley anulado luego por el Tribunal Constitucional para hacer los ajustes pertinentes y las purgas necesarias en el ente: «Si no lo veo, no lo creo./ Rosa María Mateo,/ en éxtasis de chocheo/ –¡señores, que yo la vi! –;/ cuando Fidel la miraba,/ a nuestra Rosa, la baba/ le caía y le inundaba,/ –que sí, señores, que sí– (…) Pero creo que una cosa/ se le olvidó a nuestra Rosa/ preguntar a la gloriosa/ voz de la revolución:/ ‘¿Qué número aproximado/ de cubanos sufre estado/ de presidio prolongado/ por no ser de su opinión?’».
Texto publicado en La escritura indomable, libro de homenaje a Alfonso Ussía de reciente aparición.