Un ictus provoca severos escalofríos tan sólo con escribir la palabra. Sufrirlo supone otra historia. Superarlo es otro nivel. Conseguirlo al alimón con la persona de la que te enamorarás en los pasillos del hospital es tinta esculpida por Cupido y su caprichosa daga. La adversidad suele punzar, pero, en ocasiones, esas cicatrices se revelan almibaradas. Acaso los traviesos dados de las deidades...

Mercedes (57) y Víctor (59) experimentaron en carne propia el seísmo del ictus. Ella, soriana; él, palentino, afrontaron con regia actitud, propia de las serenas y pertinaces tierras castellanas, esta procelosa prueba del destino.

Hasta la fecha, ni Mercedes sabía de Víctor ni Víctor de Mercedes. El germen brota en el proceso de neurorrehabilitación que ambos siguieron en el Hospital Casaverde de Valladolid. Bajo la denodada dirección del Equipo de profesionales en sus terapias iba manando el aleteo de las mariposas, que, a decir verdad, generan hormigueo independientemente de la edad y las circunstancias.

En los albores de su nueva vida, se cruzaron por los pasillos y poco a poco se forjó una relación de confianza. Por ahí, enhebraron largas conversaciones, los cafés compartidos, aunque "a Víctor no le gusta, pero por Mercedes lo disimula muy bien" y las ensaladas de risas condimentadas con toda clase de complicidades, de las que Inés Hernández, neuropsicóloga del Hospital Casaverde de Valladolid, es testigo de excepción y quien también ha hablado para El Independiente.

La vida golpea, sí. Sin embargo, alguna vez pinta una ventana en la ajada gruta. Cuando finalicen definitivamente los dos la recuperación se irán a vivir a Soria. Allí proseguirán sus versos de amor, junto a los ya eternos de Leonor y Don Antonio (Machado).