La justicia rusa ha cerrado, o eso pretende, uno de los capítulos más oscuros de su historia reciente. Vitali Manishin, un veterinario que acabó convertido en funcionario local del distrito de Kalmanski, ha sido condenado a 25 años de prisión por once asesinatos cometidos entre 1989 y 2000 en la ciudad siberiana de Barnaúl y alrededores. La sentencia, dictada esta semana en Altái, quedó muy por debajo de la cadena perpetua que pedía la fiscalía: el paso del tiempo jugó a favor del acusado, pues los crímenes prescribieron antes de que pudiera imponérsele la pena máxima.

El primer asesinato que se le atribuye data de septiembre de 1989, cuando la joven Liudmila Idina, de 17 años, desapareció tras una fiesta en Zelyonaya Dubrava. Un año después, sus restos aparecieron en un barranco. El sospechoso de entonces, un estudiante de veterinaria llamado Manishin, negó cualquier relación. Su nombre quedó en los márgenes de la investigación, mientras Rusia atravesaba la década del caos tras la desintegración de la URSS.

Pánico en la universidad

En 1999 y 2000, la secuencia macabra se aceleró: chicas que llegaban a Barnaúl con la ilusión de ingresar en la Universidad Técnica de Altái desaparecían una tras otra. Seis estudiantes en un verano, todas vistas por última vez en torno al campus. Los rumores se multiplicaron, el pánico se extendió por la ciudad y la policía apenas reaccionó. Las familias imprimían sus propios folletos porque las líneas telefónicas habilitadas para recibir pistas ni siquiera funcionaban.

Los cadáveres comenzaron a aparecer en bosques cercanos, ocultos bajo tierra y ramas. El forense encontró signos de estrangulación, heridas de arma blanca, golpes en la cabeza. Ningún patrón fijo, salvo la brutalidad y el escenario: siempre un claro apartado de los caminos.

En octubre de 2000 la policía creyó haber dado con el asesino: Alexander Anísimov, un comerciante de calzado de 45 años, fue detenido tras ser identificado por varias estudiantes. Confesó bajo presión, intentó suicidarse en la celda y, durante una reconstrucción, saltó desde un noveno piso. Su muerte, oficial y conveniente, sirvió para declarar el caso cerrado. El apodo de maníaco de Barnaúl quedó así asociado a un cadáver sin juicio.

Un caso cerrado en falso

Sin embargo, las dudas nunca se disiparon. Los familiares de Anísimov siempre defendieron su inocencia con fotografías que lo situaban lejos de las desapariciones. La investigación continuó latente, como un expediente que nadie quería tocar demasiado.

Manishin había seguido otra ruta: veterinario, director de granja, político local, esposo primero y amante después. Un hombre descrito por sus vecinos como amable y servicial, pero con un historial sexual turbulento y un coche que lo llevaba con frecuencia a los bosques donde desaparecieron las chicas.

En 2023, reabierto el caso como parte de un programa para revisar crímenes sin resolver, la policía volvió a interrogarlo. Tras décadas repitiendo la misma versión, tropezó en los detalles. Confesó primero el crimen de 1989 y, poco después, el resto: once asesinatos en total, casi todos estudiantes a quienes engañaba con la promesa de ayudarles a entrar en la universidad o conseguir un empleo.

Las dudas persisten

El tribunal de Kalmanski lo halló culpable de asesinato con agravantes relacionados con violaciones múltiples. La sentencia: 25 años de prisión, siete en cárcel ordinaria y el resto en una colonia penitenciaria de alta seguridad. La cadena perpetua quedó fuera de alcance por la prescripción legal, una paradoja que indigna a los familiares.

La causa reúne 69 volúmenes, con 13 víctimas reconocidas oficialmente y más de un centenar de testigos. Pero la historia sigue con cabos sueltos: los huesos de al menos una víctima sin identificar, las sospechas de que los crímenes pudieron ser más de once, y el nombre de Anísimov aún marcado por la sospecha sin pruebas definitivas.

En Barnaúl, nadie ha olvidado aquellos veranos de desapariciones. Y nadie cree del todo que la condena cierre la historia. El monstruo condenado esta semana ya no volverá a salir del bosque. La justicia, en cambio, ha vuelto a llegar tarde.