Quitando los atractivos turísticos de Aranjuez y Marbella, la de El Puerto de Santa María puede ser la faena de autor más sabrosona que haya hecho Juan Ortega esta temporada; de dos orejas rotundas que se quedaron en una por el descabello.

Otra, que le hubiera permitido abrir la Puerta Grande, tendría que haber cortado Pablo Aguado en el sexto; como la tarde anterior con Morante, el presidente no atendió a la pañolada y sanseacabó. La escandalera fue incluso mayor que el día anterior.

Los grupos de wasap pueden tener por virtud la divulgación del conocimiento y, por defecto, el desahogo de querer saberlo todo sin haber estado:

-¿Quién ha estado mejor, Ortega o Aguado?

-Haber venido.

No hay error más grande que dejar de ir a ver a estos toreros que poseen tantas cualidades porque Morante arrasa con todo. De hecho, allí donde el sábado Roca Rey invitó viniéndose arriba al Genio a fumarse "un purito despacito", el domingo la figura de Morante volvía a hacerse presente en los móviles para ver su percance en Pontevedra minutos antes de que sus paisanos hicieran el paseíllo. El aluvión que no cesa.

El quinto de El Puerto salió compinchado con el escandaloso temple de Juan Ortega, pelo corto y muñecas adormecidas. Despacito, muy despacito, como se canta por Méjico, ya desde las verónica y después con las dos manos, y los remates, y la manera de esperar dejándole un trocito de tela en el hocico absolutamente sin ninguna prisa. Faena maciza, lo mejor de la tarde, sonrisa abierta porque presumiblemente hacía falta en un escenario tan extraordinario como la Real Plaza, que ha vivido una memorable temporada de verano este agosto.

El quinto de El Puerto salió compinchado con el escandaloso temple de Juan Ortega, pelo corto y muñecas adormecidas

Aguado hizo más cosas bien que Ortega en sus tres toros, pero aquí no se trata de comprar al peso. Lo que sí demostró es una lucidez y prestancia para ponerse a hilvanar sin dilaciones. Se le nota a gusto; lleva una temporada bastante más corta que la de Ortega pero lo ve y lo hace cada vez más fácil.

Mira que se entendió en los medios a la perfección con el manso sexto; acabó demasiado pronto esa preciosa reunión, el toro se marchó a las tablas y allí que le cazó con un espadazo que subió de nuevo los decibelios. La autoridad no se contagió de la alegría. Quedó la cuestión con una oreja por coleta.

Antes del rifirrafe con Roca Rey, Morante toreó junto a Ortega y Aguado en Marbella. Allí hizo un declaración de intenciones con su puntito de vanidad: qué bueno es que su clasicismo esté mandando en el toreo cuando, según sus palabras, ese estatus corresponde tradicionalmente a los "tremendistas".

Es un gusto ver fumarse esos puros tan despacito.