"Don Arturo, ¿qué tal Alatriste?", le preguntan a Pérez-Reverte los taxistas, los policías que pasan a su lado en el coche patrulla mientras da un paseo por el centro de Madrid camino del Hotel Palace, donde hoy ha presentado Misión en París, la octava entrega de la serie que le ha hecho rico y poderoso, quizá el escritor español vivo más rico y poderoso gracias a sus libros, a Twitter, a Zenda, a la Academia. Dice el escritor que en esa pregunta "de gente que nunca leerá Alatriste pero sabe quién es" está el verdadero éxito de una saga que desde su arranque hace casi 30 años ha vendido siete millones de ejemplares y ha sido traducida a más de 40 idiomas.

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Catorce años después de su última aventura, El puente de los asesinos, Pérez-Reverte vuelve a Alatriste –180.000 ejemplares la primera edición– porque le quedaban historias que contar de su capitán de los Tercios, ese héroe oscuro, ambiguo, silencioso, como todos los verdaderos héroes –"el capitán Trueno, el Jabato... el héroe de corazón puro es imposible, ya no somos inocentes como entonces"–. Y espera todavía escribir una novena entrega "si vivo lo suficiente". A punto de cumplir los 74 "no sé cuántos años y cuantas novelas me quedan, así que tengo que elegir muy bien lo que escribo", reconoce en una sala repleta de amigos y periodistas, entre los que reparte parabienes. "Vamos envejeciendo juntos, la vieja guardia que sigue fiel", celebra de excelente humor, ni rastro de la faceta polémica y pendenciera con la que se ha hecho un personaje en las redes y su nombre se ha convertido en un filón de tráfico para digitales y webs noticiosas.

Antes de que comience la presentación se hace oír en la sala la voz aguda del veterano periodista, editor, mandarín de la cultura Juan Cruz, que fue el director de Alfaguara que creyó en Alatriste. Pocos minutos después Pérez-Reverte le cede el honor de hablar antes que él y después del elogio rendido –"ya es difícil pensar en el Siglo de Oro desligado del personaje de Diego Alatriste"– de su actual editora, Pilar Reyes. "Estábamos en un avión, íbamos a México, estabas escribiendo como hacía Mario Vargas Llosa, mirando por la ventana, como si la escritura te viniera del cielo", rememoraba Cruz, "y en un momento determinado me dijiste, mira esto". Le enseñó unas líneas manuscritas torcidas con el esquema del primer Alatriste. "Era el sol naciente de una de las mejores historias nacidas en este siglo y pico que tenemos encima, porque nació en el XX y revive en el XXI".

Alatriste y los mosqueteros

Ahora Pérez-Reverte regresa a Alatriste porque los lectores le han presionado durante más de una década, y porque tenía pendiente realizar la fantasía de ubicar a su personaje en el París de Los tres mosqueteros, la inmortal historia de Dumas que ha marcado su vida. "Vi que coincidían las fechas. Era un desafío conseguir que no saliera un pastiche, lo cual ofrecía problemas técnicos. ¿Son amigos o enemigos? ¿Combaten juntos contra algo? No sería creíble. Así que los mosqueteros pasan por allí. Creo que ha quedado bien, estoy muy contento. Ha sido una novela muy divertida de escribir".

Para su retorno a Alatriste, Pérez-Reverte ha releído sus clásicos de cabecera del Siglo de Oro, a Quevedo –su "sombra protectora"– y los siete alatristes anteriores. Necesitaba recuperar el tono, el lenguaje del XVII, volver a acostumbrarse al personaje. "Un trabajo complicado". La historia discurre solo un año después de su última aventura veneciana, pero el capitán ha envejecido casi quince años con su creador. "La vida causa estragos, físicos e intelectuales, y es inevitable que Alatriste se contamine de uno. Es un hombre más amargo, desesperado, con remordimientos. Es un héroe oscuro con recuerdos oscuros. Ha hecho cosas de las que no se siente orgulloso y los fantasmas vienen a hacerte compañía. Le cortó la cara a una mujer en Nápoles cuando era joven, mata por dinero, asesino, es violento, no es un tipo recomendable… A mí me pasa igual. Hay cosas de mi época de reportero que no debería haber hecho. Alatriste se beneficia de mis propios remordimientos. Pero tiene también la grandeza de la lealtad a un rey débil al que en el fondo desprecia. Se refugia en su propia moral, basada en los amigos, el honor, el valor y la dignidad".

Un héroe contra los extremos

¿Por qué Alatriste ha tenido un éxito semejante? Su autor, que habla de todo y de todo lo hace con autoridad, tiene su hipótesis. "Antes de Alatriste en España no había literatura de este tipo porque el teatro del Siglo de Oro, Calderón, Tirso, Lope, es tan potente que agotó el tema. El imaginario narrativo de esa época estaba muy machacado, exprimido como un limón de paella. Por otro lado, es una época que ha quedado reducida a cuatro tópicos en los libros de texto, cuando para bien y para mal éramos los amos del mundo. Alatriste me sirve para explicar el pasado y el presente español. El futuro no lo sé. Quiero que el lector entienda la estéril y fecunda historia de España, devolverle un recorrido por ese mundo fascinante del que uno se enorgullece y se espanta al mismo tiempo".

Esa ambivalencia, según Pérez-Reverte, es lo que ha hecho a Alatriste antipático para los dos extremos ideológicos que tensan la vida pública española. La izquierda sospecha de las batallitas y conquistas de la España hegemónica, de los tercios, la Inquisición. Y la derecha, dice, no le perdona que en sus novelas no se omita la parte oscura de todo aquello, acusándole de revivir la leyenda negra. "Ni unos ni otros se dan cuenta de que los libros de Alatriste quieren contar una época, y hay que contarlo todo, los puntos luminosos y los oscuros", ha constatado antes de explicar la genealogía de esta zona errónea de nuestro pasado, tan española. "El franquismo se apropia de los mitos históricos, y la democracia, en vez de limpiar lo que estaba contaminado por el franquismo, comete el error de arrinconarlo. Sucede lo mismo con la palabra España, a la que la izquierda ha renunciado por sus propios errores y su propia estupidez. Todo eso me confirma que era necesario contar aquella historia sin complejos".

Desde esa posición de vehemente portavoz del sentido común que pregona las verdades del barquero, Pérez-Reverte ha construido un personaje polémico que genera adhesiones y rechazos viscerales. Este martes, aferrado al extremo centro, ha mostrado su cara amable para vender un Alatriste que funciona como "un símbolo de todos, porque tiene lo mejor y lo peor de nosotros". Un hombre cínico, desesperanzado, "pero fiel a España porque esa es su manera de entender la vida. Siempre hay un héroe español, con una dana, con los incendios. Es lo bueno que tenemos. Los héroes están ahí. Siempre hay gente que pasando a nado un foso hace cosas admirables. Alatriste es eso, y por eso me cae bien, pienso en él como un amigo. Escribiendo Alatriste me reconcilio con España".

Al final le han preguntado sobre la tragedia de Gaza, específicamente sobre los más de 200 periodistas allí asesinados. "Si respondo, mañana titularéis por ahí, que fui puta antes que monja", responde –"¿Mañana? ¡En media hora!", replica con sorna un plumilla digital–. Se resiste. "Como antiguo periodista estoy indignado", concede finalmente Pérez-Reverte. "En otro momento lo desarrollaré con más profundidad". 

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