Se ha acostumbrado Carolina Herrera a imponerle distancias kilométricas a sus modelos. Pasarelas cuadrangulares y luego cruzadas que a vista de dron juegan un poco al land art y a una cierta evocación precolombina. Todo eso era el palenque rosa palo montado la tarde de este jueves en la Plaza Mayor, y su juego de luces coordinado con el atardecer de Madrid. El impresionante montaje del show de la firma neoyorquina de Puig, el evento de moda más importante de la historia de la ciudad, terminó convertido a vista de dron en una cambiante linterna de papel iluminada con los colores corporativos, y el aderezo de la luz naranja de las farolas fernandinas de la plaza. Todo re-que-te-pensado, como siempre, en este grupo que sabe hacer las cosas a lo grande, como sus mucho más grandes rivales internacionales.

Se iban sentando Yatra, Amaia, Luis Fonsi, Almodóvar, Najwa, Bibiana, Aitana Sánchez-Gijón, Preysler –entre su excuñado Manolo Falcó y el interiorista Lorenzo Castillo–, Hiba Abouk, Ana Rujas, Macarena Gómez, Martiño Rivas –un día después de desfilar con Palomo–, Carmen Lomana, los reyes de la noche madrileña Edgar Kerri y Laura Vandall, la supermodelo italiana Vittoria Ceretti –imagen del nuevo perfume de la casa, La Bomba–, Carolina Adriana abanicándose –mucho calor–, muchos y muchas influencers intercambiables, y Jeanette, la cantante del Porque te vas que ha sido leitmotiv del desfile madrileño de Carolina Herrera (aquí no se olvidaron de ella, como en aquellos Goya donde fue Lafourcade la que cantó en homenaje a Saura). Llegaban las celebridades mientras algunos de los vecinos que quedan en la Plaza Mayor se asomaban a los tejados cerveza en mano esperando el show. De repente aparece el Madrid pre-gentrificación, el del mito de Madrid que tanto se manosea para su comercialización, el que existía antes de la llegada de los wealthy latinos que en parte dan sentido a este desfile.

Las cartas de Wes Gordon

Con la Casa de la Panadería como privilegiado backstage barroco, Wes Gordon, director creativo de Carolina Herrera, ha desplegado sus cartas en Madrid. Los aficionados a la moda ya las conocen, pero siempre parecen nuevas. El norteamericano ha interpretado a la perfección el legado de Carolina Herrera y lo declina con virtuosismo, introduciendo variaciones en las formas y sobre todo en la paleta de colores de la casa. El rojo-rojo, el fucsia, el blanco camisero, por supuesto el negro –que hoy parecía adquirir la severidad de la corte de los Austrias, sobre todo en el monumental vestidazo que abrió el desfile, entre mestizo y filipino–; esa paleta clásica que parece brotar de los retratos warholianos de la doña Herrera, deriva en esta colección de primavera de 2026 en azafranes, malvas, dorados, incluso el beige, como un exquisito ramillete floral.

Hay vestidos muy cortos, vestidos muy largos, aberturas caprichosas, volúmenes exagerados, faldas lápiz, pantalones capri, volantes, estampados florales, a veces combinados hábilmente con cuadros, los inevitables lunares. El nuevo e icónico bolso Mimi, ese deseable cubito de cuero con cierre dorado, colgando del brazo de muchas de las modelos. Bordados vernáculos, la inspiración madrileña en vestidos transparentes con ballenas a la vista, adornadas con pedrería o con borlas goyescas y en las capas de Seseña. En la última colección Resort presentada en México se contó con artesanas mexicanas. Aquí, entre los colaboradores, han estado la elusiva Sybilla, símbolo de la moda madrileña de las últimas décadas, y Palomo. El repertorio Herrera como siempre y como nunca. Y en Madrid.