Ilia Topuria se ha presentado siempre como un hombre predestinado. El Matador que sabía de antemano que levantaría el cinturón de la UFC. Pero la biografía de su madre, Inga Bendeliani, recuerda que esa seguridad no nació en un gimnasio de Alicante ni en una jaula de California, sino en una historia previa de pérdidas, huidas y resistencia. Rendirse no es una opción (Espasa), escrita por Giorgi Kekelidze, uno de los autores más leídos en Georgia y disponible a partir del 1 de octubre, pone el foco en la mujer que convirtió la desgracia en un poderoso legado para su familia.
En los años 70, Abjasia, una república autónoma soviética dependiente de Georgia, era todavía una tierra de convivencia a orillas del mar Negro, con desayunos familiares en balcones soleados. Así lo recuerda al menos Inga Bendeliani. Pero ese recuerdo se hizo añicos en agosto de 1992, cuando la guerra civil que siguió a la desintegración de la URSS convirtió su capital, Sujumi, en un encarnizado escenario bélico. Con apenas 21 años, embarazada y con una hija en brazos, Inga perdió a su hermano y a su marido en combate. La huida la llevó por pasos nevados del Cáucaso, con los caminos jalonados de cadáveres y el hambre como única compañía. En su escapada en busca de un destino mejor rechazó un asiento en un helicóptero que se estrelló minutos después: para ella, sobrevivir también fue cuestión de azar.
Uno de los pasajes más crudos del libro recuerda la muerte de su hermano Emzar y de su marido Gueorgui en diciembre de 1992. Inga, todavía embarazada, tuvo que velar los cuerpos de los dos hombres más importantes de su vida. Kekelidze rescata un detalle mínimo pero inolvidable: los "calcetines tejidos" que Gueorgui llevaba puestos el día de su muerte, convertidos en símbolo de cómo la guerra destroza hasta lo más cotidiano.
Escuela de campeones
En esa travesía huyendo del horror de la guerra otro hombre apareció en la vida de Inga: se trata de Zaza Topuria, el hombre con el que rehizo su vida y emigró primero a Alemania y después a Alicante. Allí nacieron Aleksandre (1996) e Ilia (1997), los hijos que transformarían las lecciones maternas de disciplina y fortaleza espiritual en victorias sobre el tatami.
Inga trató de transformar la dura experiencia del exilio en lecciones para su familia. Enseñó a sus hijos versos de poetas georgianos como antídoto contra la desesperanza y repitió una consigna que da título al libro: "El ser humano puede aguantar el hambre, la sed y el frío, pero nunca perderse a sí mismo". Esa disciplina íntima, mezclada con la memoria cultural traída de su tierra, acabó marcando también la manera en que Ilia entendió su carrera.
El libro culmina con el combate del 17 de febrero de 2024 en California, cuando Ilia derrotó a Alexander Volkanovski y se coronó campeón mundial del peso pluma. Esa noche, seguida por millones de espectadores, es leída por Kekelidze como la consecuencia de una promesa materna: sus hijos tendrían un futuro mejor.
Hoy Topuria, ya con nacionalidad española, reparte su vida entre entrenamientos y lucrativos contratos publicitarios, y su vida reluce como los caros relojes que le gusta lucir en la muñeca. Nada de eso estaba escrito cuando su madre cruzaba el Cáucaso a pie con dos niñas pequeñas. Su escribidor Kekelidze lo cuenta sin exceso de épica: aunque por momentos lo pueda parecer, no se trata de heroísmo cinematográfico, sino de la obstinación callada de una mujer que nunca se permitió claudicar. Esa es, en realidad, la primera lección de un campeón.
En Rendirse no es una opción, la victoria de Topuria en California no es un clímax deportivo sino el epílogo de una carrera de resistencia. La verdadera corona, sugiere Kekelidze, no es el cinturón dorado de la UFC, sino la certeza de que aquella muchacha de Abjasia, que caminaba con dos niñas pequeñas bajo la nieve, logró que ninguno de sus hijos se perdiera a sí mismo.
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