Editada en un rincón improbable de Estados Unidos, entre panfletos derechistas y memorias de policías justicieros, ha aparecido la primera novela de Woody Allen. ¿Qué pasa con Baum? Publicada por Post Hill Press, editorial de Nashville especializada en literatura conservadora y cristiana –en España bajo el mucho más respetable sello de Alianza–, es el tardío debut literario de un cineasta que, a punto de cumplir los 90, parece definitivamente relegado a los márgenes de la industria cultural que durante décadas lo aclamó. El mismo hombre que rodaba en Manhattan como si fuera su decorado particular se ve ahora publicado por una casa editorial anecdótica, más acostumbrada a dar voz a libertarios minoritarios que a viejas glorias del cine de autor. ¿Qué hace el obstinado manhattanita publicando en el profundo sur? La respuesta es simple: nadie más quiso su novela. La poderosa Simon & Schuster la distribuye, pero no firma. En Estados Unidos, Allen es un autor incómodo, y su novela nace en esa intemperie.

El argumento de¿Qué pasa con Baum? no engaña. La historia arranca con un hombre que empieza a hablar solo. Asher Baum, cincuentón hipocondríaco, se compara frente al espejo con "un chucho inteligente" y se lamenta de empujar cotidianamente una roca cuesta arriba solo para descubrir que al final lo único que tiene es "una roca en una montaña". En sus paseos por los bosques de Massachusetts discute consigo mismo sobre la mediocridad de sus libros, el tedio conyugal y la sospecha de que su mujer le engaña con su hermano o con el vecino. El tono es inequívocamente alleniano: un flujo de autoacusación y chistes lúgubres, donde los psiquiatras son inútiles y la ciudad siempre preferible al campo.

Allen contra sí mismo

Quien haya visto Annie Hall, Manhattan, Maridos y mujeres, Desmontando a Harry y otras tantas de sus películas sobre la alta burguesía progresista neoyorquina reconocerá la melodía: paranoia sexual, hipocondría, miedo al cosmos, desprecio hacia los animales ("humanos fallidos") y el odio insomne hacia su hijastro Thane, novelista precoz que triunfa donde él fracasa –¿alusión a su hijo traidor Ronan Farrow?–. No hay confesión ni ajuste de cuentas. El supuesto escándalo #MeToo que desencadena la trama –un beso torpe a una periodista asiáticoamericana, acompañado de una mano mal puesta en el pecho– nunca estalla. La reportera no vuelve a aparecer y la novela se limita a prolongar el derrumbe cómico del protagonista, que es, claro, el derrumbe cómico de su autor.

Hasta la tipografía remite a los títulos de crédito de sus películas, como ya sucedía en su autobiografía, la interesante A propósito de nada. Los críticos enseguida se han olido el truco. Peter Bradshaw, en The Guardian, ha hablado de una cápsula del tiempo de un Nueva York detenido en la era de Burt Bacharach y Neil Simon, sin novedades salvo la repetición del gag conocido. En The New York Times, Alexandra Jacobs lo resumía con una imagen cruel: leer ¿Qué pasa con Baum? es como pasear por Washington Square y pisar una caca de perro. En el londinense The Independent, Louis Chilton ve en el libro la confirmación de una mediocridad artística sostenida en el tiempo: Allen lleva treinta años rodando películas flojas y ahora escribe novelas torpes. Entre chistes rancios y referencias a Gershwin, Bergman o Buster Keaton, aparece un autor fuera de tiempo, incapaz de soltar el ancla cultural de mediados del siglo XX. Sin embargo, resulta especialmente relevante que en algunos pasajes del texto parece dirigirse contra sí mismo. Como cuando un editor ficticio, que también se parece mucho a los de las ficciones cinematográficas allenianas, le dice al protagonista: "No eres Dostoyevski. Ni Kafka. Y tu ira vuelve aburrida tu escritura".

Un avatar literario del Allen de siempre

El comienzo de la novela da la medida del gesto. Baum, abandonado por su editorial de prestigio, despreciado por su mujer, se aferra a sí mismo como único interlocutor válido. Las primeras páginas lo muestran discutiendo consigo mismo sobre su falta de genio, repitiéndose, contradiciéndose, convencido de que todos a su alrededor lo traicionan o lo desprecian. Una reutilización de sus últimos avatares cinematográficos y autoparodia de la soledad creativa que resuena como un espejo deformante del propio Allen; un autor que solo se habla a sí mismo porque nadie más quiere escucharle.

Inevitable pensar en su propia situación. Un director antaño venerado que se queda sin industria, sin plataforma de streaming, sin editor de prestigio, y que termina publicando en un sello conservador de Nashville mientras Europa –más indulgente, menos puritana, más fiel, o simplemente más nostálgica– lo sigue consumiendo. El Allen novelista no abre un nuevo capítulo: apenas añade un epílogo redundante.

Que el resultado sea mediocre importa menos que lo que revela. ¿Qué pasa con Baum? no es la gran novela americana, ni siquiera un libro digno de relectura; es la prueba de que el creador de Manhattan se ha convertido en un exiliado cultural, acogido por una editorial regentada por sus enemigos ideológicos históricos. ¿Cómo olvidar el gag principal de Todos dicen I love you, en el que el hijo de una adinerada familia progresista de Park Avenue se vuelve republicano después de darse un golpe en la cabeza?