Para una generación —aquella olvidada, que no se identifica ni con los cargantes millenials ni con los modernitos de la Z—, esta película fue una de sus películas. Aquella sobre una tienda de discos independiente a punto de desaparecer, y sobre sus trabajadores, un puñado de jóvenes disidentes que se aferran a un trabajo de media jornada para evadirse de los problemas de allá fuera; de la vida terrenal. En Empire Records (Allan Moyle, 1995) no hay épica ni grandes gestas, lo que hay es una trama directa —y, en ocasiones, burda—, con la que reflejar una sociedad en decadencia. Era un proyecto ambicioso, pese a tratarse de una película independiente: todos los problemas adolescentes recluidos en una tienducha de dos plantas. Fue un completo desastre.

Pongámonos en contexto: eran los noventa, Clueless se acababa de estrenar y las comedias de instituto dominaban la taquilla al dirigirse a un espectador repudiado por los blockbusters. En ellas, todo tenía cabida: la marihuana, el sexo y, por supuesto, la música. Empire Records, ambiciosa, quería reunir todo ello no sólo en una misma película, sino en un mismo día. Fue el vuelo de Ícaro: se estrenó tal día como hoy en unos pocos cines estadounidenses, y recaudó poco más de 300.000 dólares. Su presupuesto era de 10 millones. No hace falta hacer las mates: la película fue un fracaso.

Y, sin embargo, a Empire Records le ha pasado como a muchos otros desastres artísticos convertidos ahora en clásicos de culto: cuanto más era ignorada, mayor era su esplendor mediático. La película fue un visto y no visto en las salas de cine, pues floreció en las antiguas tiendas de alquiler de películas. Quizá los jóvenes inadaptados vieron el encanto en el secretismo de un filme olvidado, pero una cosa estaba clara: el Empire Records estaba abierto 24 horas para ellos.

Los tópicos de una generación

Poster de 'Empire Records' | Warner Bros

No se confundan, la trama de la película es bastante sencilla: Lucas (Rory Cochrane), un empleado de una tienda de discos —aquella que da título a la película—, descubre que una gran corporativa quiere adueñarse de la misma, por lo que decide llevarse todas las ganancias del día a Las Vegas con la esperanza de doblarlas y, así, impedir la transacción. Si fuera otra película, quizá lo consiguiera, pero lo cierto es que Lucas pierde todo el dinero de la tienda. Ahora, el resto de empleados de la misma (todos, por supuesto, menores de edad) tendrán 24 horas para solucionar el problema o no les quedará otra que rendirse ante las infaustas garras del colonialismo capitalista.

Quizá fue la sinopsis lo que la hizo fracasar. Los adultos y críticos no vieron nada nuevo a la nueva apuesta de la Warner. Pero fueron ellos, los inadaptados, los que vieron el verdadero encanto de Empire Records. La trama anticapitalista les traía al pairo: fue la representación que se hacía de ellos lo que caló en sus mentes. Porque la película cae en los topicazos —no falta la buenecita, la guarrilla, la gótica, el artista, el hippie y el rockero que lee a Nietzsche—, pero son precisamente esos tópicos los que marcaban la diferencia.

No fue una película pequeña que sirvió para catapultar la fama de una jovencísima Renée Zellweger (El diario de Bridget Jones, Judy) o con que demostrar que la hija de Steven Tyler (Aerosmith), Liv Tyler, sabía actuar; sino una sobre cómo en una época en la que no se podía escuchar todo a cualquier hora (por aquel entonces no existían ni los MP3), uno podía ser adulto en cualquier sitio. El problema, entonces, era que la película estaba entrando en una escaramuza cultural mucho más amplia entre la cultura indie de los baby boomers, que no entendían de lo que hablaba el filme, y aquellos que pretendían, como los antagonistas de la misma, mercantilizarla y explotarla.

El Edén de la música juvenil

Cuando Empire Records empezó a rodarse en 1994, Kurt Cobain se había suicidado, Marc Jacobs había puesto de moda el grunge y las grandes discográficas estaban invirtiendo dinero en cualquier producto que pudiera convertirse en la próxima Nirvana. Si esto no fuera así, muy probablemente no habrían contratado a la hija de una estrella del rock para protagonizar la película, pues intentaban atender a una idea imaginaria de un público ficticio. Y, pese a dirigirla Allan Moyle, fue Carol Heikkinen la mente pensante de toda esta historia.

Hacía años había trabajado en el "lugar más genial para una tonta estudiante de preparatoria": una tienda de discos de Sunset Boulevard (Los Ángeles). De sus experiencias en Tower Records escribió el guion de Empire, una película basada libremente en el clásico de Richard Pryor, Car Wash, que transcurría durante un día en un lavadero de coches. Sólo que esta vez sería en una tienda de discos. De hecho, la trama del robo de los 9.000 dólares para salvar la tienda surgió de una leyenda apócrifa de un empleado de Tower a quien despidieron precisamente por eso mismo.

Una jovencísima Renée Zellweger interpreta a Gina, uno de sus primeros papeles en pantalla | Warner Bros

Pero en la fantasía que es Empire Records, el despido es un recurso que rara vez es utilizado. A Lucas no le despiden por su hurto, a Corey (Tyler) no la echan pese a tener una crisis violenta en medio de su horario de trabajo, Gina (Zellweger) mantendrá su curro pese a haberse acostado con Rex Manning (Maxwell Caulfield) —un cantante famoso que presenta su disco en la tienda—, y nadie parece inmutarse del colocón de Mark (Ethan Embry) tras haberse merendado unos brownies de marihuana. Despedir a alguien es, sencillamente, impensable; pues son estos adolescentes desviados el corazón de la tienda y, echarlos, sería como extirpar un órgano aun latente de vida.

En cuanto a los adultos, Joe (Anthony LePaglia) era el tipo de figura paterna idealizada por Hollywood, mientras que Manning era el golpe de realidad que todo joven ha sentido alguna vez al percatarse de la existencia de la sexualidad adulta: por partes gracioso y, por muchas otras, nauseabunda.

El legado de un desastre

Se estrenó así un 22 de septiembre de 1995 en Estados Unidos, con multitud de recortes y escenas eliminadas, que rebajaron el tono de la misma. Nadie fue al cine a verla. La historia del Empire podría haber terminado ahí, una de las muchas películas retiradas al mercado del VHS para tratar de salvar el costo de un lanzamiento que no se vio recompensado por su recaudación. Irónicamente, fueron las tiendas, el cara al público, lo que, como a sus personajes, salvó a la película de caer en el olvido.

Considerada ahora una película de culto, el legado de Empire Records es indiscutible (acrecentado ahora que se ha colado en el catálogo de Netflix España): proyecciones al aire libre, una rumoreada adaptación de Broadway e incluso un día propio, el 8 de abril, denominado por los fans como el "Día de Rex Manning", el día en el que ocurre toda la acción de la película.

Pocas películas han logrado renacer de sus cenizas y precisamente por ello es motivo de orgullo que Empire Records sea la excepción que confirma la regla: una película social, enmarcada en un tiempo concreto, que habla no de unos chavales, sino de la esperanza intrínseca de la juventud. Parece inaudito pero, entre música cañera, conciertos en azoteas, y romances fugaces, estos personajes lograron condenar al hombre... y salvar al Empire.