Cuando hay que afrontar las dificultades, sacar adelante a la familia, hacer valer los derechos para que no las pisoteen, las mujeres, todas las mujeres, se convierten en catedrales. No tiemblan bajo los tejados y, si lo hacen, lo disimulan, lo ocultan, lo callan.
Pero aquí no. Aquí han venido a decir aquí estamos, somos nosotras y queremos que nos oigan.
Y en medio de tanta canallada, de tanto sinvivir y de tanta injusticia, cantan. Cantan y bailan al ocaso del día, al amanecer solitario, a las tardes donde agrupan a los suyos. Y cantan también en las faenas. Cantan compitiendo contra el viento, cantan con los estómagos vacíos, pero el corazón lleno, cantan preguntando y protestando, cantan gimiendo y divirtiéndose, cantan a la espera constante, cantan al rostro de la enfermedad y de la muerte, cantan a la luna de plata, cantan a los caminos polvorientos, y recitan versos al agua, a la noche, al mar, al horizonte, cantan a su propio interior, cantan igual que repican las campanas de las catedrales.
Son Mujeres Catedrales, forjadas piedra a piedra, con los clavos del dolor, con los mordiscos de la vida, con la lucha enemiga que no las arredra y no sucumben, y sueñan, y suenan sus voces a lo largo de toda la geografía ibérica.
Hugo Pérez de la Pica, desde el folclore más profundo y sentido, y también con composiciones propias, las rescata, las compara con esas catedrales que se mantienen en pie a lo largo de los siglos, a pesar de guerras y batallas, a pesar de pérdidas inevitables, a pesar de cuchillos y malas lenguas, de envidias y sarcasmos.
Y con el arte ancestral de nuestra manera de vivir y de afrontar los reveses, nos trae a esas Mujeres Catedrales, empezando por la alzada de Burgos, la de Salamanca, los romances maragatos de Astorga, las castellanas y sobrias de Toledo, sigue con la de Ávila, todas las catedrales de Castilla, el himno de Valencia, los fandangos, jaleos y chotis de Madrid, que no va a ser menos, la rapsodia de La Palma dando un salto, la majestuosa y jotera Zaragoza, las serenatas de Triana, la folía y alalá de Santiago de Compostela, los tangos de Cádiz, guajiras, sevillanas, las zambras gitanas, Granada, guajiras de Sevilla, la Mezquita de Córdoba, sentimientos, zapateados, La Macarena y un piano que también es Catedral y también canta y habla, y gime y es jazmín, y es talle, y es sangre, y es flor, emoción que sale de las manos de Tatiana Studyonova.
Y ellas, las auténticas Mujeres Catedrales, Candelaria de la Serena, Rocío Osuna, Carmen de la Pica, Raquel Valencia, María Nadal, Virginia Guiñales, Lucinda Usaola, que no son mujeres lorquianas, son mujeres ‘Pérez-Picanias’ por adjetivarlas de alguna manera, que encienden sus voces como candiles, que mueven sus brazos y pies cual sombra de árboles enhiestos, que se entregan, que cantan por el muro clavado, como diría Federico, palpitantes, el corazón en el alma.