Eleanor Barraclough, historiadora y profesora en la Universidad Bath Spa, ha reconstruido el mundo vikingo en El oro de los vikingos (Ático de los Libros), un ensayo que trasciende los estereotipos de navegantes y saqueadores para revelar las vidas cotidianas de mercaderes, niños, artesanos y esclavos.

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Un mundo que ha reconstruido a partir de fragmentos que la arqueología ha ido recuperando, como peines grabados, runas en corteza de abedul o esqueletos con cuidados prolongados. la autora reconstruye una era vasta y global, desde Groenlandia hasta Constantinopla y el Califato islámico, donde el deseo, la higiene y el juego eran tan cruciales como la guerra. La historiadora desmonta el mito de una cultura despiadada y ruda -los vikingos se bañaban semanalmente y cuidaban a discapacitados- y destaca el papel fundamental de las mujeres en la expansión de la cultura, más allá de su papel como guerreras. 

Pregunta: El libro se centra en historias de personas corrientes de la Era vikinga: ¿Qué hallazgos arqueológicos han sido más determinantes para reconstruir esas vidas cotidianas?

Respuesta: Más que uno o dos grandes hallazgos decisivos, lo que realmente permite reconstruir la vida cotidiana vikinga es la suma de muchos restos arqueológicos dispersos y, en apariencia, modestos. Estos vestigios son muy desiguales y su conservación es bastante aleatoria, de modo que lo que llega hasta nosotros condiciona inevitablemente la imagen que podemos trazar de aquel mundo.

A partir de estos materiales es posible asomarse, por ejemplo, a las vidas de los niños, de las mujeres o de las personas esclavizadas, y entenderlas como pequeñas piezas insertas en una escala geográfica enorme, con hallazgos que van desde Groenlandia hasta la actual Ucrania, pasando por la Escandinavia ártica. No existe, por tanto, un único tipo de descubrimiento arqueológico “clave”, sino que es el conjunto de todos ellos el que acaba resultando verdaderamente revelador.

Eleanor Barraclough.
Eleanor Barraclough. | Cedida.

En los últimos años, además, ciertos avances científicos están transformando lo que se puede extraer de esos restos. El análisis de ADN antiguo permite reconstruir parentescos y orígenes, mientras que los estudios de isótopos ayudan a determinar dónde crecieron las personas y cómo se movieron a lo largo de su vida.

En el libro se incluyen algunos ejemplos especialmente sugerentes. Uno de ellos es el de un joven enterrado en una fosa común en Oxford, junto con otros hombres muertos de forma violenta, cuyo contexto exacto sigue sin estar del todo claro, entre posibles tensiones étnicas y culturales o episodios de saqueo.

Otro caso es el de un hombre de unos cincuenta años hallado en la isla danesa de Fionia, que parece haber llevado una vida de granjero, aunque con un pasado violento. Gracias al análisis genético, se descubrió hace apenas unos años que ambos individuos estaban emparentados -probablemente como tío y sobrino, o con un vínculo similar-, revelando conexiones familiares a larga distancia dentro del mundo nórdico que antes eran imposibles de imaginar.

Ese tipo de sorpresas ilustra quizá lo más apasionante de la arqueología vikinga: cada nuevo método y cada nuevo hallazgo abren la posibilidad de leer de otra manera materiales ya conocidos, y nadie puede saber aún todo lo que se llegará a descubrir en el futuro.

P: Uno de los propósitos del libro es desmontar los estereotipos sobre los vikingos. ¿Cuál diría que es el mayor mito que aún persiste?

R: Más allá del típico mito de los cascos con cuernos -porque, en realidad, nunca los usaron-, creo que el mayor malentendido tiene que ver con la imagen que se nos viene a la cabeza cuando escuchamos la palabra “vikingo”. Y todos la tenemos, yo misma a veces sigo cayendo en ella: imaginamos a un hombre, alto, rubio, de ojos azules, con un hacha en la mano y subido a un barco dispuesto a saquear.

El barco de Oseberg es un barco vikingo descubierto en un extenso montículo funerario cerca de la granja Oseberg, en Noruega en 1904.
El barco de Oseberg es un barco vikingo descubierto en un extenso montículo funerario cerca de la granja Oseberg, en Noruega en 1904.

Ahora bien, parte de ese estereotipo tiene una base real: la palabra víkingr, en nórdico antiguo, significa literalmente “pirata” o “saqueador”, y en inglés antiguo existía una forma parecida, wicing, con el mismo sentido. La Era Vikinga fue efectivamente una época violenta, con numerosas expediciones de saqueo, y eso no se puede ignorar. El problema surge cuando reducimos todo a esa imagen, porque al hacerlo convertimos el estereotipo en un mito, una etiqueta que utilizamos para hablar de pueblos enteros. Y esos pueblos eran mucho más diversos: incluían mujeres, niños, ancianos, y personas de todas las clases sociales, desde las élites hasta los esclavizados, que constituían una parte muy importante de la población.

Uno de los objetivos de este libro es precisamente desmontar ese cliché y mostrar que, detrás de él, hay una realidad mucho más interesante, compleja y humana, algo que nos resulta a la vez familiar y extraño: parecidos a nosotros, pero también profundamente distintos.

P: ¿Cómo de importante fue el papel de las mujeres en la expansión vikinga y en la transmisión cultural de los pueblos nórdicos?

R: El papel de las mujeres en la expansión vikinga y en la transmisión cultural fue realmente fundamental. Lo que suele ocurrir es que, cuando se menciona a las mujeres en las visiones generales de la Edad Vikinga, suele ser cuando desempeñan funciones consideradas “propias de hombres”: las doncellas escuderas, las valquirias o las guerreras. Es entonces cuando despiertan mayor fascinación. Sin embargo, la cuestión que planteas es esencial, porque tanto la expansión como la transmisión cultural conciernen de lleno a las mujeres, igual que sucede en muchas otras sociedades donde ellas desempeñan funciones clave en ambos procesos.

En el plano práctico, las mujeres tejían la mayor parte de los tejidos con los que se confeccionaban las velas de los barcos. Sin velas, no habría navegación posible a través del Atlántico Norte, del mar del Norte o del Mediterráneo. Sin mujeres, además, no habría ropa, habría menos sustento -pues ellas también gestionaban la producción alimentaria doméstica- y, por supuesto, no habría nuevas generaciones. En ese nivel básico, su papel era insustituible.

Pero más allá de lo práctico, las fuentes literarias y arqueológicas indican que algunas mujeres participaron directamente en expediciones de expansión. Según las sagas islandesas, hubo mujeres que viajaron desde Groenlandia hasta las costas del Atlántico Norte, llegando incluso a América del Norte. Una de ellas, Gudrid, habría dado a luz allí, en lo que las sagas describen como la frontera del mundo conocido.

El peine de Vimose, conservado en e le Museo Nacional de Dinamarca.
El peine de Vimose, conservado en e le Museo Nacional de Dinamarca.

El cuidado del cabello era muy importante para ellos. Incluso sabemos más o menos cómo solían llevarlo: corto y rapado por detrás, y largo y despeinado por delante

Por otro lado, el papel de las mujeres como cuidadoras y transmisoras del conocimiento las convierte en pilares de la cultura vikinga. Eran ellas quienes enseñaban la lengua, contaban las historias y relataban el pasado a las nuevas generaciones. A menudo, además, provenían de entornos diversos fuera del núcleo escandinavo, lo que favorecía la integración de nuevas influencias culturales y lingüísticas. Así que, sin mujeres, la Edad Vikinga no sólo habría sido muy distinta, sino que, en realidad, no habría existido.

P: ¿Qué rasgos culturales apreciables han heredado los países nórdicos de los vikingos?

R: Es una cuestión interesante, porque, por ejemplo, si pensamos en el lugar donde se entrega el Premio Nobel de la Paz, notamos que hay un ambiente muy distinto del que solemos asociar con la cultura nórdica actual. Hay algo realmente curioso: las culturas nórdicas siguen siendo, y esto lo digo un poco en tono irónico, lugares conocidos por su gente elegante, bien arreglada, con un gran sentido del diseño. Han exportado de todo, desde Volvo hasta IKEA, y así sucesivamente.

Y en realidad, este estereotipo ya existía en la era vikinga… y era verdadero. Lo sorprendente es que, aunque hoy solemos imaginar a los vikingos como sucios o descuidados, eso no era cierto. El cuidado del cabello, por ejemplo, era muy importante para ellos. Incluso sabemos más o menos cómo solían llevarlo: corto y rapado por detrás, y largo y despeinado por delante. Lo sabemos gracias a cronistas anglosajones que se quejaban porque sus compatriotas imitaban el estilo de los escandinavos que llegaban, y les decían cosas como: “¿Por qué queréis vestir como ellos? ¡Sois unos esclavos de la moda!”.

Además, incluso hoy en día, esto se refleja en las lenguas escandinavas modernas. En noruego, por ejemplo, la palabra lørdag (sábado) viene de la idea de “día del baño”; en islandés, laugardagur significa literalmente lo mismo. Y eso era totalmente cierto ya entonces: los vikingos eran muy limpios. En las tumbas se han encontrado con frecuencia peines, lo que confirma esa atención al aseo personal.

Esta imagen de los escandinavos como personas atractivas, bien vestidas y aseadas tiene raíces muy antiguas. Me encanta que eso ya formara parte de su cultura entonces, y que siga siendo una característica asociada a la identidad nórdica hoy en día.

Piedra rúnica Kingittorsuaq, grabada por Erling, Bjarni y Eindridi, muy lejos al norte de los asentamientos nórdicos de Groenlandia.
Piedra rúnica Kingittorsuaq, grabada por Erling, Bjarni y Eindridi, muy lejos al norte de los asentamientos nórdicos de Groenlandia.

P: ¿Cómo fueron de importantes para los vikingos las incursiones de Vikingos en la Península? 

R: Lo que vemos en este periodo es que los vikingos están realizando incursiones bastante intensas por toda Europa -o al menos por aquellas zonas que encuentran desprotegidas. Necesitan buenas vías fluviales para poder acceder a esos “panales de miel”, por así decirlo, donde pueden obtener la mayor cantidad posible de riqueza transportable o incluso tomar el control de una ciudad.

El ejemplo más famoso es la incursión en Sevilla, en agosto del año 844, probablemente la más conocida y la que más repercusión tuvo fuera de Escandinavia. Se menciona incluso en los Annales Bertiniani. En esencia, aquella expedición pasó por Galicia -donde parece que encontraron algunas tormentas-, pero continuaron navegando hacia el suroeste hasta alcanzar lo que en aquel momento formaba parte del Emirato Omeya de Córdoba.

Esto también es relevante porque contamos con un número considerable de fuentes árabes de la península ibérica que ofrecen una información muy valiosa sobre las actividades de los vikingos. Hicieron lo que solían hacer: saquearon diversas aldeas costeras, aunque finalmente fueron derrotados por un contraataque. Después de eso continuaron hacia el sur, probablemente en dirección a Lisboa.

Esa no fue la única vez que atacaron. Unos diez o doce años más tarde, hacia el 859, se llevó a cabo otra campaña de saqueo que duró unos tres años. También de ella tenemos constancia gracias a las fuentes árabes. Hubo, pues, incursiones sucesivas, aunque después el fenómeno se calmó un poco.

Esto se explica porque, en ese momento, los vikingos ya no eran solo saqueadores; también buscaban lugares donde asentarse, sobre todo en las Islas Británicas y en lo que hoy es Francia -es decir, en los territorios del reino carolingio o franco-. Los vikingos lo intentaron varias veces, pero no lograron establecerse de forma duradera en la península ibérica. Hubo más incursiones posteriores, en torno a los años 960 y 970, y mucho más tarde, ya en época de las Cruzadas, volvieron a aparecer. En ese momento se presentaban nominalmente como cristianos, aunque seguían actuando como sus antepasados vikingos.

Estas incursiones son importantes, pero debemos entenderlas dentro de un contexto más amplio: el de un fenómeno europeo generalizado en la historia de los ataques vikingos.

P: ¿Cuál fue el mayor hito de los vikingos en la Península y por qué es el más importante?

Voy a darle la vuelta a esa pregunta, porque en realidad la península ibérica es muy importante para el estudio de la historia de la Era Vikinga, y lo es de maneras que no vemos en otras regiones. Esto se relaciona con una idea fundamental: si queremos fuentes textuales de la época vikinga -es decir, textos contemporáneos a los vikingos-, tenemos que mirar fuera del mundo vikingo. Salvo por las inscripciones rúnicas, los propios vikingos no escribían crónicas ni relatos, ya que eso solo llegó más tarde, con el desarrollo de la cultura escrita de manuscritos y de los anales.

Por tanto, debemos buscar fuera, y, como puedes imaginar, muchas de las crónicas procedentes de las Islas Británicas o del Imperio Carolingio hablan de los vikingos como saqueadores. Eso es cierto, pero no es toda la historia. Lo maravilloso es que, en la península ibérica, contamos con extraordinarios autores hispanoárabes que viajaban ampliamente, y gracias a ello nos ofrecen una visión del mundo más amplio, en este caso del mundo vikingo: dónde vivían, a dónde viajaban, con quién comerciaban y quiénes eran.

La 'piedra del rehén' en la que aparecen unos hombres con cota de malla que llevan a un sujeto atado hacia un barco.
La 'piedra del rehén' en la que aparecen unos hombres con cota de malla que llevan a un sujeto atado hacia un barco.

Por ejemplo, en el siglo X tenemos el caso de un mercader hispanoárabe, de probable origen judío pero con conexiones musulmanas, llamado Ibrahīm ibn Ya‘qūb al-Turṭuší, originario de Tortosa. Viajó a muchos lugares, y entre ellos a la ciudad comercial de Hedeby, situada en la actual frontera entre Dinamarca y Alemania. Hedeby fue una de las primeras y más importantes urbes comerciales del norte, y de hecho muchos de los objetos que aparecen en mi libro proceden de allí. Era un espacio rebosante de vida humana, con comunidades internacionales y redes comerciales muy activas.

Ibrahīm ofrece descripciones fascinantes sobre la gente de Hedeby. Dice, por ejemplo, que viven en un pequeño lugar en el extremo del mundo, justo antes del océano del fin del mundo. Describe aspectos físicos, como que tanto hombres como mujeres se maquillaban los ojos. También comenta prácticas más oscuras, como el infanticidio o “control de natalidad” posnatal, mencionando que algunos lanzaban a los recién nacidos al mar. Todos estos detalles son esenciales para comprender mejor la cultura nórdica, ya que complementan y matizan la información que obtenemos de otras fuentes.

Pero mi parte favorita del relato de Ibrahīm es cuando describe el canto de la gente de Hedeby. Dice que cantan como perros aullando, que su música es horrible de escuchar, y que no entiende qué creen estar haciendo. Utilizo este pasaje cuando hablo sobre la música vikinga, porque plantea una cuestión interesante: ¿le suena mal porque existe una diferencia cultural en la noción de lo que es “buena música”, o realmente eran malos cantantes? ¿O quizá simplemente venían del pub y habían bebido demasiado?

Lo maravilloso es que, gracias a escritores hispanoárabes como Ibrahīm ibn Ya‘qūb, podemos observar “al otro” del mismo modo en que otras fuentes observan a los extranjeros desde su propio punto de vista. Y eso aporta drama, color, humanidad e incluso humor a nuestra comprensión de la Era Vikinga.

P: ¿Por qué los vikingos eligieron principalmente las costas de Galicia, Asturias y al-Ándalus para sus ataques? ¿Qué veían en esas costas que no tenían en el Mediterráneo? 

R: Básicamente, lo que los vikingos buscaban eran objetivos fáciles allá donde fueran. Cuando hablamos específicamente de los saqueadores vikingos -como los que actuaron en la península ibérica-, su objetivo era encontrar lugares a los que pudieran acceder fácilmente, normalmente a través de vías fluviales. De ese modo podían lanzar un ataque sorpresa, obtener la mayor cantidad posible de riqueza fácilmente transportable y capturar gente para venderla como esclavos, y luego retirarse rápidamente. Ese era, por así decirlo, su modo de operar.

El oro de los vikingos
El oro de los vikingos

Lo que suele ocurrir es que, según la capacidad defensiva de los distintos reinos o regiones, se desplazaban de un lugar a otro. Por ejemplo, entre las Islas Británicas y el Imperio Franco o Carolingio, cuando uno de esos territorios reforzaba sus defensas, los vikingos simplemente pensaban: “De acuerdo, crucemos al otro lado”, y cambiaban de objetivo. Después, cuando las circunstancias se invertían, volvían. En ese sentido, eran oportunistas.

Y en el caso de la península ibérica, eso también se cumple. Había buenas vías navegables, costas adecuadas y lugares donde podían desembarcar o fondear sin ser vistos. Mientras el ataque fuera por sorpresa, las probabilidades de éxito eran altas.

El problema, sin embargo, parece haber sido que la península estaba bastante bien defendida y contaba con una buena infraestructura militar, lo que probablemente explica por qué, aunque existen algunas pruebas arqueológicas -por ejemplo, posibles anclas de barcos vikingos-, no encontramos restos de campamentos militares usados para pasar el invierno, como sí ocurre en Inglaterra. Todo indica que los defensores peninsulares eran capaces de reaccionar y organizar una respuesta rápida.

Dicho esto, no es que los vikingos no encontraran en la península lo que hallaban en otros lugares: había riqueza, personas que capturar y cosas valiosas que obtener. Pero solo actuaban si el beneficio compensaba el riesgo y el esfuerzo.

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