"Siempre que hablo ante mucha gente me parece que me he equivocado de puerta". Estas fueron las palabras con las que el poeta y dramaturgo Federico García Lorca presentó, la tarde del 16 de marzo de 1932, su obra Poeta en Nueva York en la Residencia de Señoritas de Madrid. Unas pocas privilegiadas pudieron escuchar de los labios del poeta más influyente del siglo XX la musicalidad de los versos con los que Lorca retrató los meses que vivió en la Gran Manzana. El poemario no vio la luz hasta años después de su muerte, pero Lorca manifestó en vida como la ciudad de Nueva York era un lugar "de alambre y muerte", y el horror que sentía por la economía capitalista y el racismo que emanaba de su aparente modernidad.
Según Lorca, Estados Unidos era "una civilización sin raíces", que ha edificado "casas y casas, pero no ha ahondado en la tierra" y, pese a ello, el granadino jamás desdeñó su paso por Nueva York. Ese es precisamente el embrujo de la ciudad que nunca duerme: hay algo en su suciedad, en su impaciencia, en su publicidad, que hace imposible no querer volver a ella. "He dicho un poeta en Nueva York, y he debido decir Nueva York en un poeta. Un poeta que soy yo".
La Feria del Libro de Madrid, que se celebra en el Parque del Retiro hasta el 15 de junio, recurre a la metrópolis norteamericana para celebrar, un año más, la literatura como nexo de unión entre las personas. Eva Orúe, directora de la Feria, lo explicó así: "Si centramos la mirada en Nueva York, la ciudad de las 700 hablas, veremos que el 30 por ciento de sus habitantes tiene el español como primera lengua. Si, como dijo Albert Camus, el idioma es nuestra patria, la Gran Manzana está llena de compatriotas insospechados".
Contrastes de Nueva York
En el sofisticado Upper East Side de Nueva York, Helene Hanff, una aspirante a escritora adicta a los martinis, los cigarros y la prensa rosa espera, impacientemente, la llegada de un paquete. Cuando por fin llega, esta Carrie Bradshaw de los años cincuenta destroza el envoltorio bajo el que se encuentra su próxima lectura, adjunta a una carta firmada por Frank Doel, un librero londinense. No es la primera que recibe, ni tampoco será la última: pese a jamás haberse visto, el británico es ya su mejor amigo. Ambos comparten una retahíla de misivas en las que se recomiendan algo más que lecturas: comparten vivencias. Su relación le permite encontrar a la autora la humanidad que no encuentra en la bulliciosa Nueva York, escondida entre las palabras. "Desde donde estoy ahora, Londres se encuentra muchísimo más cerca que la calle 17", escribió a su amigo, antes de este fallecer. La pena inundó su corazón, ahora lo único que le quedaba de Doel eran las palabras y los libros. Unió todas las cartas y las publicó bajo el título 84, Charing Cross Road (Anagrama) y, al fin, Hanff halló el éxito prometido.
Lo de estos dos inadaptados podría pasar perfectamente por una historia de amor escrita por la también neoyorquina Nora Ephron quien, a diferencia de Hanff, sí amaba su ciudad, en concreto, su apartamento, del que estaba "locamente enamorada". La autora de No me gusta mi cuello (Libros del Asteroide) y guionista de Cuando Harry conoció a Sally (1989) defendió su ciudad natal como "muy habitable". "Las cosas cambian en Nueva York; las cosas cambian todo el tiempo. Esto no te importa cuando vives aquí; forma parte del romanticismo cafeinado de la ciudad que nunca duerme", alegó en un inicio para, después, lamentar esta metamorfosis: "Le has dado la espalda un sólo momento y, de repente, todo es diferente (...). Parece que en el momento en que te fuiste de la ciudad levantaron un muro a su alrededor, y que nunca conseguirás saltarlo y volver a la ciudad".
La capital de los escritores
Nueva York es, entonces, un habitante de sí misma. Tiene conciencia y cuerpo propio. Las calles son sus arterias y las personas que las recorren sus glóbulos rojos. A medida que Nueva York se convertía en una ciudad ya no de inmigrantes pobres venidos de Italia, Inglaterra o Europa del Este, sino de ricos y emprendedores, los escritores revolotearon hacia ella como moscas atraídas por la luz. Truman Capote la convirtió en su musa, y burló la neoyorquinidad de la clase alta que Scott Fitzgerald retrató en su Gran Gatsby cuando, en realidad, no quería otra cosa sino pertenecer a ella.
Tom Wolfe, por su parte, no quedó maravillado ante la ciudad estadounidense. Su descontento le instó a escribir la sátira La hoguera de las vanidades (Anagrama) con la que denunciar que "hay vida más allá de la Quinta Avenida". En su texto, aseguró que las neoyorquinas de clase alta eran "radiografías sociales", flacas de tanto vomitar y que permitían ver sus huesos "como si los hubieran puesto bajo los rayos X".
Otro anti-héroe neoyorquino fue James Baldwin. En su obra, el novelista y activista afroamericano exploraba cómo la religión, el racismo y la homofobia protagonizaban el día a día de la ciudad y cómo, pese a ello, no podía sino mantener un fuerte vínculo con sus raíces en Harlem. Su ensayo, La próxima vez el fuego (Capitán Swing), culpaba a la sociedad neoyorquina de impedirle ser lo que soñaba ser (Baldwin era, además de negro, homosexual) y reprochaba a la religión cristiana dejarse utilizar por los blancos para justificar la esclavitud y el racismo.
Escritores 'outside New York'
Pero en Nueva York confluyen tantas nacionalidades que el individualismo y la supremacía estadounidenses se tornan hasta ridículos. Entre 1980 y 1981, la española Carmen Martín Gaite, de la cual este año se celebra el centenario de su nacimiento, personificó la ciudad como un devorahombres ambicioso: "Eso es lo malo de Nueva York, que lo quiere uno todo y que continuamente te salen al paso tentaciones inesperadas".
Al fallecer, su hermana Ana María halló en su casa de El Boalo un cuaderno de collages de la ciudad, cuidadosamente diseñado por la autora de Caperucita en Manhattan. "Me hizo ver Nueva York de un modo totalmente suyo, personal e intransferible", aseguró Ana María tras tomar la decisión de publicarlo. Así, entre Mickeys recortados y titulares de periódicos, Visión de Nueva York (Siruela) sirve como atípica biografía del día a día de Martín Gaite en la Gran Manzana, y se convierte no sólo en una manera única de conocer a la sociedad neoyorquina de los años ochenta, sino a la española que vivió ahí.
Por su parte, otro español, Antonio Muñoz Molina, reconoce tener una fuerte conexión con la ciudad de Nueva York. El que fue director del Instituto Cervantes de Nueva York a principios de siglo retrató sus vivencias en la Gran Manzana. Para Ventanas de Manhattan (Seix Barrall) alegó que Nueva York es una gran ventana que muestra la desnudez de su interior. En Nueva York, no hay espacio para la intimidad, para la privacidad. "En Nueva York", aseguró, "el tránsito de la belleza a la desolación sucede siempre expeditivamente". Quizá sea por eso que, en la literatura, Nueva York sea siempre un personaje más.
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