Tamara Silva Bernaschina (Minas, Uruguay, 2000) espera a El Independiente sentada detrás de la mesa del despacho de su editor, Juan Casamayor, como una niña que hubiera sido sorprendida mientras jugaba a ser la jefa. Favorecen la impresión el rostro dulce, los grandes ojos oscuros y cierta timidez, pero la contrarrestan los tatuajes de sus brazos: un cordero con dos cabezas, una sirena, un banco de pececillos o una especie de zarigüeya enmarcada en un cartel de Se busca con una advertencia: "Peligrosa". La joven escritora uruguaya, una de las voces más prometedoras de la literatura iberoamericana, lleva varias semanas en España y se queda buena parte del verano. Ha venido a presentar Larvas, su tercer libro, segundo de relatos, primero que se publica en nuestro país, y a disfrutar de un par de residencias literarias: la que convoca el Ayuntamiento de Barcelona en la masía de Villa Joana, en la montaña de Collserola, y la Finestres, en una casa colgada sobre una cala de la Costa Brava donde Truman Capote se encerró en 1960 a intentar avanzar en el manuscrito de A sangre fría.

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Larvas es una colección breve y fascinante, marcada por una prosa limpia y precisa que ayuda al lector a ubicarse en el mundo singular donde discurren sus ocho relatos. Un ecosistema en el que conviven un niño que cuida de sus piojos como si fueran mascotas, una excursionista que llega a un remoto pueblo de montaña y se ennovia con la misma montaña o unos chavales que tienen que adoptar a una yegua que creían muerta. "Todas las personas y los animales que están en estos cuentos son como muy parientes en algún punto. Hay una unidad y una conexión por debajo, comparten el mismo misterio", explica su autora.

Inventar y descubrir

Ahora que parece que vuelve el realismo mágico, o al menos es invocado sin complejos por autores como David Uclés, lo de Tamara Silva podría sonar a eso, aunque fuera por cercanía geográfica con el contexto latinoamericano. "Lo pensé en el momento de la corrección, si el libro era fiel a un deseo mío y no a un contexto latinoamericano. Sí es cierto que están muy cerca García Márquez o Rulfo, pero a mí lo que me interesaba era buscar esas imágenes que respondían a algo interno mío", reflexiona. "Yo siempre que me siento a escribir tengo la impresión de estar descubriendo en vez de inventando. Y hay algo en ese descubrimiento que me da mucha confianza, porque es como si eso estuviese ahí siempre y yo lo que hiciera fuera acercarme y contarlo y mostrarlo. Esa existencia previa que yo me imagino es lo que me da una seguridad a la hora de narrar y cuando aparecen estos elementos creérmelo todo de entrada".

Despojarse de una idea equivocada de verosimilitud también le ha ayudado a zambullirse con decisión en lo fantástico. "Tiene que ver con aceptar tu perspectiva. La yegua que resucita tiene sentido en ese mundo. Los personajes se lo creen, andan con ella, la cuidan, responden a esa lógica. Hay algo que empieza a funcionar por dentro del libro y esa es la verosimilitud que me interesa, no tanto que yo me crea las cosas sino que los personajes lo hagan". Lo difícil es conseguir que eso tenga sentido para el lector, y Silva lo logra con una madurez y una eficacia inesperadas.

Silva llega a España con el aval del señor de los cuentos, el editor Juan Casamayor, cuyo sello, Páginas de Espuma, acaba de cumplir 25 años consolidado como uno de los más sólidos puentes editoriales entre España y América. Fue precisamente Casamayor quien le escribió en 2023 tras leer Desastres naturales, el libro de relatos que Silva acababa de publicar en Uruguay. "Yo no tenía nada inédito en ese momento", recuerda. "Le dije que estaba trabajando en una novela, Temporada de ballenas, pero que si quería, cuando tuviera algo se lo mandaba. Eso hice". El libro era Larvas, y el proceso de edición resultó, dice, "muy hermoso, con una lectura atenta y una confianza también". Casamayor entendió desde el primer momento "hacia dónde iba todo" y supo intervenir en la medida justa. "No fueron muchas correcciones, sobre todo cuestiones de orden, pero para mí era muy fuerte pensar que este hombre ha editado a Mónica Ojeda o a María Fernanda Ampuero", algunos de los nombres consagrados que han trabajado y trabajan con Casamayor, el editor al que tantos escritores iberoamericanos le reservan sus cuentos mientras publican sus novelas con los sellos de los grandes grupos.

Uruguay singular

Nacida en la ciudad interior de Minas, Tamara Silva empezó a escribir desde niña, pero no pensaba que aquello pudiera derivar en una carrera. "Me parecía que llegar a publicar era algo dificilísimo". Cuando terminó el instituto se mudó a Montevideo para estudiar Letras y empezó a trabajar en una librería. Ahí, dice, "todo estaba más cerca". En 2020, durante la pandemia, se apuntó a un taller con el escritor Horacio Cavallo que terminó siendo crucial. "Le gustaron mis textos, me animó a que los trabajara y los presentara". Con su impulso armó un primer libro de cuentos, que se presentó a un fondo de apoyo estatal y fue publicado por Estuario, la editorial en la que ahora trabaja y que también publicó su novela Temporada de ballenas. Funcionó mucho mejor de lo esperado: fue premiado, reeditado, recomendado. "Ni la editorial ni yo nos lo esperábamos". Aquello le abrió muchas puertas.

Ahora, ya con tres libros a sus espaldas, Silva agradece dar el salto y presentarse ante un público nuevo. "He ido a varios clubes de lectura y se han dado conversaciones muy lindas, por ejemplo sobre lo fantástico o sobre el campo uruguayo". O sobre el lenguaje, el español de allá que cada vez más lectores de aquí disfrutan y agradecen. "A mí como lectora me pasa. Cuando leo algo de México, Bolivia o incluso de España misma, con una forma de hablar distinta, pienso, ¿qué es esto? Qué bien que suena, no sé qué es". Esa extrañeza, dice, puede convertirse en una forma de poesía.

En Larvas, lo rural y lo fantástico se entrelazan con una naturalidad que a menudo descoloca, pero sin alardes, y trasladando de manera muy sensorial la luz y el paisaje de su país. "Hay algo de Uruguay que es muy singular, sobre todo en verano: el calor, la siesta, la lentitud. Es un país chico, donde puede haber un lugar que te recibe para comer y que a lo mejor esperan cinco mesas diarias, pero abren igual y les rinde. Todo eso arma una noción de estar en otro tiempo".

Cuerpos que se funden con el paisaje

Uno de los cuentos más potentes del libro, "Iruya", se aleja del campo uruguayo para ambientarse en la alta montaña argentina, pero mantiene un aire de parentesco. "Son geografías primas", dice. "Hay lógicas que se repiten, personas parecidas. Pero en este cuento concreto lo que se da es una extensión del territorio dentro de una persona. Esta mujer que es como montaña: tiene el olor de la montaña en la ropa, el sabor en la saliva. Hay un borde muy frágil entre el cuerpo y el territorio". Es una imagen que se repite con variaciones a lo largo del libro: cuerpos que se funden con lo que los rodea, espacios que se filtran dentro de los personajes. "En todos los cuentos hay estas fugas entre el cuerpo y el territorio, esta forma de involucrarse que va mucho más allá de estar viviendo en un lugar, sino que ese lugar también está viviendo un poco dentro de todos ellos".

Esa forma de mirar lo visible y lo invisible, el cuerpo y la tierra, el mundo y su reverso, podría prestarse a la grandilocuencia. Pero Silva escribe con contención. Su prosa no se desborda. Ella misma lo explica así: "Me gustaría hacer el ejercicio del despojo, escribir mucho y recortar. Pero a mí me pasa al revés: escribo muy poco y muy medido. A veces lo que tengo que hacer es expandir". En algunos cuentos, su mayor gesto de poda ha sido recortar apenas unas líneas del final para dejar "un vacío" que resuene. "Y siempre hay una imagen que lo cataliza todo. En el primer cuento, por ejemplo, era la sensación de que a alguien le pique la cabeza. En ese momento estaba obsesionada con los ovnis, así que se me empezaron a cruzar esas dos imágenes". Otras veces es una escena vista al pasar: dos hombres trabajando bajo el sol en una arenera. La luz, el calor, el polvo. Y de ahí, el cuento.

Así trabaja Tamara Silva: con imágenes que se fijan como larvas en la piel, esperando su momento.

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