Este viernes la publicación del LUX de Rosalía eclipsó cualquier otra novedad discográfica. Una de ellas ni siquiera aspiraba a la relevancia mediática, aunque se trate de un álbum importante: las últimas grabaciones que una leyenda del jazz del siglo XX como Chet Baker realizó durante el rodaje del no menos legendario documental Let’s Get Lost. El fotógrafo norteamericano Bruce Weber siguió durante meses a Baker en su errática existencia, entrevistó a las mujeres que le amaron y le soportaron, a los hijos a los que dejó atrás y que le guardaban rencor al mismo tiempo que le admiraban. El resultado es una película bellísima que Baker nunca llegó a ver: murió meses antes tras caer de una ventana en Ámsterdam. El documental fue así la mejor elegía. Ganó premios en varios festivales y reactivó el culto hacia Baker. Ahora, Weber y otros implicados en el mismo se han empeñado en sacar a la luz las grabaciones que entonces quedaron en el cajón.
El disco se llama Swimming by Moonlight y procede de un hallazgo inesperado. Cuando Let’s Get Lost fue restaurada en 4K hace un par de años años, algunas licencias musicales habían caducado y el equipo tuvo que sustituir canciones por material propio. Como han contado Bruce Weber y el bajista John Leftwich –que participó en aquellas sesiones y colaboró en los arreglos durante el rodaje del documental– en una entrevista reciente con el periodista Marc Myers, al revisar las cintas se encontraron no una, sino decenas de tomas inéditas. De pronto aparecieron más de sesenta pistas grabadas durante las sesiones que acompañaban al rodaje: estándares, improvisaciones, pruebas de sonido y fragmentos en los que Baker canta o toca en estudios de Los Ángeles, París y Cannes. Bruce Weber, su compañera Nan Bush y el bajista John Leftwich comprendieron entonces que tenían un tesoro. Había suficiente música para un disco, incluso para una película nueva. La selección de dieciséis temas constituye hoy el álbum Chet Baker Performs & Sings: Swimming by Moonlight, editado por Slow Down Sounds.
No es un simple rescate archivístico. Son, probablemente, las últimas grabaciones inéditas de Baker que llegarán al mercado. El vinilo doble se ha producido con mimo audiófilo: transferencias desde las cintas analógicas originales, masterización específica y una edición cuidada, con un ensayo escrito por Weber, Bush y Leftwich. También habrá videoclips montados con imágenes conservadas de aquellas sesiones. El fotógrafo lleva meses trabajando en una nueva película construida en torno a esa música.
Chet Baker, el príncipe del 'cool jazz'
Quién fue Chet Baker vuelve a ser la pregunta obvia. Lo llamaron el príncipe del cool jazz: trompetista de sonido terso, cantante de voz aflautada y casi infantil, más cerca del susurro que del volumen. En los años 50 fue una promesa deslumbrante. Tocó con Gerry Mulligan, grabó un puñado de discos extraordinarios y se convirtió en un icono pop involuntario: tupé perfecto, mandíbula afilada, magnetismo de estrella de cine. También fue un autodidacta obstinado y un hombre que arrastró una biografía atormentada. Sus adicciones marcaron su carrera y su cuerpo. Su rostro juvenil acabó envejecido prematuramente, y el mito se volvió inseparable de la debacle personal.
Aquello no impidió que siguiera tocando ni grabando, pero cuando Weber lo conoció a mediados de los 80 el trompetista ya era un superviviente: sin dientes, con la voz quebrada, consumido físicamente, pero capaz de interpretar baladas con una elegancia casi irreal. El relato de cómo perdió la dentadura forma parte de su leyenda: él mismo contaba versiones distintas, casi novelescas, que una exnovia adicta a la heroína desmentía en Let’s Get Lost, convencida de que era otra fábula para envolver su biografía con un velo romántico.
Weber, fotógrafo de moda convertido en cineasta accidental, quedó atrapado por esa mezcla de encanto y decadencia. En una visita a un modesto apartamento de Harlem, vio a Baker tumbado en la cama con una trompeta pequeña "que parecía de juguete". En cuanto la tocó, el músico transformó aquel escenario pobre en algo fascinante. Weber suele recordar que Baker tenía "una enorme gracia". Lo comprobó también en el estudio: cuando empezó a grabar Imagination, el equipo técnico conversaba en la cabina. Weber pidió silencio. En la reproducción posterior, todos quedaron boquiabiertos. El micrófono, casi dentro de la boca del trompetista, captaba cada matiz. Era una canción que todos habían oído mil veces, pero la interpretación de Chet la llevaba a un territorio nuevo.
'Let’s Get Lost', o el desastre más hermoso
Let’s Get Lost es hoy uno de los documentales musicales más celebrados de la historia. No sigue una cronología. Es una pieza fragmentaria, hecha de recuerdos, carreteras, fiestas, entrevistas y silencios. Weber admite que no se trata de un biopic, sino de una película nacida de la fascinación. Se mezclan las viejas fotografías de William Claxton con escenas improvisadas, conversaciones con amigos, exmujeres, hijos y músicos. Y la secuencia inolvidable en la que Baker aparece en un descapotable, eufórico tras un concierto en Italia, acompañado por dos jóvenes que le acarician el rostro ajado.
La cinta contiene algunas de las imágenes más intensas del jazz captadas en cámara: Baker en Cannes imponiendo silencio a un público ruidoso para poder cantar Almost Blue; Baker recordando anécdotas inverosímiles; Baker agotado, pero todavía magnético; Baker diciendo, al final, en un susurro casi tembloroso, que filmar aquello era "un sueño". Para el cineasta Sam Pollard, que vio el estreno en Boston, descubrirlo por primera vez fue "pura poesía". Según críticos como Terrence Rafferty, se trata de un retrato ambiguo, incluso incómodo, sobre la construcción del mito y la degradación del cuerpo que sostiene la música.
Lo más perturbador de Let’s Get Lost es que no oculta nada. Se ve la manipulación y el carisma del personaje, su ternura y su irresponsabilidad. Hay hijos con vidas dañadas desde el principio que expresan su frustración con el padre que les dejó atrás. Hay mujeres que le amaron y admiten haber sido engañadas. Hay un hombre dulce y caprichoso a la vez, capaz de buscar una jeringuilla o de desaparecer durante días, pero también de cantar como nadie. El propio Weber lo resume así: "Chet era un niño adulto". Podía enfadarse si le negaban algo tan absurdo como alquilar un coche para viajar de París a Roma a recoger a su bajista. Podía seducir a un perro policía en la aduana alemana hasta el punto de que los agentes le dejaran pasar la maleta sin registrar. "Un día en la vida de Chet era como seis meses en la vida de alguien normal", recuerda Nan Bush. "A veces fantaseaba con la idea de tener una vida normal. 'Solo quiero tener algo de dinero para comprarme una casa, tener un piano, ser capaz de estar de quedarme quieto en algún lugar'. Pero en realidad nunca quiso eso en absoluto, porque pudo haberlo tenido muchas veces".
Con la trompeta hasta el final
Una día de mayo de 1988, Baker apareció muerto en la calle, bajo la ventana de un hotel en Ámsterdam, con su trompeta. Tenía 58 años. El documental se estrenó meses después. Lo premiaron en el Festival de Venecia. Reavivó el interés por su música. También alimentó el mito del trompetista desdentado que había convertido la fragilidad en estilo.
Swimming by Moonlight llega como un eco de aquella última etapa. Las cintas revelan a un Baker ya crepuscular, pero todavía inspirado. Incluyen versiones de I Can Dream, Can’t I?, Quiet Nights o Make Me Rainbows. Leftwich destaca la voz: íntima, contenida, vulnerable. Weber subraya la inmensa "gracia" con la que cantaba, incluso en los peores días. Hay arreglos nuevos, algunas reediciones y guitarras añadidas cuando el viejo piano sonaba "demasiado duro". La intención no es reconstruir al Baker pletórico de los 50, sino mostrar al Baker que filmaron: frágil, lento, profundamente romántico.
El disco funciona como una suerte de epílogo para Let’s Get Lost. La película enseña su vida a la deriva; el álbum vuelve a la música, que era lo único prístino que salía de su andar por el mundo. Probablemente Baker nunca pensó en dejar un legado. Tocaba cuando le apetecía, como un impulso. Pero Weber y su equipo han decidido que no se pierda ese rastro final. Para muchos oyentes, escucharle será como asomarse a ese mundo con el que sedujo a generaciones: noches lentas, voz baja, trompeta flotando sobre la melodía, y la convicción, todavía hoy, de que nadie cantó nunca sin dientes como Chet Baker.
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