La disponibilidad o la falta de movilidad, se revela como el factor que, por sí mismo, explica la causa de la pérdida de solidez que van sufriendo los huesos y los cartílagos con el paso de los años. El organismo necesita estímulos para mantener la solidez de sus estructuras, y cuando esta estimulación va desapareciendo, el desgaste se acelera. Actualmente, se tiene la clara certeza que el sedentarismo se relaciona más con el envejecimiento de las estructuras articulares que hacer cualquier actividad de impacto.

Movimiento y salud de los huesos

El cuerpo responde notablemente a las acciones mecánicas. Cada vez que una articulación trabaja o carga, se comprime un poco el cartílago y permite el acceso de las sustancias nutritivas que lo mantienen. Esta respuesta, para nada lesiva, pone en marcha procesos de regeneración. Las propias células constitutivas del cartílago hacen uso de esos cambios de presión para mantener su elasticidad y su grosor. Los huesos trabajan de manera similar, retrospectivamente a las cargas asumidas, y van incorporando minerales y refuerzan su densidad.

Consecuencias del sedentarismo prolongado

Cuando la actividad física disminuye de forma sostenida, la capacidad de renovación del cuerpo se merma. El cartílago disminuye, pierde parte de su grosor y el hueso frena la llegada del calcio. Esta asociación da lugar a mayor rigidez, se reduce la movilidad y se incrementan las molestias clásicas del proceso de la vejez. La falta de actividad también afecta la circulación de nutrientes hacia las articulaciones, empeorando así el deterioro.

Edad y unos huesos fuertes

Recientes investigaciones han estudiado las características de las articulaciones en las personas mayores que ejecutan movimientos de impacto controlado; los resultados mostraban mejoras en fuerza, equilibrio y movilidad, tras realizar el programa durante pocas semanas, incluso los ejercicios pliométricos (en los que se realizan saltos más intensos que cuando se corre) mostraron mejoras cuando se introducían progresivamente. Esto demuestra que el tejido articular tiene aún adaptaciones a pesar de los 65 años.

El impacto no resulta perjudicial si se gestiona bien

Los estudios científicos e investigación contradicen la creencia tradicional de que correr es malo para las rodillas. Después de una sesión, la parte cartilaginosa se encuentra algo aplastada, pero se vuelve a recuperar a medida que va mejorando la absorción de nutrientes. Con el paso del tiempo, si se realiza una y otra vez, se continúan reforzando el tejido. Las comparativas entre personas sedentarias y quienes practican running demuestran que estas últimas suelen tener un cartílago más grueso y un hueso más denso, algo crucial para la prevención de la artrosis y otras dolencias propias del envejecimiento.

Cómo protegerse a cualquier edad

Los expertos sugieren incorporar la actividad física de forma progresiva para prevenir lesiones. La mayor parte de las incomodidades en runners o en las personas que retoman la actividad se deben a subir la distancia, la intensidad o frecuencia de la misma a un ritmo excesivamente acelerado. Combinar caminatas, alternar superficies blandas como el césped para correr y respetar los días de recuperación, son formas de facilitar la salud articular a medio y largo plazo.

Nutrición, descanso y hábitos sostenibles

Una dieta rica en micronutrientes, a saber, calcio, vitamina D y proteínas, incrementa la reconstrucción de hueso y cartílago, lo que al tiempo que el descanso nocturno también influye en la reparación de los tejidos. A la luz de que establecer rutinas de movimiento con frecuencia, evitar no realizar actividad durante periodos prolongados, y conseguir llevar a cabo sesiones regulares de movimiento moderado ralentizan el fenómeno del daño natural por la edad, la constancia es el mejor recurso para tener articulaciones fuertes durante mucho tiempo.