No debería llegar la sangre al río. La puñalada que un postrado Partido Socialista ha recibido de algunos de sus propios miembros no ha hecho más que mostrar el grado de división que padece esa formación como resultado de la continuada acción de zapa de Pedro Sánchez contra el crédito y la autoridad de los mandos intermedios del partido. Labor de zapa que  Sánchez se dispone a prolongar tanto tiempo cuanto sea necesario hasta que, piensa él, la moneda vuelva a caer de cara a sus propósitos.

De momento, sin embargo, el grupo parlamentario tiene que decidir las sanciones que impone a quienes desobedecieron la disciplina de voto que se les había exigido en la pasada sesión de investidura. Pero ésta no es la ocasión más propicia para imponer castigos más severos que los puramente económicos, en la tabla más baja de las posibles sanciones. Y aunque algunos de los los desobedientes están poniéndose gallitos negando a la Gestora autoridad para castigarlos, no pueden hacer lo mismo con la dirección del grupo parlamentario, que tiene todos los títulos para imponer los castigos que sean decididos.

Lo que pasa es que al partido no le interesa tomar medidas de ésas que se llaman ejemplarizantes porque de lo  que se tiene que ocupar ahora es precisamente de restañar las heridas y procurar cuanto antes su cierre. Y un castigo muy duro, del tipo del que reclama alguna federación, contribuiría a prolongar y a ampliar todavía más un enfrentamiento que daña a todos y no salva a ninguno. Eso sin contar con que la expulsión del grupo, que es una de las posibles sanciones que el reglamento interno tiene previstas, supondría que los desterrados pasarían al grupo mixto, en una situación  que envenenaría irremisiblemente el clima del partido, además de que el grupo parlamentario del PSOE quedaría aún más mermado de lo que ya está después de las últimas elecciones  de junio.

Otra cosa será que estos diputados díscolos pasen a considerarse exentos de disciplina de aquí en adelante. En ese caso, los dirigentes del PSOE tendrían que poner pie en pared y no seguir tolerando que el grupo socialista pase a comportarse como el ejército de Pancho Villa, que eso sí que no se debería tolerar. Pero eso no ha sucedido todavía y no sabemos si sucederá. Por eso, bien está una sanción económica para todos -eso es obligado- y, a partir de ahí, esperar y ver.

Y por lo que se refiere al PSC, que ha votado con manifiesta indisciplina frente al PSOE, pero con disciplina prusiana en lo que se refiere a lo decidido por su Consejo Nacional, quizá haya llegado el momento de abordar de una vez por todas la peculiar relación entre dos partidos que establece que uno de ellos -el PSC- tiene representantes en todos los órganos de dirección del otro partido, el PSOE, pero no viceversa. El PSOE nunca ha tenido ningún representante en la cúpula del PSC.  Esta anomalía debe ser corregida cuanto antes porque, dada la situación política en Cataluña, esas discrepancias en las votaciones se pueden repetir en esta legislatura con una frecuencia que pueden dejar al  PSOE en una situación de auténtico ridículo y en objeto de mofa general.

De momento, son otros y más urgentes los problemas de fondo a los que tiene que hacer frente la nueva dirección socialista. Esto de los votos díscolos no es lo más grave que le ha pasado a este partido. Es simplemente la mínima muestra visible de la tempestad que se agita en el fondo de su alma. Y es contra esa tempestad contra la que tienen que luchar si no quieren que el tornado se los lleve por delante a todos.