"Para mantener las costumbres y las maneras tradicionales. A eso dedicamos nuestra vida". El restaurante Valencia del centro de Salamanca recibe al cliente con esta invocación tan alejada de la cursilería del gastrobar.
En todas las mesas se hablaba de toros sin tapujos el domingo al mediodía; en todas las mesas se hablaba de Morante. Pero no era una clientela de acento fuereño, no; lo más lejos, Valladolid o Madrid, Y sin darle la menor coba al torero. A ver si hoy no nos desilusiona tras la bronce del viernes: ése era el sentir. Pasión y justicia.
Después, el maestro les volvió a convencer dos días después en la misma temporada en la que ha cortado un rabo en La Glorieta, una de sus plazas fetiche.
Ni que decir tiene que Morante mantuvo las costumbres y las maneras tradicionales. Porque a eso ha dedicado su vida de torero -su vida-, con distinguido y frecuente resultado de éxito absoluto en este quinquenio.
«He conseguido esa redondez que me había faltado otras veces; en El Puerto (de Santa María) me tuve que tirar al suelo porque el toro me comía, aquel toro fue muy complicado y no pude redondearlo lúcidamente, aquí sí. Aquí ha sido y aquí se quedará para siempre», declaró a Iván Ramajo, de La Gaceta, periódico insuperable de morantismo,. Se refería a ese saludo sin nombre comúnmente aceptado en forma de recorte con medio capotillo.
El cuerpo a tierra fue efectivamente necesario en El Puerto. Morante iba achicando los terrenos y salió como pudo del apurado trance. Luego vino lo que vino, en dos maravillosas tardes en la que sin duda ha sido una de las ferias de la temporada.
De aquello ha pasado tiempo y la experiencia de reencontrarse con el Genio más de un mes después anima los espíritus. Hace lo que no hace nadie, y de qué manera lo hace.
En alguno de esos pasajes de otras latitudes y pulsos, uno se imaginaba la Glorieta llena de sombreros. La reacción fue cariñosa sin exageraciones, con el temple de la tierra, que cuando el público se levantó como un resorte fue con la noria de Borja Jiménez a ese misterioso toro de Capea que embestía como una locomotora.
Morante es un suceso, y al suceso le quedan media docena de fechas esta temporada. De Logroño y Zaragoza a Zafra y Úbeda. Sevilla con Canal Sur en directo y, por supuesto, el doblete de Madrid el 12 de octubre, que se antoja meta final. Sold out el festival y la corrida al instante de salir a la venta los boletos, así se las gasta en las cibercompras el Bad Bunny de La Puebla.
Su cabeza no para de inventar, acogiéndose a las tradiciones; su cuerpo, aparentemente más fino, reposa en la arena con una insultante puesta en escena en un ladrillo, y por aquí va a ser, tiene que ser y es. Entre los labios se escapa un improperio por ese molesto viento que se nota más abajo que arriba, y que hace todo lo posible por estorbar en mitad de la obra. El cuarto, de Matilla, se prestó para las maravillas capoteras y se rajó con descaro en la muleta. El premio de la concurso fue para su primero, Corchoso, de Garcigrande, el mejor en el caballo aunque luego le pesara en la muleta con buen son pero menos brío.
Leer cómo lo cuenta Morante siempre instruye: «Mi primer toro, fue un toro muy Garcigrande. Lo de Gracigrande a veces lo mismo se van por fuera un poquito que se meten por dentro. Ha sido un toro no que no era fácil y más con el aire, que a veces también se hace más difícil taparle la cara. La verdad es que el toro por el lado derecho sí que lo hacía muy bien y por el lado izquierdo había que esperar la paradita. Y esperando la paradita y poniéndola, poniéndosela de verdad, el toro acudía con buen son».
Esperar la paradita, dijo en La Gaceta.
Morante mantiene las maneras tradicionales, pero es la revolución, la caña.
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