La fórmula que se ha hecho famosa es la de "shaken, not stirred", agitado y no removido, que siempre pedía James Bond. Aunque para los expertos, el famoso espía británico no lo pedía bien. Más bien, lo pedía al revés. "Un Martini debe siempre ser removido, no agitado, de modo que las moléculas descansen sensualmente unas sobre las otras", sentenció W. Somerset Maugham, también emblemático creador de espías. Aunque, claro está, para gustos colores. O mezclas y sabores distintos.

No hay duda de que el Dry Martini es un cóctel que admite varias fórmulas aunque la fetén, amén lo que establece la Asociación Internacional de Barmans, es la combinación perfecta entre 5,5 centilitros de ginebra y 1,5 centilitros de vermú seco. A partir de aquí, cada cual que aderece lo que considere. Los hay que optan por el “vodka Martini” (vodka en vez de Martini), el Martini dulce (vermú rojo en vez de seco y con una cereza al marrasquino) o el “perfect Martini” (5.5 cl de gin, 1.0 cl de vermú seco y 1.0 cl de vermú rojo, decorado con piel de limón). También se admite el “Gibson”, que no lleva aceituna sino dos cebollitas perlas. Y está además el “Vesper”, que es, en realidad, lo que pide James Bond. En la novela “Casino Royale” (1953) sale incluso la receta detallada: 

-- Un dry Martini –dijo-. Uno. En una copa baja de champán. 

-- Oui, Monsieur. 

-- Un momento. Tres medidas de Gordon’s, una de vodka, media de Kina Lillet. Agítelo bien con hielo hasta que esté bien helado. Luego añádale una fina corteza de limón. ¿Lo ha anotado?

-- Por supuesto, Monsieur.  

--Madre mía. Desde luego, es un pelotazo –dijo Leiter. 

Bond rió. 

James Bond finalmente lo llama “Vesper”, en honor de una protagonista de la novela, Vesper Lynd. En realidad, Vesper era el nombre de un coctel que se había inventado Ivar Bryce, un amigo de Ian Fleming, el autor de los libros de OO7. Y resulta que no tenía nada que ver con la fórmula que luego adoptó el espía de Su Majestad. El Vesper originario era, en realidad, una bebida de ron. 

Además, el Vesper de Bond no vuelve a salir en ningún otro libro y soló volvería con la película “Casino Royal” de 2006 y, después, con “Quantum of Solace” (en las demás películas siempre se habla de Dry Martini a secas).

Aparte de la saga 007, el Dry Martini también ha sido la bebida preferida de escritores y políticos. El mismo Hemingway, en “Adiós a las armas”, llegó a decir que “no he probado nada tan cool and clean, sofisticando y limpio…Me hacen sentir civilizado”. 

Winston Churchill, un consumado bebedor (llegó a decir que le habían enseñado desde pequeño a respetar las personas que sabían emborracharse), también disfrutaba de un Dry Martini de vez en cuando. Incluso creó su propia receta, el “Churchill Martini”: muy poco vermut, que detestaba, y mucha ginebra Plymouth (hay quien dice que era Beefeater e incluso Boodles). Medio en broma, medio en serio, decía que primero se ponía ginebra en una copa y luego se echaba una mirada a una botella de vermut. 

Alfred Hitchcock estaba de acuerdo con la receta. Él siempre lo ordenaba muy seco: “cinco partes de ginebra y una mirada a una botella de vermut”. Hemingway tampoco se quedaría atrás: “quince partes de ginebra y sólo una de vermut”. 

Al Presidente Roosevelt, sin embargo, le horrorizaba el “Churchill Martini”. Él tomaba sus Dry Martinis, que preparaba él mismo, con mucho vermut, algo que estaba pasado de moda pero que a él le encantaba. También añadía unas gotas de Pernod, agua de rosas y unas olivas. Tanto le gustaba la combinación, que llevaba un “martini kid” allá donde fuera. Incluso le preparó uno a Stalin en la conferencia de Teherán de 1943. A Stalin, acostumbrado al vodka, el coctel no le dijo nada. Opinaba que enfriaba el estómago más que otra cosa. Nikita Kruschev lo aborrecía abiertamente. “Es más letal que las armas estadounidenses”, dijo. 

Del mismo modo que nadie se acaba de poner de acuerdo en la fórmula exacta, tampoco están claros los orígenes de la famosa bebida. La versión más extendida es que el barman Martini di Arma di Taggia, el señor Martini, la creó en el Knickerbocker Club de Nueva York en 1911. 

Otros apuntan que el inventor fue Jerry Thomas, el autor del primer libro de coctelería, en 1862, llamado “How to Mix Drinks”, Cómo mezclar bebidas. Contaba Thomas que una vez se topó con un cliente que iba de camino a la ciudad californiana de Martínez y que le pidió un combinado fuera de lo habitual. Por eso mezcló ginebra, vermouth, bitter y le dio un toque de licor de cerezas. Lo nunca visto.

Otra de las teorías habla directamente de la ciudad de Martínez. Se dice que un buscador de oro encontró finalmente una mina y, para celebrarlo, se fue a un bar y pidió champán. Como no tenía, le ofrecieron un combinado excepcional. Le debieron preparar algo semejante al cóctel de Jerry Thomas pero le pusieron una oliva. 

Sea como fuere, el dry Martini, en todas sus acepciones, ha llegado hasta hoy como un icono. Como el auténtico y verdadero coctel de todo espía británico que se precie.