El día en que los Talibanes entraron en Kabul, Helena Hofiany supo que le quedaban dos alternativas: huir o morir. Jueza de lo penal de profesión, y mujer por condición, los recién llegados tenían motivos de sobra para ir a por ella. Lo primero que hicieron al entrar a la capital de Afganistán fue liberar a los prisioneros, muchos de los cuales estaban entre rejas por sentencias firmadas por ella misma. Así que destruyó la mayoría de los documentos que tenía en su poder y puso rumbo a Pakistán, país vecino.
Se fue con lo que tenía, acompañada de su esposo y una de sus hijas, ahora de cuatro años. "Buscaron a mi familia preguntando por mí. Querían saber dónde estaba. Encerraron a mi hermano y lo golperaron", explica desde su nueva casa, situada en Madrid y que "paga el Gobierno español. La comida también, pero ahora lo que queremos es poder trabajar para pagarlo nosotros". Hofiany sabe que trabajar de jueza "es imposible" para ella en España, pero no le importaría hacerlo de cualquier otra cosa.
Antes de recalar en España pasó dos meses en Pakistán. Siempre pendiente de que sonase su teléfono y alguien le dijese al otro lado que ya salían hacia Europa. Desde que llegó a Madrid a finales de 2021 desea regularizar su situación para "comenzar de cero" una vida junto a su marido sin depender de las ayudas estatales.
Su marido, Mir Ahmadshah Qaderi, era asesor económico en su país. Habla buen inglés y se defiende en español aunque no deja de estudiarlo cada día. Tampoco de formarse para encontrar una ocupación, la que sea. "En unos días tengo un examen de conducir para poder trabajar de eso", asegura en conversación con este periódico.
La jueza Hofiany baja la voz durante varias partes de la entrevista. No lo hace porque su hija de un año, nacida en el Gregorio Marañón de la capital, esté durmiendo en la habitación de al lado. Cada vez que recuerda sus últimos días en Afganistán lo hace susurrando, como si alguien la pudiese escuchar. Como si alguien la pudiese localizar a ella o alguno de los suyos. En algunos momentos le es imposible continuar hablando.
"Antes de la llegada de los talibanes la vida era muy buena para las mujeres. Pero no tienen ningún respeto por ningún derecho básico nuestro", explica. Cuando salió rumbo a Pakistán, "apagué mi móvil". Pensar que la podían capturar le llena los ojos de pánico, incluso hoy.
Las asociaciones internacionales de jueces la ayudaron a llegar a España. Le propuesieron distintas opciones, como Alemania, pero en su mente siempre estuvo España. "La cultura es parecida a la nuestra. Es mejor de lo que me imaginaba. La gente, la seguridad, el tiempo. Es un país genial", resume.
Al principio sus mayores apoyos fueron las asociaciones de mujeres juezas. Prueba de ello han sido las múltiples charlas y encuentros a los que las han llevado, a Hofiany y a las otras seis magistradas que viven en distintos puntos de España. El último tuvo lugar el viernes pasado en el Teatro Circo de Albacete. Todavía hoy las asociaciones judiciales les echan una mano en todo lo que pueden. Pero su situación parece estar en un standby del que no saben como saldrán. "No tengo ni idea de mi futuro", dice la jueza. Una de sus compañeras ha empezado a vender pulseras en la entrada de estos encuentros que hace ella misma para sacar algo de dinero.
Hofiany ha estado trabajando en la Universidad Carlos III y ahora se encuentra completando una investigación sobre las limitaciones de la educación de las niñas afganas y su relación con los matrimonios de menores. "Estamos esperando los papeles. Sin número de la seguridad social no podemos hacer nada", explica su marido.
Una de las preocupaciones de la jueza es su familia, la que todavía queda bajo el terror talibán. "Mi madre, mi padre, mi hermano y mis hermanas", repita varias veces. "Hemos contactado con el Ministerio del Interior para traerlos, les hemos dado todos sus documentos y estamos esperando. No sabemos si podremos seguir viviendo aquí cuando el Gobierno nos deje de ayudar", añade.
Hofiany tiene un último pensamiento sobre lo ocurrido el 15 de agosto de 2021 sobre cómo se sintió al ver que las fuerzas internacionales se retiraban: "Fue sorprendente que Occidente decidiese abandonar Afganistán y rendirlo a los talibanes. Hace 20 años, vinieron a Afganistán a protegernos, pero de repente decidieron rendirse. Nos sentimos víctimas de los juegos políticos". Y deja una advertencia: "Quizás la historia responda esta pregunta".
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