Agosto 2023. Exterior. Éfeso (Turquía). Una pareja se acerca a la impresionante biblioteca de Celso que se mantiene erguida desde la Grecia clásica. Unos cordeles protegen las ruinas de alrededor que siglos atrás formaron una de las principales ciudades de la ruta comercial del Mediterráneo. El hombre busca atravesar el cordón para que su acompañante le haga una fotografía con la edificación a su espalda. Otro turista le advierte de que ahí no puede pasar y entonces él saca su iPhone, le muestra una imagen de un influencer y le dice que él quiere repetir esa postal. "Sí, entonces es ahí", reconoce el otro señalándole el lugar prohibido. Con el beneplácito del turista entrometido, logra su objetivo. Atraviesa el cordel, camina por encima de las ruinas Patrimonio de la Humanidad y termina sentándose en una de ellas para que su pareja pueda hacerle la ansiada foto que luego poner en su Instagram.

Éfeso (Turquía)

Esta historia se basa en hechos reales. Muy reales. Y es, además, una historia extrapolable a casi cualquier lugar del mundo en casi cualquier milésima de segundo. "Yo con la Torre Eiffel", "yo con el Coliseo", "yo con el Taj Mahal", "yo con la Alhambra", "yo en Machu Picchu", "yo y la Estatua de la Libertad"... Ahora mismo, hay más gente haciéndose un selfie que niños naciendo en todo el planeta. La RAE incluyó esa palabra que define como "autofoto" y de género masculino (el selfie) en 2018, así que supongo que la fiebre empezó mucho antes.

Me pregunto cómo sería viajar en el periodo previo a 2012 cuando Kodak se arruinó y sus maravillosas cámaras amarillas y rojas dejaron de existir. Cuando había un carrete con 24 o 36 fotos. Ni una más. Bueno, si eras de los más ambiciosos, como mi padre (el mejor fotógrafo donde los haya), te llevabas varios carretes, vale. Pero las oportunidades estaban tasadas. Si te ponías delante de las pirámides de Egipto más valía acertar con el encuadre a la primera. Poner la mejor de tus sonrisas, abrir bien los ojos, buscar la mejor luz y ¡click! Foto hecha y a otra cosa.

Cuando había carretes con 24 o 36 fotos si te ponías delante de las pirámides de Egipto más valía acertar con el encuadre

A otra cosa como observar, como aprender, como explorar. Como saber por qué las pirámides tienen ese color, cuándo fueron construidas o por qué están ubicadas en ese lugar. Una información básica que muchos de los 'selfies instagrameados' dejan de percibir en pro de hacer otras cientos de fotos más porque en las primeras diez el pelo estaba descolocado. Con la cámara de carrete ya podías haber puesto el dedo delante que hasta el día que lo revelabas quién podía saberlo. Cortabas el borde amarillo y quedaba un recuerdo apañado.

Soy una gran usuaria de Instagram, que vaya por delante. Me encanta sacar todo tipo de fotos y luego retocarlas, perfeccionar los colores y subirlas para guardarlas por carpetas de los viajes. Pero siempre trato de hacerlo una vez el día ha terminado, o incluso en momentos de descanso que, a menudo, son ya después de toda la estancia en el país.

Este verano, me ha sorprendido la cantidad de turistas que llegan al punto se hacen la foto y se van, sin más. En Capadocia (Turquía), donde el terreno es espectacular formado por cuevas de origen volcánico, valles y entrantes y salientes de una tierra color rojizo increíble, las puestas de sol quitan la respiración. En todo ese territorio el momento en el que la bola de luz se va es todo un evento que hay que ver desde alguno de los locales en lo alto de las montañas. Uno de los días fuimos al valle Rojo que se vuelve de ese color al atardecer y los dueños del bar habían colocado una puerta hacia ningún lado que si se abría se veía el sol detrás. Las colas de gente para hacerse una foto de ellos mismos (por supuesto) en ese trozo de madera en medio de la nada era, hasta un punto, sonrojante. Mientras, el sol seguía su curso y solo unos pocos no sosteníamos el móvil en la mano.

En Pamukkale, una zona natural en la que el agua contiene grandes cantidades de calcio y bicarbonato y cae por la montaña creando unas formas blancas espectaculares, había más estampas absurdas. En medio de esas piscinas de agua blanca y cascadas que se derretían por la ladera, había un puesto que ofrecía los servicios de un fotógrafo. El paquete incluía unas alas de color, rosa o rojo (para contrastar con el blanco de la naturaleza) que la gente se ponía para hacerse fotos desde distintos puntos. Por supuesto, había varios clientes.

De alguna forma hemos entrado en un ecosistema en el que parece que si no hay foto no has estado en el lugar, no lo has visto. Ojalá poder volver a elegir las 36 imágenes que merecen la pena de una travesía. Porque es cierto que no se necesitan más. Porque nadie vuelve a ver 1.000 fotos de lo mismo. Porque de nada sirve guardar 40 repeticiones de un mismo selfie porque en uno la sonrisa tiene un centímetro menos que en el otro. Si los padres de Kodak levantaran la cabeza...