No tengo pueblo. Soy una persona capitalina de esas que repugnan a los pueblerinos cuando me quejo de que hay una araña merodeando. Pero lo he solucionado ya mayorcita y me he adosado al pueblo de mi amigo Julio. Desde hace ya varios veranos me voy a pasar unos días al fresquito de Benavides de Órbigo, en León, bajo el mando de sus padres, Ana y José que son los mejores anfitriones que una puede pedir. 

El pueblo en sí no tiene mucho. Ni grandes castillos, ni iglesias despampanantes, ni fachadas especialmente atractivas o construcciones históricas. Con el perdón de los 2.390 benavidenses si me estoy equivocando. Pero estar allí es de los mayores privilegios del verano. La vida se vuelve sencilla.

Levantarse, ir a correr a orillas del río -mientras saludas por supuesto a cualquier viandante que se cruza en el camino-, comer algún manjar que Ana haya cocinado después de ir a la pescadería, a la carnicería y a la panadería y pasar un rato en la piscina por la tarde. El calor arrea, no crean. Mucha gente vive engañada con el verano en el Sur, pensando que arriba siempre llueve. “Mejor que no lo sepan”, se escucha siempre a los del Norte. Qué equivocados están los que creen que el agua fría de las costas de Galicia, Asturias o Cantabria afea un ápice semejantes estampas de kilómetros y kilómetros de arena dorada. Pero, eso, mejor que no lo sepan.  

En las conversaciones veraniegas quedan rescoldos del 23-J, aunque el grueso de las habladurías lo copa el cotilleo

La noche es una de mis partes preferidas del día porque es cuando surge la creatividad pueblerina. Como no hay “nada” que hacer, el abanico de opciones se vuelve infinito. En el bar El Molino, en Benavides, han puesto un bingo todos los jueves y los domingos. ¡Pa qué queremos más! No sólo es que las mesas de la terraza se llenen, es que viene gente de los aledaños con mesas propias y sillas plegables a echar unos números. “Los pechotes”, se escucha al binguero (que es el dueño del sitio) cantar el 88. El éxito ha sido tal que de un verano para otro han ampliado su carta de bebidas para servir también raciones y aprovechar el tirón. 

Entre los vecinos, te puedes cruzar con la alcaldesa en cualquier momento. Todavía en las conversaciones veraniegas queda los rescoldos del 23-J, aunque el grueso de las habladurías lo copan otros temas de más cotilleo e importancia, sin duda. Esos políticos locales que prometen asfaltar la calle hasta un poco más allá o poner un contenedor en otro sitio, mientras se toma una caña con el de al lado. La política se vuelve bonita y más real. Este año, por ejemplo, una charanga amenizaba los domingos la hora del vermú. Iba bar por bar, versionando canciones una detrás de otra, mientras el que quedara por bajar de su casa lo hacía hipnotizado por el sonido de la música. 

¡Y pobre del político que se olvide de las fiestas de verano! En España la lista es demoledora. Estoy convencida de que en una competición internacional de fiestas de pueblo veraniegas el nuestro se lleva medalla, copa y todos los galardones de oro sin competidor posible. Es que no sólo vas al festejo de tu aldea, sino que la época estival se convierte en toda una ruta de fiestas pueblerinas. Se olvidan incluso las rivalidades de un pueblo con el otro. O no, pero se va igual. Algunos en una noche reciben más gente que en los 364 días restantes juntos. 

Unos lo hacen al estilo tradicional. Viene una orquesta que sale de un camión. Pero, ojo, de un camión no sólo los instrumentos, el vehículo se torna en escenario y todo. Ingeniería al servicio de la celebración. Luces rojas y verdes y letras de los 2000, de los 90 o de todo un poco. Y, luego, las hay modo premium. Como la orquesta París de Noia que tuve la suerte de ver hace un par de veranos en Galicia y fue impresionante. Desde 1957 llevan actuando, recorriendo toda España siempre en la época de calorcito. Por último, la versión más actualizada: la disco móvil. Este año cuando Julio me dijo que venía una no sabía bien a qué se refería. Muy fácil: otro camión pero con Dj. Y ahí los jóvenes del pueblo se inician en el botellón. 

Cerca de Órbigo, en Carrizo se celebra todos los años la feria del lúpulo y la cerveza. Otro día que los paisanos esperan como la espuma y nunca mejor dicho. Cerca de un monumento gigante al lúpulo (en la zona son los mayores productores de España), echan las cañas mejor que nadie. Las Justas medievales son otras de las fiestas de por allí, en Hospital de Órbigo. La gente se disfraza con  faldas, espadas y cotas de malla y se monta un mercadillo de la época. 

Las medievales también se llevan Galicia. Allí mi tía Nanda tiene su propia 'casa del pueblo’ y por los alrededores está que si la fiesta del mejillón, la del pulpo, la del Albariño… mis primas y mi primo recorren cada fin de semana un lugar distinto. 

Los carteles con lo acordado por la Comisión de Fiestas y el detalle de los artistas que vienen esta vez se despliegan en los lugares donde seguro la gente pasará. O si no, el boca a boca cuenta si este año el alcalde se ha estirado más. España se convierte en un mapa de colores, de farolillos, comida y bebida y gente dispuesta a olvidar todo el año en unas noches de calor. La fiesta popular y el costumbrismo español se entrelazan para dar la mejor versión del verano.