Antonio Tejero Molina, exteniente coronel de la Guardia Civil de 93 años y cara visible del fallido golpe de Estado del 23F, permanece ingresado en estado crítico en Valencia tras haber recibido la extremaunción. Esta mañana, el diario El Mundo adelantó su fallecimiento citando fuentes familiares, aunque la información, de la que se hicieron eco otros medios como El Independiente, fue rectificada posteriormente por otros allegados de Tejero.
Nacido en Alhaurín el Grande (Málaga) el 30 de abril de 1932, ingresó en la Guardia Civil en 1951. El 23 de febrero de 1981, Tejero irrumpió armado en el Congreso de los Diputados durante la votación de investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo tras la dimisión de Adolfo Suárez, al frente de un grupo de más de 250 guardias civiles, disparando al techo y obligando a los 350 diputados a tirarse al suelo durante más de 17 horas. Solo Suárez, su vicepresidente Manuel Gutiérrez Mellado y el líder del PCE, Santiago Carrillo, permanecieron en su lugar.
Su acción marcó uno de los episodios más críticos de la transición española hacia la democracia. Tras el fracaso del golpe, Tejero fue condenado por rebelión militar. Cumplió una pena de prisión de 15 años y fue liberado en 1996. En los últimos años, vivió alejado de la vida pública, con contadas apariciones públicas.
Tejero es recordado por la frase que utilizó al subir a la tribuna del Congreso: "¡Quieto todo el mundo!". Su silueta, uniformado y con el tricornio, dio la vuelta al mundo gracias al trabajo de reporteros gráficos como Manuel Barriopedro.
Brazo ejecutor de una operación controvertida
La operación fue encabezada por Alfonso Armada, preceptor e instructor militar del rey Juan Carlos y entonces segundo jefe del Estado Mayor, y el capitán general Jaime Milans de Bosch, que decretó el estado de excepción en Valencia y sacó los tanques a sus calles. La asonada se desmoronó tras el mensaje televisado del rey Juan Carlos, que mostró su apoyo a la Constitución, obligando a Tejero a rendirse en la madrugada del 24 de febrero.
Como recordaba Victoria Prego en El Independiente con ocasión del 40 aniversario del 23F, los altos mandos militares procedentes del franquismo estaban crecientemente descontentos: por la Ley para la Reforma Política que desmanteló el régimen, por la legalización del Partido Comunista, por el desarrollo del Estado de las Autonomías –que "les parecía que iba a romper España"– y, finalmente, por el terrorismo de ETA, que en 1980 asesinó a 124 personas, muchas de ellas guardias civiles y militares.
A ese clima se sumaba el desgaste político de la UCD. "El partido estaba totalmente desencuadernado", recordaba Prego. Los diputados no obedecían a su presidente, y Suárez tuvo incluso que abandonar una reunión interna para dejar que los suyos debatieran si debía seguir en el cargo. En ese contexto de crisis, algunos sectores del Ejército tantearon "la posibilidad de hacer algo". En la prensa más derechista se hablaba abiertamente de un "golpe de timón" encabezado por el general Armada.
La noche de los transistores
El asalto de Tejero se produjo en un ambiente de aparente normalidad. La sesión de investidura de Calvo-Sotelo se retransmitía por radio –Televisión Española solo tenía previsto emitir avances informativos– cuando, pasadas las seis de la tarde, el teniente coronel irrumpió en el hemiciclo. "Con una pistola sube hacia la tribuna… está apuntando con la pistola", se narró en Radio Nacional. Desde allí, Tejero ordenó a los diputados tirarse al suelo mientras exigía la llegada de "la autoridad militar competente".
El Rey telefoneó uno por uno a los capitanes generales para confirmar su lealtad al orden constitucional. Solo Milans de Bosch, en Valencia, sacó los tanques a la calle, pero terminó retirándolos después del mensaje televisado del rey Juan Carlos, que, ya de madrugada, reafirmó que había ordenado "mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente". Al amanecer, el golpe había fracasado. Tejero liberó a las diputadas retenidas y se entregó al director general de la Guardia Civil.
Antes del 23F, Tejero ya había participado en la llamada Operación Galaxia, en 1978, un intento de asaltar el Gobierno durante una reunión en La Moncloa, que fue desarticulado.
El brazo ejecutor
Muchos historiadores han investigado el papel y el grado de responsabilidad de Tejero en el golpe. Según Jesús Palacios, la narrativa tradicional del 23F como un golpe de involución promovido por nostálgicos del franquismo es incompleta. Él y otros autores sostienen que la operación fue, en realidad, una corrección interna del sistema, impulsada por la presión de sectores del Ejército, la oposición política, la jerarquía eclesiástica y la patronal, que consideraban que Suárez estaba llevando al país al caos y que se necesitaba una reorganización institucional. En este contexto, Tejero desempeñó el papel de ejecutor visible de la llamada Operación De Gaulle, diseñada para presionar políticamente y facilitar la formación de un Gobierno de concentración encabezado por el general Armada, con participación de diferentes partidos.
El fracaso de la operación se habría debido a factores humanos, en particular a la negativa de Tejero a acatar las instrucciones de Armada, lo que llevó a que el plan no se ejecutara como estaba previsto y obligó al Rey a intervenir directamente para restaurar la legalidad. En 1982, Tejero, Armada y Milans fueron condenados a 30 años de prisión. Armada fue indultado por el Gobierno de Felipe González en 1988. Milans salió en libertad en 1991 tras cumplir los 75 años y nueve años y medio de reclusión. Tejero permaneció entre rejas cinco años más.
Desde su puesta en libertad en 1996, las apariciones públicas de Tejero fueron escasas, aunque polémicas: en 2006 criticó el Estatut catalán y en 2012 denunció a Artur Mas por sedición. Su última aparición pública fue en 2019 durante la reinhumación de Franco en El Pardo-Mingorrubio, donde fue recibido con vítores de sus seguidores.
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