Un día cualquiera de 1972, en el corazón de la árida región turca de Capadocia, un joven lugareño, proveniente de una familia musulmana dedicada al negocio del calzado llamado Latif Acar, realizaba reformas en su casa cuando, por accidente, descubrió un agujero en la pared. Decidió adentrarse en él y poco a poco se adentró en un conjunto de pasadizos y túneles excavados en roca que conectaban diferentes habitaciones. Así, sin saberlo, el joven Latif acababa de protagonizar el descubrimiento de un tesoro ancestral: la ciudad subterránea de Özkonak.

Medio siglo después, este medio ha podido conversar con el propio Latif Acar, quien aún vive frente a la entrada del sitio arqueológico. Tras haber ejercido como imán, actualmente dirige una tienda de recuerdos de la ciudad. Con serenidad y orgullo, el turco recuerda cómo aquel hallazgo cambió para siempre su destino y el de su familia. “Mientras regaba el jardín de mi casa, el agua comenzó a filtrarse continuamente por un agujero”, recuerda Acar. “Al cavar un poco donde el agua se escurría, encontré una entrada, y ahí fue cuando me di cuenta de que había una ciudad subterránea. Fue toda una coincidencia.”

Un tesoro milenario escondido en el subsuelo

Capadocia, situada en el corazón de la península de Anatolia, es una región conocida por sus desiertos de toba volcánica y sus enigmáticas chimeneas de las hadas, es hoy escenario de los coloridos globos aerostáticos que sobrevuelan sus valles al amanecer, atrayendo a miles de turistas cada año. Bajo toda la belleza de sus paisajes, se esconde otra maravilla: una red de ciudades subterráneas talladas en la roca volcánica, que sirvieron de refugio a civilizaciones que las habitaron hace miles de años.

La actual localidad de Özkonak, situada a 14 km al norte de Avanos, en la provincia de Nevşehir, guarda bajo su suelo una de estas ciudades subterráneas. Una compleja red de túneles, cámaras y sistemas de defensa que continúa fascinando a arqueólogos e historiadores dedicados a estudiar cómo civilizaciones antiguas lograron construir refugios tan elaborados bajo tierra.

“Afectó tanto mi vida como la de mi familia, de manera positiva y negativa. En el aspecto positivo, nos brindó una nueva oportunidad de trabajo, pero perdimos un gran huerto de frutales que teníamos plantado en nuestro jardín”, relata Latif.

Recreación ilustrada de la ciudad de Özkonak | Betül Acar

Pobladores de la urbe: desde los hititas hasta el imperio bizantino

Aunque los orígenes exactos de Özkonak son inciertos, los expertos creen que los hititas comenzaron las excavaciones entre los siglos XVI y XII a. C. Posteriormente, frigios, persas y griegos ampliaron la red, adaptándola a sus necesidades defensivas y comerciales.

Durante el Imperio bizantino, entre los siglos IV y X d. C., la ciudad vivió su periodo de mayor esplendor. Durante las invasiones árabes de los califatos omeya y abasí, se convirtió en un refugio seguro para las comunidades cristianas perseguidas, que encontraron entre sus muros protección y un lugar donde preservar sus tradiciones.

Estudios arqueológicos afirman que Özkonak posee hasta diez niveles subterráneos, aunque solo cuatro están abiertos al público. Se cree que, en su época de uso, la ciudad subterránea podía albergar entre 5.000 y 15.000 personas, además de animales, alimentos y provisiones. “Debido al riesgo de derrumbes, a la dificultad de acceso y a cuestiones de seguridad, no todas las áreas están abiertas al público”, aclara Latif.

Sus túneles estrechos conectan dormitorios, comedores, almacenes, establos, cocinas, bodegas e incluso capillas, además de pozos de agua y un sofisticado sistema de defensa, como túneles “trampa” diseñados para desorientar a los enemigos. La magnífica estructura de ventilación permitía la circulación del aire incluso con las entradas selladas, lo que demuestra el ingenio y avanzado nivel de ingeniería de la época. Gracias a ello, esta ciudad subterránea, insonorizada e inaccesible desde el exterior por puertas de piedra de 500 kg, era un entorno perfectamente habitable sin necesidad de salir durante meses.

“Uno de los elementos que más me impresionó fueron los pasajes estrechos destinados a esconderse de los enemigos y los agujeros por donde se vertía aceite hirviendo con fines defensivos”, relata Acar.

Vasija encontrada en Özkonak | Betül Acar

De refugio ancestral a legado familiar y turístico

El descubrimiento se convirtió en un tema de interés nacional, lo que llevó a que la ciudad subterránea fuese transferida al Estado en 1990. Sin embargo, la nieta del descubridor, Betül Acar, quien administra una tienda de recuerdos frente a la entrada, relata que el gobierno solo pagó el valor del terreno, sin otorgar ningún premio o compensación adicional a la familia.

A pesar de esta situación, Latif Acar no se rindió. “Intentamos darlo a conocer en todo el mundo”, comenta Acar. “Comparto esta historia con todos los visitantes, tanto locales como extranjeros, que vienen a la tienda que tenemos frente a la ciudad subterránea. En muchos libros sobre Capadocia aparecen mi foto y mi nombre, y los firmo y vendo a quienes los solicitan.”

Su nieta, Betül, subraya que, aunque su abuelo es conocido y respetado en Özkonak, cree que su contribución al patrimonio cultural del país debería haber sido reconocida de manera más visible y oficial. Para ella, este descubrimiento marcó un punto de inflexión. “Este descubrimiento marcó un punto de inflexión en la vida de mi familia. Durante tres generaciones hemos trabajado alrededor de este lugar y vivimos en estrecha conexión con él. No es solo una fuente de ingresos, sino también un símbolo de pertenencia y herencia para nosotros,” afirma.

Betül Acar concluye compartiendo la lección más valiosa: “Gracias a este legado, he aprendido sobre la riqueza cultural que yace en las profundidades de nuestra tierra... la historia no siempre está en los libros: a veces está escondida bajo tierra.”

Así, debido a un hallazgo fortuito, renació el legado de una ciudad llamada Özkonak. Este descubrimiento, que ha permitido vivir a tres generaciones de la familia Acar, sigue siendo un recordatorio de que bajo la tierra de Capadocia no solo yace la historia de pueblos antiguos, sino también la identidad de una familia que ha luchado por mantenerla viva.

Latif Acar (izquierda), junto a su nieta Betül (derecha) | Betül Acar