La escena que puso patas arriba la memoria familiar sucedió en el tiempo de descuento, en las semanas previas a su muerte. Alivio, a punto de cumplir los 102 años —discreta, reservada, casi impermeable a la confesión— decidió, al fin, abrir la puerta que mantuvo cerrada durante más de ocho décadas. Su confidente fue uno de sus nietos, Jorge Carrillo, quien -convertido ahora en albacea de su memoria- ha desvelado uno de los secretos que rodea a la familia de Santiago Carrillo.

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“En sus últimos días, viendo que la muerte venía, mi abuela empezó a contarnos a mi exmujer y a mí su vida. Lo había hablado con mi madre en los años 60, pero para ella había sido un trauma muy importante”, evoca en conversación con El Independiente Carrillo, autor de Luchadoras: memoria de una deshonra saldada, un libro recién publicado por Almuzara que arroja luz a décadas de silencio.

Jorge Carrillo, durante la entrevista con El Independiente | Francisco Carrión

Una violación y el destierro

Lo que Alivio le confesó fue un seísmo que Carrillo describe como la reivindicación de la dignidad de una mujer sencilla que se rebeló contra el guion escrito por otros tras ser violada por el cacique del pueblo asturiano de Aguasmestas para el que trabajaba. “Un día, mientras estaba en el sótano barriendo, sintió la presencia de don Blas detrás de ella. Cuando se dio la vuelta, olió un fuerte olor a alcohol, luego las manos del jefe en su cuerpo. Ella retrocedió, pero inmediatamente se encontró atrapada entre una mesa que le impedía moverse y el amo. A pesar de su resistencia, las manos de don Blas le levantaron las faldas, la manosearon, mientras este se bajaba los pantalones. Cuando intentó gritar, le tapó la boca y, sobre la mesa, la violó. Cuando hubo satisfecho sus instintos, la dejó sobre la mesa y se alejó, tambaleándose, ajustándose los pantalones. A partir de entonces, como si se tratara de un juguete a su disposición, cada dos o tres días, aparecía don Blas, de nuevo borracho, para volver a violarla”, cuenta Carrillo en uno de los pasajes más dolorosos del libro.

Y, entonces, frente a la presión del violador y de su propia familia, Alivio opta por seguir adelante. “Creo que mi abuela en aquel momento decide no abortar, porque sigue siendo una persona creyente y luego por el temor a lo que es un aborto”, admite el nieto, empeñado en evitar la desmemoria. “Cuando Alivio nació, nadie podría haber pensado que sus ojos verían períodos de hasta tres siglos, ni escenas más allá de su valle de Somiedo… Pasó por el siglo XX como una mujer invisible”, escribe.

La decisión de abandonar el pueblo no es de ella. La echan. Le resuelven aquel papel que tenía que tener una mujer para viajar firmado por su padre o su marido

Fue aquella voluntad la que termina marcando su destino. “La decisión de abandonar el pueblo no es de ella. La echan. Le resuelven aquel papel que tenía que tener una mujer para viajar firmado por su padre o su marido. Se viene primero a Madrid, luego, como no encuentra trabajo, se va a Barcelona. El hecho de irse a Barcelona es lo que marcará su vida y marcará la vida de mi madre también. Marcará las dos vidas. Y el hecho de encontrarse en Barcelona con buena gente, que la ayuda y le enseña a leer y escribir”.

La hija, fruto de aquella violación, se llamará Carmen. Con los años será la esposa de Santiago Carrillo, el hombre que lideró el Partido Comunista de España durante buena parte de la dictadura franquista y la transición, desde 1960 hasta 1982. A su lado Carmen pasó 64 años. Jorge recoge ese legado mientras reconstruye el silencio que une a su abuela Alivio y su madre Carmen. “Era el secreto de la familia hasta 2001”, dice. Su abuela nunca se lo contó a nadie. Su madre lo escuchó y quiso enterrarlo. Él, en cambio, optó por contarlo todo.

Una mujer invisible en un valle encerrado

Antes del horror, antes del destierro, está Santullano. El libro lo presenta como un lugar remoto y encajado entre naturaleza. “El pueblo está encastrado entre escarpadas montañas… Su difícil acceso y su orografía no favorecen el establecimiento de ningún tipo de industria… casi todo lo que allí se produce está pensado para ser consumido dentro del valle”, comenta Jorge.

Una comunidad pobre, sin electricidad hasta los años veinte, donde el cacique —el hombre al que en el libro llama “don Blas” aunque no es su nombre real— controlaba la tienda, el crédito, las cosechas… y también el destino de las muchachas que entran a servirle en casa.

La violación y el destierro

Alivio es una de ellas. Comienza a trabajar en el caserón del cacique hasta que es víctima de la primera violación. Cuando por fin reúne valor para contarlo en casa, no encuentra consuelo, sino una orden: debe callar y regresar al trabajo. El padre teme perder el salario. El cura insinúa que, si el patrón cae en tentación, es porque ella lo provoca.

En mayo de 1923 Alivio descubre que está embarazada. El cacique propone abortar, “borrar el problema”. Ella se niega, entre la convicción religiosa y el miedo físico. Ese gesto de dignidad le cuesta ser expulsada del pueblo. Nadie quiere una hija “deshonrada” en casa. Su hermano Manuel la acompaña llorando hasta el autobús. Es el único gesto de amor que jalona su adiós. Horas después, Alivio se aleja del valle con un papel despachado por la Guardia Civil —sin autorización masculina, una mujer no podía viajar— y una pequeña maleta.

Carmen Menéndez, a principio de los 50.

Barcelona, la maternidad y una mentira necesaria

Tras un paso por Madrid, donde no encuentra trabajo, llega a Barcelona. En un piso modesto de la Ronda de Sant Antoni da a luz en secreto, asistida por una amiga. La niña se llamará Carmen. Para protegerla, inventan una biografía: el padre murió antes del nacimiento.

En Barcelona encuentra empleo en un hotel donde se alojan brigadistas, asesores soviéticos, intelectuales, diplomáticos. Aprende a leer y escribir. Se enamora de Iván, un asesor ruso que la lleva a Calanda, a la sede de las Brigadas Internacionales. Cuando Stalin llama a filas a sus técnicos para depurarlos, Iván desaparece. “Estoy convencido de que fue fusilado”, asegura Jorge.

Carmen: silencio y clandestinidad

Carmen crece sin saber que es resultado de una violación. Cuando madre e hija cruzan la frontera hacia Francia en 1939, arrastran maletas, frío y pasado. Allí, Carmen entra en el Partido Comunista y se convierte en un engranaje esencial de la clandestinidad: microfilma informes, sirve de correo, cruza documentos sensibles que no deben caer en manos del régimen. “Mi madre siempre ha sido una persona más cerrada. Su trabajo dentro del partido probablemente hizo de ella una mujer mucho más cerrada, una mujer que no podía, no debía hablar durante muchos años. Y luego, se acostumbró a esta práctica de no hablar”, rememora Jorge.

Mi madre siempre ha sido una persona más cerrada. Su trabajo dentro del partido probablemente hizo de ella una mujer mucho más cerrada

Hay un tramo de la historia familiar que ilumina con especial dureza: los años que discurren entre 1946 y 1947, el periodo más negro para el PCE en el interior y también la época en la que Santiago y Carmen se conocen en París. En aquella época las redadas policiales eran sistemáticas. Una detención en Madrid provocaba arrestos en Valencia, en Andalucía, en Cataluña. La estructura clandestina estaba tan interconectada que cualquier golpe se transformaba en derrumbe. Los amigos de juventud de Carrillo —los compañeros en los que confiaba— eran detenidos, torturados y fusilados.

Santiago llegó a pensar en abandonar. Y fue ahí cuando Carmen se convirtió en sostén, al frente de un trabajo clandestino que le hizo sacrificar cualquier atisbo de vida social. Fue la época de las microfichas, los correos y los informes que llegaban desde Espala. Sin ella, admite Jorge, la resistencia habría sido imposible.

Santiago Carrillo junto a Carmen

La casa donde se leía a Solzhenitsyn

Pese a lo que podría imaginarse, la casa de los Carrillo no era un recinto de ortodoxia soviética, apunta Jorge. “Allí se leía todo, incluso lo prohibido en la URSS: Archipiélago Gulag, relatos de Solzhenitsyn y testimonios de disidentes”, comenta.

“Los comprábamos nosotros, los hijos, pero casi siempre terminaba leyéndolos primero mi padre. No para censurarlos, sino porque le interesaban”, dice Jorge. No había libros escondidos ni debates prohibidos. En un hogar clandestino, paradójicamente, reinaba la libertad intelectual.

El día en que los Carrillo dejaron de ser los Giscard

Los hijos del matrimonio crecieron como franceses, bajo identidades falsas. Eran los Giscard, no los Carrillo. Hasta que en 1963, en un viaje a la URSS, Jorge se topó con la verdad. “En una comida que se celebró cerca de Leningrado, se sucedieron saludos que el intérprete, Volodia, nos traducía. En un momento dado, dijo: 'Y ahora el camarada Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista de España, va a hablar' ; vi con sorpresa a mi padre acercarse al micrófono y empezar a hablar; le pregunté a mi madre: '¿Es él?'”.

A principios de la década de 1970 la famila Carrillo comenzó a salir del ostracismo. No solo en Francia. También en España. En 1971 la familia ejecuta una maniobra inesperada. Se inscriben en el consulado español. Piden pasaportes con su verdadero apellido. El régimen los concede. Y llega la estocada: los tres hijos de Carrillo se presentan voluntarios al servicio militar. “¿Quién podía seguir llamando antipatriota a mi padre si sus hijos se ofrecían para la mili?”, reflexiona Jorge. Sabían que nunca los llamarían. Era un desafío inteligente. Una forma de desnudar al sistema.

Santiago Carrillo con la célebre peluca.

La peluca, la Transición y una España atrasada

En 1976 Carrillo regresa a España con una peluca confeccionada por Eugenio Arias, el peluquero de Picasso. Los hijos tardan unos segundos en reconocerlo.  “Cuando volvió a la habitación con las lentillas y la peluca, nos quedamos unos segundos dudando de quién era ese señor”, rememora Jorge, entre risas.

Para su padre, aquel disfraz tiene otros propósitos: lo necesita para moverse en la clandestinidad, pero su verdadero deseo es que lo detengan, obligar al Estado a reconocer su presencia y negociar la legalización del partido. Jorge aún recuerda su primera impresión de España: carreteras sin autovías, multas arbitrarias, chabolas en el Pozo del Tío Raimundo, una pobreza que contrastaba con Francia.

El desencanto y la política de hoy

Medio siglo después de la muerte de Franco, Jorge mira el presente con inquietud. La extrema derecha crece en toda Europa. “La derecha civilizada ha perdido su mensaje”, afirma. Del PCE actual no espera nada: “Es una organización marginal. Habrá que pensar en una alianza amplia a la izquierda del PSOE. Yo ya no estoy en ningún partido”, dice.

Su militancia, ahora, es otra: recordar.

El libro, asegura, no repara la deshonra. La reparó Alivio con su vida, con su resistencia, con su decisión de tener a su hija pese a la violencia sufrida. “Una mujer embarazada tras una violación puede tener dos reacciones dignas: abortar o asumir el embarazo. Mi abuela eligió lo segundo. Ambas opciones son dignas”, recalca.

—Jorge, ¿hay más silencios familiares por descubrir?
—No. Con esto se rompe el secreto. Y además se rompe y se hace público.

El niño que descubrió a los diez años que no se llamaba Giscard, sino Carrillo; el nieto que escuchó a su abuela hablar de una violación y del destierro posterior; el hijo que nunca pudo preguntar a su madre todo lo que le habría gustado, firma ahora un ajuste de cuentas con la memoria.

Las vidas de madre e hija son paralelas a la historia de España, y en parte de Francia, a lo largo del siglo XX, dos vidas que son a la vez diferentes y similares

No busca venganza. Por eso en el libro el cacique se llama “don Blas”, un nombre falso. “No he querido poner el nombre real”, admite. “Si la familia vive, no tiene culpa de lo que hizo ese hombre. No son responsables de lo que pasó en aquel caserón”.
Lo que sí quiere es que se sepa. Que aquel “derecho de pernada” no fue una anécdota, sino una práctica extendida. Que en el mismo pueblo de su abuela hubo al menos otras tres chicas repudiadas tras haber sufrido abusos. Que la historia de España está hecha también de esos cuerpos y esos silencios.

“Mi abuela quería que se supiera”, concluye. “La gente tiene que saber lo que ha pasado en este país durante mucho tiempo”. Jorge une en las páginas de Luchadoras las biografías de madre e hija. “Alivio dio los pasos trascendentales de su vida sin convertirlos en una bandera, modestamente, en silencio. Aunque analfabeta en su juventud, fue una mujer muy avanzada en su época, que asumió las consecuencias de sus actos, que iban a contracorriente de las ideas retrógradas de esa época. Pasarían más de ochenta años antes de que su comportamiento fuera aceptado por la mayoría de la sociedad. Y amó sin límite a una hija que era el producto de uno de los comportamientos más abyectos que puede tener un hombre. Le dedicó su vida. Su experiencia personal de sufrimiento y discriminación, coherente con su comportamiento, la llevó lógicamente a asumir el compromiso político que decidió y mantuvo hasta el final. Las vidas de madre e hija son paralelas a la historia de España, y en parte de Francia, a lo largo del siglo XX, dos vidas que son a la vez diferentes y similares. Una es en realidad la consecuencia de la otra”, concluye. 

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