El Mirador de Atapuerca no es un restaurante en esta sierra de Burgos, es la cueva del yacimiento arqueológico que ha dado otro descubrimiento sorprendente para sumar a sus décadas de brillante historia científica. En esta cueva hace 5.700 años se celebró un banquete macabro y violento. Un equipo de investigadores liderado por el IPHES-CERCA y con científicos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha descubierto evidencias claras de que al menos once personas -niños, adolescentes y adultos- fueron cocinadas y devoradas en la cueva de El Mirador. 

Este hallazgo, publicado en la revista Scientific Reports, no sólo revela un episodio impactante de canibalismo humano, sino que también arroja luz sobre las tensiones y conflictos entre comunidades neolíticas locales, desafiando nuestras ideas sobre la convivencia y la violencia en la prehistoria. Ahora se demuestra que este tipo de prácticas ya existían en el Neolítico final.

Los restos corresponden al menos a once individuos (incluidos niños, adolescentes y adultos) que fueron despellejados, descarnados, desarticulados, fracturados, cocinados y consumidos, según las evidencias identificadas en los huesos. Los datos apuntan a un consumo sistemático, sin evidencias visibles de rituales o ceremonias, probablemente relacionado con conflictos entre grupos vecinos o entre grupos locales y recién llegados. Probablemente se trate de la eliminación de un grupo familiar completo y sul posterior consumo.

Trabajos de excavación arqueológica en el yacimiento de El Mirador. Autoría, Maria D. Guillén (IPHES-CERCA). | IPHES-CERCA

“En este estudio nos enfrentamos a un nuevo caso de canibalismo en los yacimientos de la sierra de Atapuerca”, afirma Palmira Saladié, investigadora que ha liderado el estudio del IPHES-CERCA y de la Universitat Rovira i Virgil. “El canibalismo es una de las conductas más complejas de interpretar, debido a la propia dificultad que implica el consumo de seres humanos por parte de otros seres humanos. A ello se suma que, en muchas ocasiones, no contamos con todas las evidencias necesarias para vincularlo con un contexto conductual específico. Por último, los prejuicios de nuestra sociedad tienden a interpretarlo siempre como un acto de barbarie”, añade la investigadora.

El estudio, en el que también han participado el Antonio Rodríguez-Hidalgo, del Instituto de Arqueología-Mérida (CSIC-Junta de Extremadura) y Francesc Marginedas (IPHES-CERCA y URV), entre otros, forma parte de un proyecto interdisciplinar sobre antropología forense, prácticas funerarias y violencia prehistórica desarrollado como línea de investigación del proyecto de Atapuerca.

Los restos humanos proceden de dos sectores de la cueva y se han conservado en muy buen estado. El análisis de los huesos ha identificado marcas de corte, fracturas para acceder a la médula, cocinado e incluso huellas de dientes humanos en un mínimo de once individuos de diferentes edades. “No estamos ante una tradición funeraria ni ante una respuesta a una hambruna extrema”, explica Francesc Marginedas. “Las evidencias apuntan a una posible acción violenta, dado el corto espacio de tiempo en el que se sucedió todo, posiblemente entre comunidades campesinas en conflicto”.

Palmira Saladié, Antonio Rodríguez-Hidalgo y Francesc Marginedas, autores principales del estudio. | IPHES-CERCA

Los investigadores relacionan este episodio con otras masacres del neolítico europeo, como las de Talheim (Alemania) o Els Trocs (Huesca), pero el caso de El Mirador constituye la evidencia del consumo sistemático de las víctimas. Comportamientos similares y de la misma época en los que se ha vinculado la violencia entre grupos y el canibalismo se encuentran en yacimientos como la Cueva de Fontbrégoua en Francia o en Herxheim (Alemania).

Este nuevo estudio se suma a investigaciones anteriores realizadas en el mismo yacimiento, donde ya se había documentado un episodio similar durante la Edad del Bronce. “La recurrencia de estas prácticas en distintos momentos de la prehistoria reciente en la cueva de El Mirador convierte a este yacimiento en un sitio clave para comprender el canibalismo humano prehistórico y su vínculo con la muerte, así como con una posible interpretación ritual o cultural del cuerpo humano dentro de la cosmovisión de aquellos grupos”, concluye Palmira Saladié.