Cécile Bibiane Ndjebet no sabe hablar sin sonreír. Quizás sólo sea porque acaba de ganar el Premio Gulbenkian de la Humanidad y tiene motivos para hacerlo. Pero por su personalidad, su manera de hablar -en inglés pero con un fuerte acento francés- y sus gestos parece que esa es su manera habitual de comunicar. Desde Lisboa, y justo antes de coger un avión de vuelta a Camerún, tiene tiempo para repasar con El Independiente su vida. Más de 30 años de activismo por la igualdad de género y la preservación natural que han puesto en pie a las mujeres de todo un continente y le han valido innumerables reconocimientos.

"Vivo en una aldea situada a unos 15 kilómetros de una ciudad muy pequeña llamada Édea, que está ubicada entre Duala, la capital económica del país, y Yaundé, la capital política", explica la propia Cécile. "Mi padre era carpintero en la ciudad y sólo venía al pueblo los fines de semana. Así que crecí con mi madre y con mi hermana mayor. Y ahí, desde pequeña, empezó mi conexión con la naturaleza", recuerda.

Cuando cumplió cuatro años comenzó a acompañar a su madre, que era granjera y vivía de la agricultura. De su mano aprendió a cultivar y a recolectar, pero sobre todo a cuidar, respetar y amar a la naturaleza, que les daba todo lo que necesitaban, desde comida a medicinas. Era, en definitiva y como ella misma dice, "su vida". A cambio, se comprometió a tomar de ella sólo lo que necesitaban, y nada más. Una experiencia que, además, le sirvió para entender cómo era el día a día de las mujeres como su madre. Y aquello le cambió la vida.

"Me di cuenta de que mi madre sufría mucho para criarnos. Se acostaba la última y a menudo era la primera en levantarse. Incluso los domingos, que era el día que íbamos a la iglesia. El resto de la semana, de lunes a sábado, estaba en la granja. Tuvo que hacer muchos sacrificios. Y yo eso lo vi", rememora Cécile. "Recuerdo que todo el tiempo le decía 'Mamá, cuando sea mayor yo te voy a defender, porque estás sufriendo mucho'. Crecí con eso. Las mujeres rurales han sufrido mucho en nuestras zonas", asegura.

Cuando llegó el momento dudó entre estudiar medicina o agronomía. Dos profesiones que, en los ambientes en los que vive, son de suma importancia y pueden cambiar muchas cosas. Pero finalmente se decidió por la segunda, e inició una carrera en el Ministerio de Agricultura antes de pasar al de Medio Ambiente y Silvicultura.

En ese momento comenzó a ir de aldea en aldea aconsejando a las comunidades para mejorar sus técnicas de cultivo. Y con el tiempo la enviaron a trabajar con mujeres para tratar de involucrarlas en los procesos forestales. En 1994, cuando se aprobó la primera ley forestal del país, que daba derecho de gestión a las comunidades, supo que era el momento de dejar la administración.

El papel de los hombres

Cécile se pasó a la sociedad civil. En 2001 co-fundó Cameroon Ecology, una ONG comprometida con la mejora de la gestión de los recursos naturales, la gobernanza local y el desarrollo económico que trabaja promoviendo los bosques comunitarios. Más tarde, en 2009, creó la Red de Mujeres Africanas para la Gestión Comunitaria de los Bosques (REFACOF), que involucra a 17 países de África Occidental y Central para reflexionar sobre el papel de la mujer en el sector forestal dentro de su continente y tratar de mejorarlo.

Con el tiempo llegaron los reconocimientos. El Gulbenkian es sólo el último de ellos, porque en 2021 ya fue elegida miembro del Consejo Asesor del Decenio de las Naciones Unidas para la Restauración de los Ecosistemas. Y un año más tarde, en 2022, fue nombrada Campeona de la Tierra para la Inspiración y la Acción por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y recibió el premio "Wangari Maathai Forest Champions" de
Collaborative Partnership on Forests.

Los hombres africanos, sin embargo, no acogieron con mucho entusiasmo las iniciativas de empoderamiento femenino que impulsó: "No quieren colaborar porque es un gran cambio en el entorno social. Y los hombres no pueden apoyar eso. Pero hemos desarrollado una muy buena estrategia para involucrarlos. Creamos un proyecto de hombres sólo trabajando con hombres, explicándoles de qué se trata la desigualdad de género y cómo tenemos que mejorar la contribución de hombres y mujeres para mejorar sus condiciones de vida y la gestión de los recursos. Y comenzaron a entenderlo y a interesarse más. Todavía no mucho, pero hemos tenido un progreso alentador", explica Cécile.

Hoy en día tienen en marcha programas con familias encabezadas por hombres, pero también algunos con jefes tradicionales o incluso políticos. Con todo, la activista es optimista para el futuro: "Las cosas están mejorando, pero sigue siendo un desafío. Si tuviera que decir un porcentaje diría que ahora mismo alrededor del 20% de los hombres nos apoyan. Pero estamos tratando de que ese porcentaje sea de un 40% en cinco años".

Aún así, Cécile tiene claro cuál es la realidad de África actualmente: "Tenemos un sistema patriarcal en casi todos los países africanos, y somos más de 50. Aunque hay diferentes niveles. Pero todo lo masculino domina las decisiones. Ahora estamos trabajando para ayudar a los hombres a ver qué hay de malo en todo esto y ver qué podemos mantener de este modelo".

El cambio climático en el entorno rural

Otro pilar del activismo de Cécile es la lucha contra el cambio climático, que en los entornos rurales puede tener resultados catastróficos. Hasta la fecha ha restaurado 600 hectáreas de tierras degradada, y ha liderado una movilización de mujeres para recuperar manglares de la zona
costera de Camerún. Una iniciativa que, con el tiempo, derivó en un proyecto integral en el que trabajan con niños de las escuelas, jefes tradicionales y comunidades locales y llevan a cabo campañas de información.

"El cambio climático para nosotros juega un papel más importante. Por eso tenemos que abordar su mitigación. El Gobierno se comprometió a la gestión sostenible de los bosques, y nosotros también hemos desarrollado herramientas para la buena la gobernanza forestal. Estamos viendo cómo el clima influye en la gestión de los recursos. Así que hay que enseñar a la gente cuáles son las responsabilidades generales de las comunidades en la destrucción de nuestro medio ambiente y cómo pueden protegerlo", concluye la activista.