Es matemático. Bueno, no; en verdad, es físico. Las olas de calor elevan el riesgo de incendio, especialmente si duran muchos días. La sequedad ambiental, unida al combustible natural reseco y acumulado, junto con un detonante natural -como un rayo- o una negligencia -como una barbacoa donde no se debe-, tienen como resultado un gran incendio.
Desde que se inició la ola de calor que todavía atravesamos, los incendios han acompañado las noticias de las subidas de temperatura por toda la península, Portugal no está tan presente en los telediarios, pero también ha ardido. Desde el día 3 de agosto se han producido siete grandes incendios forestales -aquellos en los que arden más de 500 hectáreas-, y estos se han agudizado con el paso de los días de calor. Estos siete grandes incendios se concentran desde el día 8 hasta hoy 12 que todavía hay activos. Incendios en Ávila, Ourense, Cáceres, Badajoz, Zamora y dos en León, uno de ellos el que ha afectado a Las Médulas.
"Es normal que durante las olas de calor el riesgo de incendios sea muy elevado. En estas condiciones, basta cualquier ignición -ya sea de origen natural o antrópico- para generar incendios como los que estamos viendo estas semanas. El número de igniciones en el noroeste ibérico es muy alto y, en la mayoría de los casos, de origen humano, ya sea por negligencia o de forma intencionada”, constata Adrián Regos Sanz, investigador postdoctoral Ramón y Cajal en la Misión Biológica de Galicia (MBG-CSIC) en declaraciones a Science Media Centre España (SMC).
Una normalidad que matiza. “Las olas de calor en verano son habituales, aunque los registros recientes muestran un aumento en su frecuencia, duración e intensidad. Esto genera condiciones meteorológicas muy favorables para la propagación del fuego, especialmente si la ignición se produce en zonas con alta carga de combustible (vegetación), lo que dificulta el control del incendio”.
Este experto considera que este régimen de incendios sigue la tendencia observada en los últimos años que el cambio climático favorece. Cristina Santín Nuño, científica titular del CSIC y jefa del Departamento de Biodiversidad y Cambio Global del Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (Universidad de Oviedo-CSIC), considera que esta correlación de olas de calor e incendios es esperable. “Después de una primavera tan húmeda como la de este año en la que la vegetación ha crecido mucho, ahora nos encontramos con una situación de calor extremo, vientos fuertes y mucho tiempo (en algunos casos varios meses) sin lluvia. Si sumamos a esto que es relativamente fácil que en algún lugar haya una chispa que empiece un incendio (bien por tormentas secas, negligencias y accidentes o incluso por causas provocadas), tenemos todos los ingredientes para el “cóctel molotov” que estamos viendo ahora mismo no solo en España sino también en otros países mediterráneos”, afirma al SMC.
La prevención, la clave
En este escenario de mayor frecuencia de olas de calor y más largas motivadas por el cambio climático las masas forestales sufren porque están fuera de su rango climático. Así lo explicaba a El Independiente Marc Castellnou, inspector jefe del Grupo de Actuaciones Forestales (GRAF) de los Bomberos de la Generalitat de Cataluña, en una entrevista: “Los bosques que tenemos ahora van a cambiar, los que tenemos ahora tendrán que subir de cota para mantenerse y el espacio que ocupaban ellos lo ocuparán bosques que históricamente eran de cotas más bajas. Se está moviendo todo”. En otras palabras, cambia el paisaje.
Ante esta situación que viven los bosques la demanda de los expertos es que las administraciones inviertan en la gestión del territorio para prevenir los incendios. “Los incendios forestales, como vemos, son un problema social y ambiental. Echamos de menos que se replique con la misma intensidad la necesaria prevención, y eso significa mirar el estado y necesidades de nuestras masas forestales, que son el escenario por donde transcurre el fuego. La gestión forestal será la clave para reducir la intensidad de estos incendios que se cobran vidas y destruyen nuestro patrimonio ambiental y cultural”, señala Mónica Parrilla, ingeniera técnica forestal y responsable de la campaña de incendios en Greenpeace.
La organización ecologista recuerda que el cambio climático no origina los incendios, pero sí los agrava y los convierte en episodios más frecuentes, intensos y difíciles de controlar. Según Naciones Unidas, los incendios extremos aumentarán un 14 % para 2030, un 30 % para 2050 y un 50 % a final de siglo.
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