En 2002, Candice Bergen apareció por primera vez en la cuarta temporada de Sexo en Nueva York interpretando a Enid Frick, directora de Vogue, caricatura amable –y ligeramente cruel– de Anna Wintour. Cuatro antes de que Meryl Streep acuñara a la inolvidable Miranda Priestly de El diablo viste de Prada, el personaje de Bergen tenía algo de la sofisticación distante de la auténtica Wintour, pero filtrado por el humor ácido de Bergen, que venía de triunfar durante una década como Murphy Brown. Nadie podía prever entonces que, casi un cuarto de siglo más tarde, su hija Chloe Malle acabaría ocupando el despacho auténtico de la directora de Vogue USA. No en la ficción, sino en la sede de Condé Nast en Nueva York.

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La ironía es demasiado perfecta: la madre interpretó en televisión a la directora de Vogue; la hija hereda hoy, en 2025, el título oficial. Entre ambas median una historia de amor improbable –la de Candice Bergen con Louis Malle– y una educación que mezcla California, Manhattan y los veranos en un château francés.

El improbable matrimonio Bergen-Malle

Bergen y Malle se conocieron en 1979 en una fiesta en Connecticut. Ella era una actriz de 33 años, hija del célebre ventrílocuo Edgar Bergen –y, por extensión, hermana de su carismático muñeco, Charlie McCarthy– y de la modelo Frances Bergen, que encontró en la interpretación su camino tras ser expulsada de la Universidad de Pensilvania (donde coincidió con Donald Trump, al que en una ocasión le dio calabazas) y ejercer una temporada como modelo.

El ventrílocuo Edgar Bergen, abuelo de Chloe Malle.
El ventrílocuo Edgar Bergen, abuelo de Chloe Malle.

Malle, que le sacaba catorce años, era uno de los autores más reconocidos del cine francés de la posguerra, gracias a películas como Ascensor para el cadalso (1958) o Fuego fatuo (1963). Heredero de una fortuna azucarera, cosmopolita y romántico, tenía en ciernes la que quizá sea su obra maestra, la crepuscular Atlantic City, con Burt Lancaster y Susan Sarandon –protagonista, con limones y una ventana, de uno de los comienzos más icónicos de la historia del cine–. Aunque todavía en 1987 facturaría Adiós, muchachos (1987), un conmovedor relato autobiográfico sobre niños judíos ocultos en un internado católico durante la ocupación alemana.

Lo cierto es que en aquel encuentro en Connecticut ambos sintieron lo que Bergen recordará en sus libros de memorias –Knock Wood (1984) y A Fine Romance (2015)– como un auténtico flechazo. Era encantador "como solo un francés puede serlo", culto, apasionado y con una energía inagotable. Por primera vez en mi vida me sentí completamente rendida ante un hombre. Fue recíproco. "Con Candice me entregué del todo por primera vez", confesó él años más tarde. Se casaron seis meses después de conocerse en Le Coual, la finca familiar del cineasta en el suroeste de Francia.

Ricas y famosas

Fue un matrimonio transatlántico. Bergen trabajaba en Los Ángeles, donde en 1981 rodó con Jacqueline Bisset a las órdenes de George Cukor Ricas y famosas, y a partir de 1988 encarnó a la mordaz periodista Murphy Brown, uno de los personajes femeninos más influyentes de la televisión estadounidense con el que ganó cinco premios Emmy. Malle, por su parte, continuaba trabajando en Francia, con películas como Herida, que lanzó al estrellato a Juliette Binoche, aunque con frecuentes viajes a Nueva York, donde rodó su última película, Vania en la calle 42, un bellísimo homenaje coral a Chejov donde destaca una joven Julianne Moore.

La distancia marcó sus vidas, y también la relación con su hija Chloe, nacida en Manhattan en noviembre de 1985. El idilio se truncó en 1995. Tras meses de enfermedad, Louis Malle murió en su casa de Beverly Hills rodeado de Candice, Chloe y sus hijos mayores. Tenía 63 años. Bergen, que había vivido esa década dividida entre el rodaje de su serie (que concluyó en 1998 para retornar con una temporada especial en 2018) y el cuidado de su marido, escribió más tarde que había sentido que su vida había tenido dos misiones: traer a Chloe al mundo y acompañar a Louis hasta el final.

Una infancia entre Los Ángeles, Nueva York y Francia

En consonancia con el vínculo intercontinental de sus padres, Chloe creció entre Los Ángeles, donde vivía su madre y a ratos su padre, Nueva York, donde iba al colegio, y la campiña francesa, donde pasaba los veranos en la finca de los Malle. Fue una infancia marcada por la celebridad de su madre –el éxito arrollador de Murphy Brown la convirtió en una de las actrices mejor pagadas de la historia de la televisión– y el esfuerzo de Bergen para darle una vida lo más normal posible. La actriz ha reconocido en más de una ocasión que, tras haber tenido con su propia madre una relación competitiva y distante, se propuso que la de Chloe fuera de cercanía y complicidad.

La muerte de Louis Malle supuso un corte brusco. Chloe tenía diez años. Candice ha contado cómo, en esos meses de enfermedad, la niña asumió un papel inesperado de cuidadora: le leía cuentos por las noches y llegó a regalarle unas zapatillas de Goofy que el director adoraba y que, según su madre, no se quitó hasta el final. Esa experiencia, dolorosa y precoz, marcó el vínculo entre ambos.

Chloe estudió en la prestigiosa Universidad de Brown, donde se especializó en literatura comparada. Tras graduarse, pasó un año en Etiopía trabajando en un centro médico, un paréntesis que la conectó con un mundo más amplio que el de las élites neoyorquinas.

Vogue a su pesar

A su regreso, comenzó a trabajar en el New York Observer, antes de colaborar con el New York Times y revistas como Marie Claire y Architectural Digest. Fue en 2010 cuando entró a trabajar como editora de estilo en Vogue. Ella misma ha contado que dudaba en aceptar el puesto porque no se consideraba una entusiasta de la moda, pero que el magnetismo de la maquinaria Vogue acabó arrastrándola. Permaneció cinco años en la redacción hasta convertirse en editora colaboradora.

En 2022 cofundó con Chioma Nnadi el pódcast The Run-Through, una de las apuestas de Condé Nast para rejuvenecer su emporio de comunicación. Hace algo más de un año fue elegida para dirigir vogue.com. Por entonces, entrevistaba a su propia madre acerca del mítico baile blanco y negro organizado en el Hotel Plaza de Nueva York por Truman Capote, al que acudió vestida de Halston con una máscara de conejo. Madre e hija, curiosamente, se llamaban cariñosamente bunny, conejito en inglés.

El ascenso de Chloe al timón de Vogue USA tiene un inevitable sabor literario. Su madre interpretó a la directora de la revista en Sexo en Nueva York; su padre había dirigido películas sobre la fragilidad de la memoria y el paso del tiempo; ella llega ahora a un puesto que parece una síntesis del legado de ambos. ¿Hay en todo esto un guiño de Anna Wintour, que sigue siendo directora global de Condé Nast? Las crónicas nunca han hablado de una amistad estrecha entre Wintour y Candice Bergen, aunque sí de un respeto mutuo. En el caso de Chloe, su relación con Wintour parece más profesional que personal: la británica ha sido la gran guardiana de la marca Vogue y su aval ha sido imprescindible para este nombramiento.

La discreta nepo baby

Lejos del exhibicionismo de otras nepo babies, Chloe ha cultivado un perfil bajo. En 2015 se casó con el ejecutivo financiero Graham Albert en Le Coual, la misma finca francesa donde lo hicieron sus padres décadas antes. Hoy es madre de dos hijos, Louis (nacido en 2020) y Alice (2022), nombres que cierran un círculo familiar: el recuerdo de su padre y la continuidad de una genealogía franco-estadounidense.

De Candice Bergen se ha dicho que fue "demasiado lista para Hollywood y demasiado glamurosa para irse a otra parte". De Louis Malle, que fue un romántico que vivió contrarreloj. De Chloe, que ha sabido convertir una herencia abrumadora en una carrera sólida. Que ella dirija Vogue USA en 2025 es un desenlace demasiado perfecto para ser real: hija de un cineasta de culto, de una actriz que se consagró interpretando a una periodista de raza y que dio vida a una directora de Vogue inspirada en su antecesora, nieta de un ventrílocuo legendario, criada entre California y un château francés, periodista discreta en un mundo de escaparates. La nepo baby definitiva, sí, pero también el ejemplo de cómo la realidad, a veces, no solo supera la ficción: la reescribe con un guiño irresistiblemente irónico digno de sus padres.

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