Fue contratado en 2015 por el Papa Francisco. Le encomendaron levantar las apolilladas alfombras del Vaticano y escudriñar en las cuentas de una institución con dos milenios de historia que -avanzada la segunda década del siglo XXI- jamás había afrontado una auditoría independiente y completa. La misión del italiano Libero Milone era titánica. “Dudé en aceptar la propuesta”, admite Milone en una larga entrevista con El Independiente, en la semana en la que la Iglesia católica ha elegido nuevo pontífice: el cardenal estadounidense Robert Francis Prevost, León XIV. Su tarea faraónica acabó abruptamente en 2017 en una rápida sucesión de acontecimientos que siguen en los tribunales. Milone reclama al Vaticano 9,3 millones de euros por pérdida de ingresos, daños a su reputación y un despido improcedente que -a su juicio- muestra las enormes resistencias de la institución al escrutinio público de sus finanzas.
“Fui seleccionado por una empresa de búsqueda de personal, Egon Zehnder. Tuve un total de nueve entrevistas, primero solo con ellos, porque no me dijeron que se trataba del Vaticano. Cuando descubrí que era el Vaticano, les dije que no estaba muy seguro. Me preguntaron por qué y les respondí que la historia del Vaticano siempre había sido muy difícil. Me presentaron a las personas que habían diseñado los nuevos procedimientos, quienes trabajaban con el cardenal George Pell. Habían contratado a las cuatro grandes firmas de contabilidad y a otra quinta empresa para apoyar la revisión. Todo esto me hizo pensar que era un asunto serio y bien organizado. Que había voluntad”, desliza este italiano educado entre Países Bajos y Reino Unido, que ejerció como presidente y director ejecutivo de la filial italiana de la multinacional de auditoría Deloitte.
Pregunta.- Y entonces llegó a El Vaticano...
Respuesta.- Finalmente, me reuní con tres cardenales: Pell, Reinhard Marx y Pietro Parolin. Hablamos mucho sobre la gestión del cambio. Comprendí que su enfoque se centraba en los retos del cambio. Es muy difícil pedir a personas que siempre han hecho algo de una forma anticuada que adopten algo moderno de la noche a la mañana. Pero el plan era avanzar rápidamente para alcanzar la transparencia. Acepté el puesto. Es quizás el trabajo más difícil que he tenido en mi vida. Trabajé con empresas multinacionales, pero el Vaticano era único: la gente no estaba capacitada, había deficiencias en los procedimientos y conflictos de intereses por todas partes o ausencia de procedimientos. Y cada uno interpretaba las normas que tenía de la forma que le parecía más conveniente.
P.- ¿Qué tipo de deficiencias halló?
R.- Las había de todo tipo. No existía la transparencia. Por ejemplo, en un dicasterio [una suerte de ministerio de la Ciudad del Vaticano], una monja llevaba la contabilidad en hojas de papel blanco con lápiz. En otros, cada uno tenía sus propias reglas. No había una estructura común. Todo esto hacía que nuestro trabajo como auditores resultara extremadamente difícil. Eran buenas personas, pero no estaban capacitadas para hacer las cosas. Las habían contratado sin darles ninguna explicación, lo que lo hacía muy difícil. Pero, en fin, empezamos a trabajar.
Francisco intentó reformar las finanzas vaticanas, pero no fue debidamente informado. Recibía información parcial. Uno actúa según lo que le dicen
P.- Su final en el Vaticano fue abrupto. ¿Qué sucedió exactamente?
R.- Me echaron. Al principio trabajamos bien, aunque era difícil. Pero comenzamos a encontrar fallas graves, y creo que a algunas personas les preocupó que encontráramos cosas que no debíamos. En septiembre de 2017, después de mi salida, dije en una entrevista que me topé con cosas que no debía haber visto. Me acusaron de malversación y espionaje. Pero no espiaba, hacía auditorías: analizaba documentación y procesos. Cuando eres auditor, examinas la documentación y, si eres responsable de ese departamento, vas y le dices: «Esto está mal». Y le pides que te explique por qué no lo has entendido. Pero no dices: «Te estaba espiando». El objetivo era hacer una auditoría adecuada, lo que significaba mirar de la A a la Z.
Cuando comprendí que era un proceso difícil, preparé un folleto para cada uno de los 15 grandes dicasterios, para explicarles cómo íbamos a llevar a cabo el trabajo de auditoría durante los dos o tres primeros años. Lo primero era conocernos. Lo segundo era el balance y lo tercero, las pérdidas y ganancias. Y mi pregunta, que estaba hecha a medida para que todos reconocieran cuáles eran los problemas, era: ¿cómo podemos trabajar juntos en términos de plazos? ¿Cuándo pueden presentar la documentación para este y aquel otro asunto, de modo que no les causemos problemas? No queremos entorpecer su trabajo, pero necesitamos saber cuándo podemos acudir.
P.- ¿Qué tipo de documentación revisaba?
R.- Revisábamos desde pedidos, presupuestos o pagos hasta la recepción y uso de los bienes o servicios. Detectamos, por ejemplo, que una persona estaba a cargo de las compras y también de los pagos: eso es un conflicto de intereses. En marzo de 2016, fui a visitar a monseñor Becciu y Perlasca con un plan de auditoría. Sacaron un papel con cuatro líneas, dos líneas de inversiones inmobiliarias y dos líneas de inversiones financieras por valor de unos 750 millones. Pregunté por la documentación de una inversión inmobiliaria en Londres. Me dijeron que los abogados no la entregaban. Yo respondí: «Bueno, tenemos paciencia, pero los abogados tienen que daros la documentación porque la propiedad es vuestra». Insistí, pero nunca la recibimos.
Quieren controlarlo todo. Les dije: "Yo no sé dar misa. ¿Por qué me dicen cómo hacer auditorías?"
P.- ¿Acabó entendiendo esa reacción?
R.- Sí. En 2019 estalló el caso Sloane Avenue [La Secretaría de Estado del Vaticano, entonces bajo la dirección del arzobispo Angelo Becciu, invirtió unos 200 millones de euros en el fondo Athena Global Opportunities Fund. La inversión procedía de líneas de crédito concedidas por dos bancos suizos, BSI y Credit Suisse. El Vaticano terminó asumiendo pérdidas millonarias]. Era evidente que estaban ocultando información. Pell, en una entrevista, dijo que si lo hubiéramos sabido en 2016, habríamos ahorrado mucho dinero al Vaticano.
P.- ¿Y las acusaciones de malversación?
R.- Me mostraron dos facturas por 27.000 euros cada una. Una era auténtica, la otra no tenía mi firma. Intentaban tenderme una trampa. Dijeron que la Gendarmería me investigó durante siete meses y redactó el informe. Nunca he visto ese informe. Parolin me dijo que parte estaba bajo secreto pontificio. Lo levantaron, pero el documento seguía sin aparecer. Dijeron que reabrirían el proceso penal.
P.- ¿Detectó otros intentos de vigilancia?
R.- En 2015, detecté una brecha de seguridad. Alguien abrió mi ordenador. Hallamos un malware llamado Mirror que redirigía todo a otro destino. Informamos a la Gendarmería. Nunca respondieron. Fue un mensaje claro de que nuestro trabajo era incómodo y estábamos siendo vigilados.
P.- Y todo se terminó precipitando en el despido fulminante...
R.- El 19 de junio de 2017 fui a ver a monseñor Becciu para discutir contratos de mi equipo. Me dijo: “El Papa ha perdido la fe en usted, debe dimitir. Ha estado espiando.” Le pedí hablar con el Papa Francisco, pero me lo negaron. Dijeron que llamaría a la Gendarmería. Me acusaron de espiarle porque alguien descubrió que no había pagado 600 euros a la pensión italiana. Pero esa información era de una denuncia anónima archivada en mi oficina. Fue todo un montaje. La Gendarmería se llevó toda la documentación.
Es un sistema anticuado: registros manuscritos, procedimientos informales y normas que varían según el departamento
P.- ¿Cómo siguió el proceso legal?
R.- Presenté una reclamación por despido forzado, daños a la reputación y costes legales. La rechazaron en enero de 2024 porque dijeron que debía demandar a personas, no a la institución. Ignoraron su propia ley de 1933. Luego me exigieron retirar todos los elementos de prueba y testigos. Mi abogado, un constitucionalista italiano, renunció indignado. La audiencia fue aplazada. Aún espero fecha. No he hecho nada malo. Recuerdo que me trajeron una carta de renuncia fechada el 12 de mayo, aunque yo tuve conocimiento de mi despido el 19 de junio. Se habían preparado desde antes. Pell también se fue poco después. Creo que querían deshacerse de los dos juntos. Con Pell la relación era muy buena. Teníamos roles distintos pero trabajábamos juntos. Él me dijo que regresaría a Australia para limpiar su nombre [fue acusado de abusos sexuales]. Tenía inmunidad, pero quería demostrar su inocencia.
P.- ¿Cuál era la situación financiera del Vaticano cuando usted llegó?
R.- No había bancarrota, pero sí desorganización y falta de controles. Era muy difícil encontrar documentación fiable. Es cierto que han circulado rumores de que no podrían pagar pensiones. El fondo de pensiones ya estaba infravalorado en 700 millones euros. Se nombró un experto para gestionarlo, pero no sé qué pasó después. La falta de transparencia afecta también a las donaciones.
P.- Durante los dos años que fue auditor, ¿cuáles fueron los problemas más graves que detectó en las finanzas vaticanas?
R.- La falta de competencia. Algunos gestores no entendían de finanzas pero querían controlarlo todo. Les dije: “Yo no sé dar misa. ¿Por qué ustedes me dicen cómo hacer auditorías?”. El sistema era anticuado: registros manuscritos, procedimientos informales, normas variables entre dicasterios.
El Vaticano es como Rebelión en la granja de Orwell. Cada jefe de departamento es un pequeño estado que cambia las reglas según sus intereses
P.- En cuanto a las finanzas y su falta de adaptación al presente, ¿Lo compararía con las finanzas de algún otro estado?
R.- Es muy distinto y difícil de comparar. Pero había mucho trabajo por hacer. Empezábamos a implementar cambios, pero no sé si se sostuvieron.
P.- ¿Existe voluntad de reforma?
R.- No lo sé. Desde 2017, no tengo contacto con nadie. Solo leo la prensa. Pero el sistema legal en El Vaticano es opaco. Presenté pruebas y testigos y me ordenaron eliminarlos del expediente. Eso no es justicia. La audiencia fue aplazada. Siempre tengo esperanza. Yo tengo razón y voy a seguir.
P.- Me ha contado algunos de sus hallazgos en esas primeras auditorías. ¿Tiene la impresión de que lo que encontró fue tan solo la punta del iceberg?
R.- Tal vez solo rascamos la superficie. Puede haber mucho más.
P.- ¿Qué debe hacer el nuevo Papa?
R.- Reforzar los reglamentos de 2014 y 2015. Aplicarlos correctamente. Asegurar gobernanza y coordinación entre dicasterios. Capacitar a la gente. No se trata de despedir, sino de formar.
Solo rascamos la superficie y hallamos conflictos de intereses y falta de controles. Puede haber mucho más
P.- ¿Y si no lo hace?
R.- El Vaticano sufrirá una grave crisis financiera. La transparencia es esencial para recuperar la confianza de las donaciones.
P.- ¿Cuál fue su última conversación con el Papa Francisco?
R.- El 1 de abril de 2016. Después, me impidieron verlo. Solo me comunicaba por su secretaría. Creo que temían que le contara cosas que ellos no querían que supiera.
P.- ¿Qué le preguntaba el Papa Francisco en sus reuniones?
R.- Siempre me decía: “¿Sigue siendo independiente, señor Milone?”. Y yo respondía que sí. Sabía que había presiones.
P.- ¿No fue Francisco lo suficientemente valiente?
R.- Intentó reformar, pero no fue debidamente informado. Recibía información parcial. Uno actúa según lo que le dicen.
P.- ¿Qué lección le dejó su fugaz paso por El Vaticano?
R.- Que el Vaticano es como Rebelión en la granja de George Orwell. Cada jefe de dicasterio es un pequeño estado. Cambian las reglas según sus intereses. No hay visión conjunta ni interacciones. Todo el mundo llevaba la contabilidad a su manera porque era lo más conveniente. Cada uno desarrollaba sus propias reglas.
P.- Le hago una pregunta personal. Siéntese libre de responder. ¿Ha perdido la fe?
R.- Sigo siendo católico, pero tengo dudas sobre la gestión de la Iglesia.
P.- ¿Todavía hay tiempo para reformar?
R.- Sí, depende de la voluntad del nuevo Papa y de los cardenales.
P.- ¿Qué solución le propone a León XIV?
R.- Volver a las bases de las reformas financieras. Aplicarlas bien. Formar a las personas. Hay que abrir de verdad puertas y ventanas.
P.- ¿El Vaticano está listo para ese ejercicio que reclama usted?
R.- Si no lo hacen, tendrán más problemas. Hay que mostrarle al mundo que los recursos se gestionan correctamente.
Te puede interesar