La incursión de varios drones rusos en el espacio aéreo de Polonia este jueves ha sido histórica. Por primera vez aviones de la OTAN tuvieron que atacar objetivos enemigos en el espacio aéreo aliado, en una maniobra rápida que ha devuelto al primer plano la importancia de Policía Aérea de la Alianza Atlántica, que juega un papel clave para controlar las amenazas de Moscú.
La iniciativa, en realidad, no es una misión de guerra, sino de paz. La propia organización describe su Policía Aérea como un servicio permanente que garantiza la seguridad del espacio aéreo aliado. Sus aviones de combate están en alerta las veinticuatro horas, los 365 días del año, listos para despegar en cuestión de minutos ante cualquier amenaza o anomalía en el tráfico aéreo y también para prestar apoyo a aeronaves civiles en peligro, como las que pierden comunicación con el control aéreo. El objetivo es preservar la seguridad de los cielos europeos y demostrar, de paso, la cohesión entre los países miembros.
Precisamente por esto último, también tiene un marcado valor político. Uno de los pilares de la Policía Aérea es que los países que disponen de capacidades aéreas avanzadas puedan ayudar a los que carecen de ellos, con la idea de lanzar un mensaje interno de solidaridad y otro externo de disuasión. El caso de Polonia sirve de ejemplo: aunque el país destina el 4,7% de su PIB a Defensa y podría responder por sí mismo a incursiones, la presencia multinacional de la OTAN sirve de advertencia directa a Rusia.
No se trata de un proyecto improvisado. La Policía Aérea nació en 1961, en plena Guerra Fría, y desde entonces ha estado integrada en la estructura de defensa aérea de la OTAN. Su dirección recae en el Comandante Supremo Aliado en Europa (SACEUR), máxima autoridad militar de la Alianza, que coordina los medios nacionales bajo un paraguas común. En seis décadas no ha dejado de evolucionar, y la guerra de Ucrania no ha hecho más que reforzar su papel como herramienta de seguridad compartida.
El centro español clave en la Policía Aérea de la OTAN
El corazón del sistema se encuentra en el Mando Aéreo Aliado (AIRCOM), un centro con sede en Ramstein (Alemania). Desde allí se supervisa de manera ininterrumpida la misión, que cuenta con dos Centros de Operaciones Aéreas Combinadas (CAOC): uno en Torrejón de Ardoz, encargado del espacio aéreo al sur de los Alpes, y otro en la ciudad alemana de Uedem, responsable del sector norte. Son estos centros los que, ante una violación del espacio aéreo o cualquier actividad sospechosa, deciden qué aeronaves se utilizarán para interceptar, según la ubicación del incidente.
La ejecución práctica descansa en una red que combina sistemas de vigilancia, estructuras de mando y cazas de reacción rápida. Estas aeronaves, que incluyen modelos como los F-16, F/A-18 o Eurofighters, entre otros tipos, permanecen siempre listas para despegar en cuestión de minutos. Su misión es interceptar, identificar y, en caso necesario, escoltar o destruir cualquier aeronave que represente una amenaza, siempre bajo las indicaciones de las Reglas de Enfrentamiento (ROE) y los Procedimientos Operativos Estándar (POE) establecidos.
Actualmente la OTAN mantiene cinco despliegues permanentes de Policía Aérea en zonas estratégicas: Estados bálticos, Adriático oriental y Balcanes occidentales, Islandia, Benelux y flanco oriental de Europa. Este último fue reforzado tras la anexión ilegal de Crimea por parte de Rusia en 2014 mejorando los dispositivos, con aeronaves adicionales desplegadas en Polonia y un incremento de la vigilancia en Bulgaria y Rumanía. El mensaje era claro para el Kremlin: la OTAN está preparada para detectar y responder ante cualquier intento de violar los cielos aliados.
Los sistemas de vigilancia aérea y la estructura de mando y control aéreo garantizan que la información fluya con rapidez desde el radar hasta los centros de decisión. En situaciones críticas, la respuesta debe ser inmediata: desde que una aeronave sospechosa aparece en pantalla hasta que un interceptor se coloca a su lado, pasan apenas minutos. Según la propia OTAN, solo en los casos más extremos la operación culmina en un enfrentamiento. Lo habitual es la identificación y, si procede, el acompañamiento fuera del espacio aéreo nacional.
La amenaza de los drones
El avance tecnológico ha añadido una dimensión inesperada a la misión. En un artículo escrito en 2017 por diversos mandos militares de CAOC de Torrejón, entre ellos el Mayor General Rubén C. García Servert, ya se hablaba de que los sistemas de aeronaves pilotadas a distancia (RPAS), que incluyen los drones manejados en remoto, se estaban multiplicando gracias a la reducción de costes y su disponibilidad en el mercado global. Algo que planteaba un nuevo desafío para la OTAN: adaptar procedimientos diseñados para aeronaves tripuladas a un escenario en el que un objeto no tripulado, de pequeño tamaño y vuelo bajo, puede convertirse en amenaza.
El artículo especificaba que las dificultades son múltiples. Los cazas de reacción rápida no fueron concebidos para volar a velocidades tan reducidas ni para identificar objetivos tan pequeños como un dron. En ocasiones, los radares apenas distinguen estas aeronaves en pleno vuelo. El resultado es que un aparato que cuesta una fracción de un caza puede poner en aprietos a una misión que depende de medios sofisticados y costosos.
Frente a esta realidad, la OTAN exploraba soluciones. Una opción es recurrir a helicópteros armados, capaces de maniobrar a baja cota y velocidad para perseguir drones. Otra pasa por desplegar aviones de ataque ligero o incluso RPAS propios que acompañen a los cazas en sus misiones. También la mejora de los pods de orientación de los aviones de combate para que puedan rastrear e identificar drones con mayor precisión. Pero todo ello exigía, según los autores, "tiempo y dinero suficientes", además de una gran coordinación entre mandos nacionales e inteligencia.
La destrucción de un dron es siempre el último recurso. Puede hacerse con armamento convencional desde un caza o un helicóptero, pero también mediante métodos emergentes, como la interferencia de señales o el desarrollo de láseres montados en pods capaces de neutralizar un objetivo. En cualquier caso, la Alianza reconocía que las reglas de enfrentamiento que hasta entonces empleaban ya no bastaban. Y Rusia les ha dado la razón.