Donald Trump lleva su cuenta particular de conflictos que asegura haber pacificado desde que está en la Casa Blanca. Su plan para Gaza, de concretarse, sería su mayor logro. Pero mientras hace alarde internacional de su política, en el cuarto trasero de su casa el ambiente es cada vez peor. La polarización se ha ido extremando en los últimos años y el envío de la Guardia Nacional a las ciudades gobernadas por demócratas, algo impensable hasta ahora, abre el imaginario de los estadounidenses a escenarios como la guerra civil. Algunos, hasta se están preparando.

Sharlet describe el clima actual como una slow civil war, una guerra civil lenta, en la que las familias se arman, la gente emigra hacia estados políticamente afines y, lo más grave, algunas iglesias preparan sus propias milicias porque quieren una guerra civil. Eso es una señal. En Estados Unidos hay iglesias con milicias porque están emocionadas con tener una guerra civil”, subraya.

Pete Hegseth habla de invadir ciudades americanas y de tratarlas como Irak: militarización total de la política.

“Sí, la guerra civil llegará”, esta es la respuesta que Jeff Sharlet ha encontrado entre los estadounidenses cuando, después del asalto al Capitolio, empezó a recorrer el país para conocer el movimiento MAGA en profundidad. “El término 'guerra civil’, antes parecía exagerado y los politólogos y académicos lo usan con cautela. Al hablar con gente de a pie, con seguidores MAGA, lo que encontré fue una respuesta casi uniforme: sí, la guerra civil llegará. La única diferencia era si lo esperaban con entusiasmo o con resignación: unos creen que será necesaria, otros la ven inevitable pero temible”, afirma.

Asalto al capitolio por los MAGA el 6 de enero de 2021. | Miguel Juarez

El avance de la cultura militarista alimenta la fantasía de enfrentamientos internos: “Pete Hegseth, el Secretario de Defensa de Trump, habla de invadir ciudades estadounidenses y tratarlas como hizo en Irak. Que una figura pública defienda atacar ciudades enteras es peor que cualquier escándalo sexual. Es la militarización absoluta de la política”, reflexiona.

Fundamentalismo cristiano

Sharlet es periodista y un profundo conocedor del origen del fundamentalismo crisitiano que hoy ha tomado el control de Estados Unidos alrededor de la figura de Donald Trump. En su libro La Familia. Las raíces invisibles del fundamentalismo en Estados Unidos (Capitán Swing), Sharlet, revela los vínculos con el poder de la organización religiosa más poderosa y hermética del país. Lo hace desde su experiencia infiltrado dentro de La Familia.

Jeff Sharlet. | Dartmouth photo

Se trata de una organización formada por élites fundamentalistas que, según relata, ha ejercido una gran influencia en la política estadounidense, tanto entre demócratas como en republicanos. Durante su infiltración documenta cómo promueven una teología elitista que vincula el poder y la autoridad con la voluntad divina que anteponen a los principios democráticos. La investigación se convirtió en 2019 en una docuserie de Netflix.

Milicia de Texas haciendo guardia en el Capitolio de Texas en 2020.

Para Sharlet, la consolidación de un fascismo norteamericano sería imposible sin el papel previo del fundamentalismo cristiano. “Ahora tenemos un fascismo que, en muchas maneras, no habría sido posible si no lo hubiera precedido el fundamentalismo cristiano” afirma, señalando cómo el culto a la personalidad de Trump demuestra el error de quienes pensaban que EEUU era inmune a figuras autoritarias por su profunda religiosidad.

Sharlet insiste en que los periodistas suelen “infraestimar el papel de la religión, considerándola solo un bloque de votos cada cuatro años.” Pero la realidad es que, en la era Trump, la religión se ha vuelto “motor central del discurso y la acción política: desatendimos el peso de estos movimientos religiosos, no marginales sino capaces de inclinar Estados Unidos hacia la derecha y construir organizaciones de enorme influencia internacional.”

Para este investigador en Estados Unidos, religión y nacionalismo se fusionan para legitimar una respuesta autoritaria a la crisis. "La fuerza de organizaciones como La Familia era no estar del todo alineadas con un partido, sino dispuestas a trabajar donde podían construir influencia”, asegura.

Seguidores de Trump rezan tras la derrota electoral de Trump. | John Arthur Brown EP

La deriva autoritaria

Pero Sharlet también advierte que la “consolidación inesperadamente completa" del poder en la ultraderecha hace improbable una guerra civil clásica: “Tienen el control del ejército, la policía y el gobierno. Hay quienes imaginan que las milicias populares resistirán, pero eso es fantasía de película. En la vida real, el poder está consolidado. El conflicto que sería mucho más peligroso, el verdadero temor, es el enfrentamiento formal entre estados y el gobierno federal. ¿Qué pasaría si Illinois o California se negaran a ceder el control de su guardia nacional y cerraran sus fronteras a las tropas federales? Estamos hablando de conflicto militar real dentro de una potencia nuclear. Es aterrador, incluso que estemos hablando de ello”.

Este fenómeno no es sólo americano; el resto del mundo, incluida Europa, va a seguir la estela.

Este clima belicista, según Sharlet, apunta a una fractura social prolongada, más que a una guerra puntual: “La guerra civil que se vive es lenta, una alineación donde demócratas y republicanos se aíslan en estados ‘seguros’, aumentando la polarización. Estados Unidos siempre estuvo muy armado, pero ahora el incremento de armas coincide con el discurso de guerra interna.”

El miedo, la resignación y el clima apocalíptico son el sustrato que nutre esta deriva: “Lo que hay no es una exaltación de la guerra civil, sino una sensación de que quizás sea inevitable.”

Mismas ideas a los dos lados del Atlántico

Sobre la posibilidad de que Europa siga la senda norteamericana, Sharlet advierte: “Estados Unidos está en ese camino y, por desgracia, el resto del mundo le seguirá en alguna medida, aunque los países conserven la democracia. El poder mundial es lo que es; incluso si Europa sigue siendo democrática, sufrirá la sacudida de este giro. Este fenómeno no es sólo americano; el resto del mundo, incluida Europa, va a seguir la estela.”

“Ahora estoy en Londres y el ascenso de Reform UK [el partido del Nigel Farag] aquí es casi un espejo de lo ocurrido con los republicanos y MAGA en 2017. España tiene sus movimientos de derecha radical, y aunque no todos triunfan de inmediato, la tendencia parece ineludible”, asegura.

Policía estatal de Illinois contra activistas contrarios a las deportaciones.

Para Sharlet es crucial entender que la derecha americana se inspira y retroalimenta de los modelos autoritarios europeos: “La derecha estadounidense tomó ideas de Hungría y Rusia para endurecer leyes y discursos anti-LGTBQ. Es un ‘ping-pong fascista’, un intercambio de odios y políticas entre ambos lados del Atlántico.”

El cambio climático como desencadenante

Sharlet dedica especial atención a la influencia del clima: “No creo que sea posible entender este momento global de fascismo y miedo sin pensar en el cambio climático y la presión que ejerce sobre las sociedades y el modelo capitalista liberal-democrático, que está fallando. Por eso la gente busca soluciones de mano dura: la democracia parece demasiado débil ante la crisis ecológica.”, afirma.

Las iglesias “pro-guerra civil” lo ejemplifican: “En las iglesias MAGA de Nebraska, la gente habla de sequía, del tiempo, no del cambio climático: creen que ese calor y esas catástrofes son castigo de Dios, lo que refuerza esa atmósfera apocalíptica y justifica tomar posiciones extremas, e incluso armarse y prepararse para el conflicto”.

El autor concluye que, ante la crisis climática, el autoritarismo se vuelve atractivo porque “da la impresión de poder responder a la emergencia de forma contundente. Modelos como el chino actúan de forma abrupta, aunque sacrifiquen libertades esenciales. Y eso, por desgracia, marca tendencia”.

Incluso la inmigración, considerada motor de los movimientos fascistas, “es fruto no sólo de política y represión, sino también del clima, la desertificación y el colapso agrícola. Siria es el ejemplo de cómo dictadura y sequía pueden llevar a un país al abismo.”

Sharlet, pese a sus recelos, confiesa su “fe en la democracia”, aunque admite dudas sobre el futuro: “Tal vez estábamos equivocados y quienes fundaron estos movimientos en los años 30 tuvieran razón: la democracia es demasiado débil para afrontar la crisis actual y el autoritarismo podría imponerse queramos o no.” 

En este sentido, considera que su aportación es hablar de estos riesgos y contradicciones para que quizás no se hagan realidad. “Ojalá sobrevivamos lo suficiente para verlo pasar”, concluye.