Horacio Convertini habla con la serenidad de quien ya conoce el abismo. De quien ha ido y vuelto del precipicio al que Argentina parece condenada a asomarse cíclicamente. En su novela La exactitud del dolor (Letras de Plata), el escritor argentino disecciona su país a partir de un boxeador que agoniza, como ícono de la fugacidad de la gloria. “El boxeo forma parte de mi educación sentimental”, sostiene. “Yo me crié en Pompeya, un barrio del sur de Buenos Aires con mucha tradición boxística. Había pibes que soñaban con ser campeones del mundo y otros, veteranos, que intentaban reconducir su carrera. Verlos era asistir al drama y la épica de la vida misma”.

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En su novela, el ring es el escenario de la caída y, también, de la resistencia. “De lo que se trata es de una historia de redención, pero sobre todo de lealtades y traiciones. El boxeo presta su dramatismo y sus códigos para mostrar hasta dónde puede llegar alguien para alcanzar sus sueños”, explica Convertini, que dirige Viva, el suplemento dominical del diario Clarín. Su escuela fue el periodismo de sucesos. “La novela negra es asomarse a lo oscuro desde lo probable. Te permite entrar en el mundo de la política, las finanzas, los sectores marginales o los círculos de poder. Es una manera de recorrer los pasadizos ocultos de la sociedad”.

Se creen cruzados de una causa y van por esa causa con las armas del odio, con las armas del insulto y de decisiones caprichosas

Cuando la conversación se desplaza a la Argentina actual, la voz de Convertini se vuelve más grave. “Claro que la novela negra es un género extraordinario para retratar la Argentina de Milei hoy”, afirma. “Excepto que mi novela está ambientada en otra década”. Esa década, la de los noventa, le sirve de espejo. “Fue la última década analógica. La época de las privatizaciones salvajes, de una modernización necesaria hecha a un costo social brutal. La ética del poder era una ética banalizada por un éxito circunstancial: haber derrotado la inflación. Nadie pensaba demasiado qué había detrás de la Ferrari del presidente, mientras un peso y un dólar valieran lo mismo”.

El escritor traza un puente directo con el presente. “Estamos viendo algo parecido, con una diferencia”, dice. “Menem no era una persona cargada de odio. No tenía un repelús contra los intelectuales, los escritores o los directores de cine. Este hombre sí. Este hombre cree que todo escritor es, en el fondo, un vampiro del Estado que no quiere trabajar. Y creo que básicamente es porque desconoce de lo que se trata escribir un libro”.

Milei tiene obsesiones tremendas. Se autoproclama liberal, pero no sabe que el mercado más liberal que existe es el editorial. Basta con ver tu libro en la mesa de una librería: compite en condiciones salvajes. No hay capitalismo más feroz que el de una mesa de novedades”, responde.

Convertini extiende la crítica a la ideología del entorno presidencial. “El otro día escuchaba al numen ideológico de este gobierno decir que no puede ser que los intelectuales argentinos sean de izquierda y que hay que cambiar algo. Esta gente es más peligrosa. Se creen cruzados de una causa y van por esa causa con las armas del odio, con las armas del insulto y de decisiones caprichosas”. “A veces pienso que ni él sabe muy bien lo que quiere hacer, más allá del show”, desliza.

A veces pienso que ni él sabe muy bien lo que quiere hacer, más allá del show

Su mirada no se detiene en el ataque personal, sino en el contexto político que lo explica. “Probablemente, en términos políticos, no les llegan a los talones a los de los noventa, porque aquellos eran pícaros, pero eran políticos. Estos tienen una visión mesiánica de la política y de su función. Frente a un mesiánico no podés discutir nada”.

Pero su análisis también reconoce la lógica social que llevó al poder al actual presidente. “Tiene un gran mérito: supo interpretar determinados hastíos de la sociedad argentina. Solo entendés a Milei en el poder si analizás los errores de los partidos tradicionales, tanto del campo nacional y popular como del centro-derecha. Si la sociedad se corrió hacia la derecha, es porque del centro hacia la izquierda se hizo todo mal durante mucho tiempo. Se hablaba a la gente de cosas que no estaban dentro de sus urgencias. Milei interpretó ese malhumor, lo transformó en acción discursiva y logró uno de los fenómenos electorales más interesantes para estudiar en veinte años”.

El escritor se detiene un momento y recuerda el asombro colectivo ante el ascenso meteórico del presidente. “Hace tres años era un bufón de los programas berretas de debate político. Lo llevaban para que gritara, insultara y dijera cosas raras. ¿Cómo se transformó en muy poco tiempo en presidente, sin estructura? Fue una cosa extraordinaria”.

Tiene un gran mérito: supo interpretar determinados hastíos de la sociedad argentina. Solo entendés a Milei en el poder si analizás los errores de los partidos tradicionales

Sin embargo, no lo subestima. “Dos años después, solo te puedo hablar a partir de la foto de hoy. No sé qué va a pasar en seis meses. Argentina es un carrusel a cien kilómetros por hora. Creo que hoy, cierta merma en la inflación y cambios mínimos le dieron un crédito al presidente. Además, tiene una voluntad de gestión política importantísima: se agarró el timón del Titanic y lo maneja. Tiene una voluntad política de hierro, al revés que Alberto Fernández, que no supo mostrar ese deseo político”.

“La política argentina vive en un loop de personajes. No hay renovación real, solo reciclaje. El ciudadano está cansado, pero no sabe muy bien de qué. Lo único que sabe es que todo le cuesta cada vez más”, admite. Convertini observa con una mezcla de escepticismo y afecto. “Los argentinos estamos expuestos a un precipicio permanente y a la obligación de saltarlo siempre. He vivido dictaduras, hiperinflaciones, guerras, levantamientos militares, promesas de redención y nuevas crisis. Es agotador”.

Y sin embargo, algo de esperanza persiste. “Siempre tenés la esperanza, como Rayo, el protagonista de mi novela, de que el último golpe todavía lo podés seguir dando. Por ahí se alinean los planetas, aparece un líder, un sector político que se renueva, una nueva idea que aprende de los errores del pasado…”, relata.

Vemos el riesgo de la involución: que nuestros hijos ya no puedan seguir el proceso virtuoso que empezó con nuestros abuelos

Convertini rescata la historia de su familia para explicar por qué todavía cree. “Mis abuelos llegaron de una España que no tenía para comer. Compraron un terrenito, hicieron su casa, formaron una familia. En nuestra familia hay profesionales, gente que ha hecho otro tipo de vida. No creo que mi abuelo pensara negativamente sobre lo argentino. Pero ahora vemos el riesgo de la involución: que nuestros hijos ya no puedan seguir el proceso virtuoso que empezó con nuestros abuelos”, denuncia en mitad de un deterioro evidente. “Ver gente durmiendo en la calle. Hacer cuatro cuadras hasta el metro y encontrar dos personas por cuadra durmiendo. Eso es brutal. Y lo peor es que ya no nos sorprende. Eso no era Buenos Aires. Eso no era Argentina".

Luego añade, sin ironía, una frase que queda suspendida como un resumen de la conversación: “Si la Argentina se salva, será a pesar de Milei, no por él”. El escritor no busca consuelo en la literatura, pero encuentra en ella la medida exacta del daño. “La exactitud del dolor”, dice, “es entender que el país se duele de sí mismo, aunque ya no sepa por qué”.

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