La imagen se ha propagado en cuestión de horas: una joven de 21 años, Aanchal Mamidwar, se inclina sobre el cuerpo de su novio envuelto en un sudario blanco y traza con firmeza una línea de sindoor en la raya del cabello, el pigmento rojo que las mujeres hindúes casadas aplican como señal de estado civil. Lo hace en el funeral del joven, Saksham Tate, asesinado la víspera por su propio padre y sus hermanos, opuestos a la relación por motivos de casta.
La pareja llevaba tres años juntos. Según la investigación policial y los medios locales, la familia de Aanchal descubrió recientemente el noviazgo y confirmó que Saksham pertenecía al grupo de los dalits –los llamados intocables–, un hecho que desencadenó la confrontación. La discusión se tornó violenta en un barrio de Nanded: el pasado 27 de noviembre, Saksham recibió un disparo y luego varios golpes en la cabeza. El padre de la joven, dos de sus hermanos y otro implicado han sido detenidos; un menor de edad figura entre los arrestados. Se les imputan cargos de asesinato, asociación ilegal, violación de la ley de armas y delitos específicos contra comunidades protegidas.
Durante el funeral, Aanchal realizó el gesto que ha convertido el caso en símbolo: un “matrimonio” póstumo que, más que ritual, fue un acto de resistencia. Declaró ante los periodistas que “llevaron tres años juntos”, que su familia “nos traicionó y rompió la promesa de permitir el matrimonio” y que exigía la pena de muerte para los responsables. La escena y sus palabras han reabierto el debate sobre la persistencia de la casta como estructura social, prohibida en la India independiente pero aún operativa en numerosos ámbitos, desde los vínculos familiares hasta los asesinatos por honor.
Más de 57.000 casos de violencia entre castas
El crimen de Nanded se suma a una serie de homicidios motivados por diferencias de casta documentados en los últimos años en distintos estados del país. La policía ha subrayado que aplicará la legislación de protección a comunidades vulnerables, mientras activistas locales reclaman un proceso rápido y ejemplar.
Según las estadísticas más recientes del National Crime Records Bureau (NCRB) de la India, cada año se registran decenas de miles de denuncias por crímenes contra personas pertenecientes a castas históricamente marginadas (dalits y grupos similares). En 2023, por ejemplo, se documentaron cerca de 57.789 casos de crímenes contra castas históricamente marginadas. Aunque la mayoría de esos casos no se detallan públicamente como homicidios, asesinatos por honor o violencia extrema, ese volumen sugiere que los episodios de violencia estructural contra dalits –incluyendo contextos como el de amor inter-casta– siguen siendo frecuentes, aunque casi siempre poco visibilizados.
El último censo que registró a la población dalit, en 2011, la situó en el 16,2 % de la India. Desde entonces, el país no ha actualizado su padrón nacional –entonces superior a los 1.200 millones–, aunque las estimaciones actuales superan los 1.450 millones y el próximo censo confirmará previsiblemente a India como la nación más poblada del planeta. Un contexto amplio para un gesto mínimo: una línea roja en el cabello, convertida en protesta contra un orden social que, pese a las leyes, sigue marcando destinos.
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