'¿Es Trump un socialista?', '¿Se están volviendo los MAGA marxistas y maoístas?', 'EEUU va hacia el capitalismo de Estado'. Los tres son solo tres de los titulares publicados esta semana en los medios estadounidenses Vox, Fortune y el Wall Street Journal. La decisión del presidente americano de entrar en el negocio del fabricante de chips de ordenador Intel, haciendo que el Gobierno adquiera un 10% de la compañía, ha sido la gota que ha colmado el vaso. Pero el vaso ya estaba lleno.

El pasado viernes, Trump anunció la compra de parte de Intel, una empresa del Fortune 500 y una de las compañías estadounidenses de semiconductores más potentes. Y dejó caer que Estados Unidos podría seguir comprando acciones de otras compañías. “Haré acuerdos como este para nuestro país todo el día”, escribió en su red social, Truth Social. “También ayudaré a esas compañías a hacer acuerdos muy beneficiosos con Estados Unidos”.

Desde entonces, las críticas se han desatado… y muchas proceden de sus seguidores, quienes creen que, junto con los aranceles y las presiones varias y el despido -aún en el aire- de una gobernadora de la Reserva Federal, el presidente está poniendo en riesgo el mundo empresarial estadounidense.

“No puedes estar en contra del socialismo solo cuando la izquierda lo hace”, ha dicho el presentador de radio conservador Erick Erickson, quien, como muchos otros, considera que el Estado debe ser lo más pequeño posible. “Así que si apoyas el socialismo, aparentemente Donald Trump es tu tipo”, añadió.

“Si el socialismo es que el Gobierno tiene el control de los medios de producción, que este gobierno adquiera una parte de Intel ¿no sería un paso hacia el socialismo?”, ha escrito en X el senador republicano por Kentucky Rand Paul, un crítico habitual de Trump.

De su lado y en una decisión muy poco habitual, el socialista y senador Bernie Sanders ha apoyado la decisión del presidente. “Si las empresas de microchips obtienen beneficios de las subvenciones generosas que reciben del gobierno federal, los contribuyentes estadounidenses tienen derecho a una gratificación razonable de sus inversiones”.

Estados Unidos ha comprado participaciones en empresas en el pasado, pero solo en casos muy excepcionales. Por ejemplo, lo hizo con General Motors, Citigroup y IAG durante la crisis financiera que estalló en 2008, tratando de evitar que quebrasen. Y parte de esas decisiones las tomó el expresidente republicano -al igual que Trump- George W. Bush. Lo que ahora sorprende es que sea Trump, perteneciente al partido estadounidense que más ha abrazado el libre mercado, el que tome decisiones más comunes de países que él critica habitualmente, de China a Rusia pasando por muchos europeos, y también que lo haga con empresas que para nada están al borde del cierre.

Por el momento, la Administración está tratando de apartar las críticas asegurando que la compra de Intel se hace buscando proteger una industria que es esencial para la seguridad nacional, pero quienes se oponen a la decisión piensan que el único objetivo del presidente es controlar la compañía y quizá conseguir hacer dinero. De hecho, Trump ha anunciado que su Gobierno podría entrar en otras empresas como Lockheed Martin y que Estados Unidos podría quedar un fondo soberano para canalizar estas inversiones.

La acción de oro en la compra de US Steel, los aranceles y otros casos similares

A lo largo de este segundo mandato, Trump ha alcanzado un acuerdo con Nvidia para que le ceda parte de sus ingresos por sus ventas de chips de IA en China, algo que antes se le había prohibido. Asimismo, ha tomado parte del control de la acerera US Steel, ha creado un ránking de empresas estadounidenses según su lealtad y ha presionado a las compañías para que no suban los precios en respuesta a sus aranceles.

En el caso de US Steel, el Gobierno de Trump intervino para completar la compra de la acerera por parte de la japonesa Nippon Steel, pero se reservó una acción de oro que le permite mantener el control de la compañía, aunque no tenga la propiedad, que obligará a que el Gobierno americano apruebe varios miembros del consejo.

El medio Vox califica estos movimientos de “intervención sin precedentes en el mercado”, un modelo “más practicado por países como Rusia, China e India”.

Muchos consideran que los aranceles, una medida proteccionista, está en esta la misma línea. Críticos de Trump defienden los gravámenes y creen que son una buena opción para proteger a determinadas industrias, pero sobre el papel y no como el presidente los está usando. También opinan que los gravámenes del primer mandato de Trump permitieron al expresidente Joe Biden ser mucho más exitoso en su política industrial años después, y que probablemente esa fue la razón por la que Estados Unidos ganó cientos de miles de empleos industriales, al contrario que Alemania, que los perdió.

Los vaqueros de Sydney Sweeney, la fórmula de la Cola-Cola y Cracker Barrel

Más allá de las entradas en compañías privadas o de tomar otro tipo de decisiones poco propias de quienes tienen como referente a Adam Smith y sus leyes del libre mercado, el presidente estadounidense también llama la atención por lo a menudo que opina del negocio de todo tipo de compañías. Recientemente ha aplaudido la campaña de los vaqueros American Eagle, que ha agradado a muchos conservadores porque consideran que con la elección de la actriz Sydney Sweeney como imagen de los anuncios la empresa ha regresado a los valores “americanos” -porque creen que una actriz rubia y blanca es más propia de Estados Unidos que las anteriores modelos de la marca, que en ocasiones fueron negras-. 

El presidente también ha pedido a Goldman Sachs que despida a un economista por decir que los consumidores van a notar en el bolsillo los aranceles, y en julio consiguió que Cola-Cola anunciase que cambiará su famosa fórmula después de que presionar a la compañía para que use azúcar de caña en lugar de jarabe de maíz, que, paradójicamente, se fabrica en Estados Unidos.

Un caso mucho más reciente ha tenido lugar esta última semana. El presidente se lanzó a criticar a la cadena de restaurantes y tiendas Cracker Barrel por su nuevo logo, y esos comentarios desataron una auténtica batalla campal entre quienes creían que debía mantener el antiguo y quienes aplaudían el nuevo, que dejaba atrás el dibujo de un barril y el de un anciano que se apoyaba en él. En consecuencia, las acciones de la compañía se desplomaron un 12%. La empresa ha terminado anunciando que regresará al logo antiguo, y llamando a la Casa Blanca para agradecerle al presidente su opinión.